Dos
toros extraordinarios de Victoriano del Río para Manzanares, que sale como
triunfador númerico frente al triunfo moral de El Juli.
ZABALA DE
LA SERNA
@zabaladelaserna
Bilbao
Foto: EFE
¡Qué gran tarde de toros! La bravura es tan rica
de matices como el toreo. Vista Alegre expuso sobre su oscuro tapete un
muestrario de joyas. De Soleares a Ruiseñor. De la excelencia a la exigencia.
Firmadas las piezas de alta joyería por Victoriano del Río; engarzadas de muy
distinto modo por José María Manzanares. Que fue el triunfador bifronte, el
conquistador numérico. Puede que el vencedor moral sea, a estas alturas, El
Juli con su precisa sabiduría para construir, hacer y deshacer en el sitio
exacto con dos toros de registros sólo para sus ojos. O sus templadas manos.
Pero convengamos que el absoluto de los elogios
populares recaerá en el viejo ganadero de Guadalix: la vuelta al ruedo en el
arrastre fue la gloria póstuma para Ruiseñor. Que escondía bajo su alunarada
belleza un incendio desatado, una incansable veta brava, una humillación por el
pitón derecho tensa pero superior. Por el izquierdo soltaba una corriente y una
tralla resistente que alguna duda provocó para abrazar sin matices el pañuelo
azul de Matías. Mas lo cierto es que el desarrollo de su lidia fue una
locomotora. Una máquina a todo trapo en el caballo y en el capote de Suso. Que
sudó tinta china.
Paradójicamente, la casta volcánica de Ruiseñor
sacó a Manzanares de su zona de confort de artista consentido para dar lo mejor
de sí. A la fuerza ahorcan. Y el poderío que le exigió el victoriano fue de
aúpa. Chispas saltaban de las primeras series de redondos, calambres por las
espinillas. Su hocico hacía surcos pero había que tirar de él por abajo. El
pecho le iba a reventar al torero. Que en las últimas tandas explotó,
rompiéndose con el toro. Un espadazo de los suyos, una muerte de bravo y una
situación cortante: al pañuelo de la oreja siguió el azul de la vuelta al ruedo
en el arrastre. No hubo más.
En las antípodas, Soleares. Que pedía el toreo de
cante grande. Las hechuras divinas, exactas, bajas, dibujadas a carboncillo por
Dios. Preñado por la excelencia de la bravura aterciopelada. El poder preciso,
es verdad. Un volatín casi trunca sus sueños. José María Manzanares se
contrarió. Después de tanto cuido en el caballo y ahora en un capotazo... El
toro se recuperó de la mala postura en que quedó. Y recobró poco a poco el
resuello. Manzanares le dio sus tiempos y su temple. El toreo de cante grande
ya fue su otra cosa. Como que no. Y es
que se hace complicado que fluya de un cuerpo tan envarado. Sin cintura no hay
compás. Y tampoco brota si no hay reunión. El empaque vestía el magnífico
tempo de embroque que Soleares sostenía. La conducción larga terminaba en oles
tenues. Más rotundos en los pases de pecho y algún cambio de mano. Con su sello
henchido. Molestó el viento y quizá por ello JMM no profundizó en la izquierda.
Una pena. Porque a últimas, ya con la espada de verdad, Manzanares entre las
rayas pegó un natural portentoso, el muletazo más caro de toda la faena, ¡ay!
Un brutal espadazo as usual redondeó todo hasta la oreja. Los números, y la
suerte, le respaldaron...
Pero el refrendo sobre el magisterio de El Juli se
hacía un sentir mayoritario. Qué soberbia tarde dio. Qué precisa sabiduría para
construir, hacer y deshacer con dos toros tan diferentes. Qué inmensidad de
registros, qué portentoso su temple. La faena a aquel astifinísimo, loco y
descompuesto quinto adquirió la dimensión magistral. La explicación del porqué
20 años como máxima figura. El gobierno a través de la suavidad, de los vuelos
arrastrados. De la espera perfecta para darle la confianza. Que nacía de la
verticalidad y el aplomo. Para atarlo, coserlo y bordarlo. Los obligados a la
hombrera contraría sonaban escandalosos. En honor del toro, su respuesta con el
morro por la arena negra. Agradecido pero siempre con lija. La imperfección de
la estocada trasera no desdijo la perfecta sincronía de cabeza y muñecas. La
recompensa fue de una justicia bíblica. Que también se hubiera dado con el
sueltecito toro anterior. Toreado tan a su aire, tan despacio y mecido en su
izquierda. El acero no funcionó entonces.
El lote más cargado y de menos opciones recayó en
un digno Antonio Ferrera. Que sintió en su esternón el aliento carnicero todas
las veces que entró a matar. Cuestión de suerte. De eso fue la tarde.
VICTORIANO DEL RÍO - Antonio Ferrera, El
Juli y José María Manzanares
Plaza de Vista Alegre. Miércoles, 21 de
agosto de 2019. Quinta de feria. Media entrada.
Toros de Victoriano del Río y Toros
de Cortés (3º y 5º), tres cinqueños (4º, 5º y 6º), de diferentes hechuras y
remates en su seriedad; muy bravo y exigente, de superior humillación por
derecho el 6º, premiado con la vuelta al ruedo en el arrastre; extraordinario
de clase y son el 3º; sueltecito y a su aire pero con buen pitón izquierdo el
2º; alocado y agradecido el 5º; el 1º no humilló ni de dio y el 4º fue muy
mirón y durito.
Antonio
Ferrera, de azul pavo y oro.
Pinchazo, estocada desprendida y delantera y descabello (silencio). En el
cuarto, pinchazo, media estocada baja y tres descabellos. Aviso (silencio).
El
Juli, de verde hoja y oro.
Pinchazo, estocada y dos descabellos (saludos). En el quinto, estocada muy
trasera (oreja).
José
María Manzanares, de sangre de
toro y oro. Gran estocada al encuentro (oreja). En el sexto, gran estocada algo
delantera (oreja).
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