Variada
corrida de Torrealta, con dos toros de espectaculares hechuras. *** Con lote
propicio, expone sin un solo renuncio en dos faenas de alta electricidad.
Luis David Adame |
BARQUERITO
Foto: EFE
EN LA
CORRIDA DE Torrealta vinieron tres cinqueños y tres cuatreños. Según
costumbre se abrieron en lotes. Dos de los cinqueños, segundo y cuarto de
sorteo, fueron de formidable belleza. Remate impecable. Jabonero pulido el
segundo, de espectacular hondura, corto de manos, bien armado pero apretado.
Como un rayo de luz. Lo aplaudieron de salida. Negro girón el cuarto,
acucharado y astifino, bajo de agujas, corto, muy lleno. Lo aplaudieron en el
arrastre.
Los dos toros de menos apresto, tercero y sexto,
se reunieron en un mismo lote. Jabonero el uno, bizco del derecho, abierto, el
más armado del sexteto. Negro el sexto, que fue, en compensación, el menos
ofensivo de los seis. El primero, acarnerado, descolgado de carnes, no se
pareció a ninguno de los que fueron apareciendo después. El quinto fue el más
serio de la corrida. Único castaño del envío, tuvo más plaza que los demás,
pero no la inmaculada lámina del que completó lote con él, el precioso segundo.
Ni las hechuras redondas del bello cuarto.
De modo que vino la corrida más que bien servida.
Salvo el sexto, que pegó cabezazos en el peto, todos se emplearon en el
caballo, que es todavía la prueba del algodón de la bravura. El primero llegó a
encelarse en la primera vara. Muy fijos tercero y cuarto. El quinto, asustadizo
de partida, cobró la vara más larga de lo que va de semana. La peleó a modo.
Apretando. Tanto como el que más de los dos garcigrandes tan severos de la
corrida del día 15.
Fue tarde de buenos y acertados picadores. Los
jóvenes –López Candel y Santiago Chocolate, que se agarraron a modo con los dos
primeros- y los que no tanto y hasta veteranos de ilustre expediente: Vicente
González, Justo Jaén, Domingo Jabato y Héctor Piña. Se ha hecho norma picar
trasero por sistema. Esta corrida fue excepción a la regla. Al manar por la
herida la sangre, la capa jabonera del segundo quedó tintada como un chaleco
escarlata.
En los seis toros hubo quites en turno y hasta
réplica en el tercero. No fueron los lances más felices de la tarde, pero los
hubo de riesgo. Uno de Juan Leal por saltilleras en el tercero y otro del
propio Leal en el cuarto, capote a la espalda, por rígidas gaoneras. Román se
dejó ver en chicuelinas frontales, suerte que revisó El Juli hace dos años con
heterodoxos cites frontales de largo. Luis David Adame abundó en el toreo de
aparato y fuego artificiales. Una serie de lances del Zapopán en la réplica a
las saltilleras de Leal y un intento baldío de alambicadas caleserinas en el
quinto que el toro, codicioso y enterado, no consintió.
De Adame fue el momento más logrado de capa. Lance
sin pasar el toro, el tercero, que apretó a adentros antes de tomar la segunda
vara. Lo más brillante del quite artificioso por el canon del Zapopán fue la
serpentina de broche. Con ella dejó probado Luis Adame su destreza en el manejo
del capote, tan privativa de los toreros mexicanos de escuela.
Con todo eso, incluso con el renuncio masivo a
torear a la verónica -apenas apuntes de Juan Leal-, se entretuvo la gente. No
hizo falta abrir a chorro el grifo de las orejas. Luis David se ganó una tan
solo por la estocada formidable que cobró recibiendo al tercero. A tumba
abierta se tiró con la espada en sus dos bazas Juan Leal. Soltando el engaño
igual que Adame. El detalle de Leal de sacar de frente la espada en el cuarto
fue caro. No tanto apuntarse a la moda de evitar el compromiso de descabellar y
alejarse de la agonía del toro.
A cargo de Juan Leal, tan firme y valeroso como
siempre, pero más desatado que nunca, corrieron los momentos mayores de la
corrida. Los de impacto emocional y arrebato colectivo. La temeridad pero,
antes que ella, el valor sin cuento, el toreo en silencio que hace tragar
saliva a todo el mundo, encaje sin red ni apoyos, el descaro en los medios y en
todas las distancias posibles, y por las dos manos.
Pisando siempre terreno minado. De rodillas para
asustar, o para meter sin demora a la gente en la faena y no dejarla salir
después. Y de pie, pues, sin pausas retóricas, las dos faenas, con sus pequeños
baches pero intenso aliento de principio a fin, fueron de llamativa abundancia.
Series de cinco y seis ligados en el sitio. Los cambiados por la espalda o
intercalados, la audacia de una arrucina imprevista, los péndulos un punto
exagerados entre pitones. Por despaciosa, una cara tanda al natural en el
cuarto fue lo de mejor calidad. Dos faenas sin tregua ni alivios ni respiro. La
idea parece tomada de la fórmula Roca Rey, el gran ausente de la semana.
Órdago.
Román se entendió reposado y calmoso toreó con
calma al segundo, que perdió demasiadas veces las manos, y dibujó con la zurda
una espléndida tanda. No estuvo cómodo con el quinto, que, después de tanta
guerra en el caballo, se apalancó. A ese toro le prendió Raúl Martí dos pares
de escuela valenciana, que parecen fáciles pero no. El tercero no fue, por
tardo, toro sencillo y a Luis David le costó enredarse y desenredarse. No se
habían visto manoletinas en las dos corridas previas –la moda está haciendo
estragos este año- y entonces fue. Sin mayor eco. Con el sexto, que remontó
para bien después de banderillas, no hubo acople Si deseos. Deshilvanado, el
trasteo tuvo de fondo el regalo de un clásico de los pasodobles: Dauder.
FICHA DEL FESTEJO
Viernes, 16 de agosto de 2019. San
Sebastián. 3ª de Semana Grande. Estival. Cerrado el párpado de cubierta. 3.000
almas. Dos horas y media de función.
Seis toros de Torrealta (Borja Prado Eulate).
Juan
Leal, vuelta y oreja tras aviso.
Román, silencio tras aviso y saludos tras aviso.
Luis
David Adame, oreja y palmas.
Postdata
para los íntimos.- Parecía imposible urbanizar los ensanches de San
Sebastián para que la ciudad creciera sin perder de vista la bahía con su isla,
que es razón mayor. Pero ha crecido. El duro viaje en autobús de ida a Illumbe
y el interminable de vuelta se alivian cuando se contempla, en la ida, el
arbolado tan frondoso de la Cuesta de Pio Baroja y, en la vuelta, los verdes
espléndidos de Lugaritz. Todos los árboles, salvo las moreras, parecen sanos,
sanísimos. La variedad de especies es sorprendente. La alineación de tilos de
la Avenida de Tolosa es un modelo de paseo para coches. Y, sin embargo, me
quedo con la casta del Antiguo. En la calle Matía se celebró ayer por la mañana
un concurso de tortillas de patatas. Y una gimkana infantil. Y cortaron la
calle hasta la hora de comer. La Zurriola tiene un punto de playa salvaje. En
días de sol, que aquí llaman "buenos", La Concha se pone hasta
arriba. No tanto Ondarreta, que es la playa propia del Antiguo. Pasear al sol
cantábrico. Mejor por la mañana. Los pies en el agua fría.
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