Paco Ureña cuaja una memorable tarde de
puerta grande, apuntalada con una faena superlativa: cuatro orejas de dos
soberbios jandillas de Vegahermosa.
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelasertna
Bilbao
A
Paco Ureña lo paseaban a hombros entre gritos de «¡torero, torero, torero!»
Y lo mecían por la puerta grande. Una formidable apoteosis, un estremecimiento
sideral, la emoción desatada, el destino en sus manos. Como el toreo. Como la
gloria de Jandilla. Que había que cuajar y cuajó. Para borrar cualquier duda,
bordó a Gruñidor. Cuando el sol apagaba sus luces naranjas en las arenas
cenicientas. Lentamente fluyó por sus venas el pulso de la seda. Que conectaba
con la clase absoluta, alegre y generosa del jandilla de Vegahermosa, brindado
a Urdiales. No sé si entre la admiración y el perdón: «Te voy a robar
Bilbao, su corazón y su latido, no sólo la suerte». Imaginen que hubiera
sido así.
Paco
toreó encajado, muy roto, muy él. Ni una sola serie bajó el diapasón desde la
soberbia obertura. Desde los doblones de oro, desde los quebrantos por bajo. La
unidad esférica, la belleza en los vuelos, arrastrados hasta detrás de la
cadera. Una verraquera muy ronca caía en cascada por los tendidos. Hasta que
rodó el toro con el fogonazo de su acero, sin puntilla. Como Matías asomando
los dos pañuelos a la vez. Dos orejas incontestables que sumaban cuatro. Las
otras traían otra historia. Que ahora contaba menos pero habrá que contar.
Ureña
ya se había agarrado a la espada como si le fuera la vida en ello. Encunado
entre los pitones, asido a la empuñadura, cabalgando la muerte, desenterraba la
llave del tesoro. La agitación del trance dramático sacudió la plaza,
disparó la emotividad contenida de la faena y rindió el alma de piedra de
Matías. Quien, ablandado por los tormentosos ecos de la tarde y la noche
anteriores, sucumbió. O todos o ninguno, macho. La llave del tesoro
descerrajó la puerta grande de Bilbao. Antes de que sucediese la apoteosis
indiscutible, estas líneas poseían cierto sentido. Ya no. Queden como
testimonio de la inmediatez.
El
torero lorquino construyó una obra de fases y momentos deslumbrantes sobre la
extraordinaria categoría de un toro de Vegahermosa. De nombre «Ingresado».
Y por hechuras, la armonía. Y esa cara engatillada cargada de perfección. Una
fijeza fabulosa presidió su serio, sereno y profundo modo de embestir. La
bravura sin estrépitos.
Paco
lo abrió por estatuarios. Y de los estatuarios descendieron tres naturales
bíblicos. Y un pase de pecho descomunal. Entró la cosa en una fase cálida con
algún natural cegador y una redonda ronda postrera de derechazos que despertó
en el momento preciso. Antes del pinturero broche de torerías hacia tablas y el
temerario cañonazo de su espada.
De
entre el jari de pancartas contra la administración de Vista Alegre que agita
el sol cada día en los prolegómenos, una brillaba por su leyenda: «¿Dónde está
Morante?» No apareció en esta ocasión el dóberman clon de Odón Elorza a retirar
las más virulentas. Un tipo mal encarado como el jandilla que partió plaza. El
rompeplaza, que dicen ahora los chavales. Diego Urdiales ya sintió el filo de
sus navajas nada más pararlo con el capote, su aliento corto buscando las
ingles. Ni descolgaba, ni se salía de los vuelos. Tan pronto definido, el
cabrón. Demasiado tiempo gastó Urdiales con aquel tigre venenoso. Que lanzaba
zarpazos al esternón. No los suficientes, por lo visto, para descomponer su
torería.
Como
volvió a suceder con el cuarto de ojos bélicos. No los descolgó nunca. Siempre
clavados en Diego. Que jamás volvió el rostro. Una pelea agria. Un toma y daca
desnudo, valiente, sin perder nunca esa honra de enfundarse el vestido de
hidalgo caballero. Un mérito acongojante le acompañó en la batalla.
Le
regaló también muy poco su jandilla a Cayetano Rivera Ordóñez. Pero sí algo más
por el pitón derecho. Lo tapó mucho. Esta vez se le perdona la tauromaquia
externa: el toro se vencía por dentro. Como un perro de presa por la mano
izquierda. Cayetano incluso se atrevió a intentarlo. Muy seguro. Y descarado.
Algunos no le perdonaban aquel gesto de las banderillas con la bandera de
España. Igual se lo hicieron sentir con el bondadoso quinto, al que también
mató con rectitud de hombre. Su contado fondo se quemó en el duelo de quites
con Ureña. Antes de que Paco conquistase el corazón de Bilbao: «Tú lo
entiendes, Diego».
JANDILLA - Diego Urdiales, Cayetano y
Paco Ureña
Plaza de Vista Alegre. Viernes, 23 de
agosto de 2019. Séptima de feria. Casi tres cuartos de entrada.
Toros de Jandilla y tres de Vegahermosa
(3º, 4º y 6º); de diferentes hechuras y seriedades; extraordinarios 3º y 6º de
distinto modo; muy gastado el bondadoso y apagado 5º; complicado y áspero el
2º, más potable por el derecho; infumables los peligrosos 1º y 4º.
Diego Urdiales, de sangre de toro y azabache. Pinchazo
hondo tendido y media estocada tendida (silencio). En el cuarto, pinchazo y
estocada algo contraria (saludos).
Cayetano, de tabaco y oro. Estocada tendida y
descabello (saludos). En el quinto, estocada corta (saludos).
Paco Ureña, de canela y oro. Estocada (dos
orejas). En el sexto, gran estocada (dos orejas). Salió a hombros.
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