La
consagrada figura cuaja a un extraordinario toro de Domingo Hernández y sale a
hombros con un abultado botín de tres orejas; Pablo Aguado pasa de puntillas.
ZABALA DE
LA SERNA
@zabaladelaserna
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San
Sebastián
Foto: EFE
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Una pelea muy desigual se libró en Illumbe en el
día grande. El Juli y Pablo Aguado no dirimían nada, pero ahí estaban
anunciados en una especie de mano a mano con Hermoso por delante. Un
espectáculo muy prescindible el del caballero. La cosa es que la figura
consagrada y poderosa trituró a la revelación del arte con su ganadería
favorita: Garcigrande/Domingo Hernández. Para más inri, Juli sorteó a Chulo, un
quinto extraordinario. De fondo y categoría. Esa bravura tamizada de calidad
que fluye y crece en su pulso. Y el pulso le da el ritmo. Que acabó con un
cénit apoteósico y la plaza loca. Entre circulares, invertidos, trenzas y
ochos, en plan puto amo.
Hasta alcanzar el punto orgásmico, Julián López había cosido a Chulo en su muleta. Siempre hacia delante el trazo. Lo de Justo, incluso en muy bueno, tiene su intríngulis al milímetro. Y ese milímetro lo tiene JL prendido en un hilo invisible que baja desde la palma de su mano a los flecos de la muleta. En su derecha, de principio, lo cogía allí delante y le enseñaba el camino. Y luego, cuando lo puso al punto, lo toreó y lo ligó a modo, gozándolo especialmente al natural. Chulo no paró de darse. Siempre a más. El último rugido de los tendidos contra la cúpula cerrada ante el desplante final anunció la hora de la muerte. Que el matador de San Blas aseguró por los blandos, muy trasero. El sablazo no fue óbice para que la presidencia sacara los dos pañuelos ante el éxtasis desatado. Como si recompensase la severa rigurosidad del pasado año con el mismo torero. El personal se quedó esperando el pañuelo azul para Chulo, reconocido con una atronadora ovación.
Hasta alcanzar el punto orgásmico, Julián López había cosido a Chulo en su muleta. Siempre hacia delante el trazo. Lo de Justo, incluso en muy bueno, tiene su intríngulis al milímetro. Y ese milímetro lo tiene JL prendido en un hilo invisible que baja desde la palma de su mano a los flecos de la muleta. En su derecha, de principio, lo cogía allí delante y le enseñaba el camino. Y luego, cuando lo puso al punto, lo toreó y lo ligó a modo, gozándolo especialmente al natural. Chulo no paró de darse. Siempre a más. El último rugido de los tendidos contra la cúpula cerrada ante el desplante final anunció la hora de la muerte. Que el matador de San Blas aseguró por los blandos, muy trasero. El sablazo no fue óbice para que la presidencia sacara los dos pañuelos ante el éxtasis desatado. Como si recompensase la severa rigurosidad del pasado año con el mismo torero. El personal se quedó esperando el pañuelo azul para Chulo, reconocido con una atronadora ovación.
A Juli ya le había premiado el palco a caño
abierto con una oreja. Engañó el nombre en letras de neón de Orgullito por el
recuerdo vivo de Sevilla. Otras hechuras muy diferentes a Chulo, y unas
virtudes muy lejanas al verdadero Orgullito. Manejable, sí. Mucha fijeza y
escaso celo, sin continuidad. El Juli pretendió ir haciéndolo sin acabar nunca
de hacerlo porque había poco que hacer. Mucho sobar y sobar. Total, que la
faena fue un magnífico peñazo técnico. Un peñazo premiado, eso sí. Que también
cuenta.
Definitivamente, a Pablo Aguado no le va
Garcigrande. O el toro de Garcigrande que exige otro toreo diferente al suyo de
cristal. A esa manera tan exquisita de acompañar. A su bellísimo encaje de pura
naturalidad. En San Sebastián, como en Santander, le cupo en suerte un toro
bravo. Versión de Domingo Hernández -tres de la corrida- también. De los que
piden gobierno, sometimiento hasta el final. Y, sobre todo y antes de todo, ser
enganchados por delante. Desterrado le ganaba la acción siempre con su
prontitud. Y todo su grandón cuerpo -muy parecido al de Chulo, generosísimo el
cuello también- pasaba milagrosamente ceñido al de Aguado. Tan tierno el oficio,
su ingenuidad conectaba. Y resolvía por ciencia infusa el atragantón. Y lo
abrillantaba con bellos pases de pecho. No perdió en ningún momento la lealtad
al concepto que a todos nos enamora... con otro toro. Desterrado, por cierto,
derribó con riñones en el caballo. Y el tope que parecía tener era la falta de
mando. Una verónica carísima entre lances suaves y un pase de la firma entre la
hermosa apertura quedaron como huella. El descabello, tras una estocada
delantera y tendida, lo enturbió todo más.
No es de extrañar que sus apoderados le hayan
evitado Garcigrande en las ferias de septiembre. Hasta ahora no quedó otro
camino: Roca Rey acaparó las camadas de Cuvillo y Victoriano del Río cerrando
el paso. El cobijo en los carteles de El Juli, que son los de Garcigrande
mayoritariamente, fue una solución temporal. No concluyó bien la historia con
un lindo y buen sexto. Muy sangrado en el peto. Que no cuajaran los bonitos
apuntes tuvo menos disculpa. Hay que cuidar y medir a Pablo Aguado. Tan frágil
y necesario.
A Juli lo izaron como campeón de una pelea
desigual.
GARCIGRANDE - Pablo Hermoso de Mendoza,
El Juli y Pablo Aguado
Plaza de Illumbe. Jueves, 15 de agosto de
2019. Segunda de feria. Más de 8.000 personas.
Toros de rejones de El Capea (sin contiunuidad el 1º y bueno el 4º) y tres de Domingo Hernández (3º, 5º y 6º) y uno
de Garcigrande (2º) para la lidia a
pie, grandones el muy bravo 3º y el extraordinario 5º; entipados y más bajos el
manejable 1º de escaso celo y el buen 6º.
Pablo
Hermoso de Mendoza, de rojo y
plata. Rejonazo traserísimo y contrario (saludos). En el cuarto, cuatro
pinchazos y rejonazo pasado y caído (saludos).
El
Juli, de nazareno y oro. Estocada
pasada y rinconera (oreja). En el quinto, estocada trasera y baja (dos orejas).
Salió a hombros.
Pablo
Aguado, de blanco y oro. Estocada
delantera casi entera y tendida y cinco descabellos. Aviso (saludos). En el
sexto, media estocada rinconera y descabello (ovación de despedida).
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