El
maestro de Chiva cuaja una faena de ensueño e indulta un toro de clase
extraordinaria de Juan Pedro Domecq en su histórico regreso a los ruedos para
salir a hombros con Manzanares.
ZABALA DE
LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL
MUNDO de El Puerto de Santa María
Cuando a las ocho en punto de la tarde Enrique
Ponce pisaba la arena de El Puerto, una leve sonrisa asomó en su tenso gesto.
El éxito, la victoria, la gloria conquistada en la recompensa de volver. Cinco
meses de dura lucha, la estricta rehabilitación contra la rodilla catastrófica
y el reloj. A sus 48 años, 30 de alternativa y 5.000 toros tumbados, América
rendida, España seducida, nada por ganar y todo por perder, Ponce irradiaba la
satisfacción interior que le inundaba el estómago de mariposas.
El regreso del incombustible Minotauro de Chiva,
del hombre tranquilo que habita en el veterano torero, conmovía como la banda
sonora que flotaba en su habitación del hotel Monasterio: Throw de years («A
través de los años»), de Kenny Rogers, definía el momento íntimo de la
reaparición antes de partir hacia la Real Plaza. Que esperaba con su crepitar
de estío.
El coso portuense sonó clamoroso al sentir al
maestro en pie. Que enfundado en el mismo terno blanco y azabache del infausto
18 de marzo agradeció con un inmenso abrazo. Ni los compases del Himno de
España previo, como celebración de la milagrosa inauguración de la temporada en
El Puerto, emocionaron tanto: el milagro de Ponce y el milagro de que
finalmente hubiese toros se juntaban.
Osadio,
el número 124 de la bonita, pareja y apretada corrida de Juan Pedro Domecq, fue
el elegido dentro de la bolita de EP para oficializar su vuelta. Bajo, negro,
hechurado, remató empujado por la inercia en el burladero de capotes y se
partió la vaina del pitón izquierdo y se escachifolló el derecho. Por donde se
vencía en las verónicas bien voladas que adquirieron su plenitud zurda. Como la
media o el quite a pies juntos. Y, sin embargo, avanzada la faena, por la mano
diestra le dio el ritmo y la continuidad a un viaje tacaño. De más repetición
que generosidad. Siempre por dentro aun obedeciendo a los toques. Una prueba.
Que superó físicamente con sensaciones positivas y momentos de tacto que
remontaron un par de desarmes. Los músicos precipitaron la interpretación de la
B.S.O. de La Misión. Apuró Ponce incluso lo que no había en el correoso
juampedro. Pero la espada se hundió por los blandos.
De la clase añorada estaba preñado Fantasía, el castaño y altito cuarto de
Juan Pedro que venía pidiendo caricias. Y Enrique Ponce lo meció en un mar de
seda, en un oleaje de ellas. Que sacaron la calidad del toro en una marea
creciente, bajo los compases del Concierto de Aranjuez. Ponce desmayaba los
muletazos, su figura entera, la naturalidad infinita. El temple de siempre, la
música en sus muñecas. Una sinfonía del este extraterrestre en la tierra. Que
genuflexo cargó la suerte sobre su rodilla reconstruida en temerarios
circulares invertidos. Una locura invadía El Puerto de Santa María por
bulerías. El manicomio desatado comenzó a pedir el perdón de la vida de Fantasía y su calidad derramada. Y Ponce
seguía y seguía con el poemario, abandonado pero con el objetivo de conquistar
su indulto número 53. El volcán estalló contra el palco. Que rindió su pañuelo
naranja. Antes de toda polémica al uso, gloria a Enrique Ponce. A un torero de
época, renacido de sus cenizas. Para continuar batiendo récords y haciendo
historia. El Minotauro de Chiva ha vuelto. El paseo de las dos orejas
simbólicas fue un delirio. Como si sonase de nuevo A través de los años. Y
van... Por un tendido descendió su pequeña hija Bianca como si fuera una
aparición celestial.
No regaló nada a Morante de la Puebla un colorado
que le buscó las zapatillas por debajo del capote, revoltoso y pendenciero. Un
puyazo a ley arregló el cuerpo pero no la voluntad de ir hacia delante. Apretó
a Carretero a la salida de un par hasta hacerle saltar la barrera con agonía.
El derrote que partió las tablas no alcanzó por milésimas al buen torero de
plata. Que cayó mal. Ni levantarse pudo ya entre barreras. Cuando todo apuntaba
a la brevedad, Morante hizo de tripas corazón y un esfuerzo considerable,
buscándole las vueltas en redondos de fibra, empaque y arrebato.
No dio ni para eso un manso quinto que completaba
el lote más lindo y podrido. Ahora José Antonio sí tiro por la calle de en
medio: la gente no lo entendió y ardió Troya en una bronca descomunal.
Con una estocada de libro reventó José María
Manzanares al número 19. De aquel brutal espadazo salió muerto el encastado
toro. Que arreó lo suyo de principio a fin. Derribó con riñones la cabalgadura
de Francisco de María hasta derribar. Y galopó en banderillas para gozo y
disfrute de Suso. Manzanares ligó tandas voltaicas de derechazos eléctricos.
Tres trepidantes rondas. Entre oles ajenos, voces propias y complicados
equilibrios. La izquierda del juampedro soltaba veneno. Tralla y tornillazos. Así
que el cierre fue por donde correspondía, ya más gastado el temperamento. Luego
vino el acero mortal y la oreja que dicta su ley.
Para despedir la tarde-noche, saltó como broche un
sexto de categoría y fondo de terciopelo. A José María Manzanares le tocaron
Orobroy versión piano. Más no se contagió la faena de compás: todo es como un
continuo esfuerzo en el que, a cada rato, Manzanares parece que se fuera a
caer. Otra vez la espada como tapabocas. Otra oreja a la ley de su espada. Para
acompañar a hombros a un tal Enrique Ponce. Un fenómeno sin fecha de caducidad.
JUAN PEDRO DOMECQ - Enrique Ponce,
Morante de la Puebla y José María Manzanares
Plaza de toros de El Puerto. Sábado, 10 de
agosto de 2019. Apertura de temporada. Tres cuartos largos de entrada.
Toros de Juan Pedro Domecq, parejos y bonitos; de clase extraordinaria el
indultado 4º; pegajoso el 1º; agarrado al piso el 2º; encastado el 3º,
complicado por el izquierdo el 5º; notable el 6º.
Enrique
Ponce, de blanco y azabache.
Media estocada baja (saludos). En el cuarto, dos orejas simbólicas. Salió a
hombros.
Morante
de la Puebla, de azul pavo y oro.
Pinchazo y media estocada (saludos). En el quinto, pinchazo y estocada corta
(bronca).
José
María Manzanares, de gris perla y
azabache. Gran estocada (oreja). En el sexto, estocada en la suerte de recibir
(oreja). Salió a hombros con Ponce.
En cuadrillas, José Miguel González
"Suso" saludó tras banderillear al tercero.
En la enfermería fue asistido José Antonio
Carretero de "luxación de tobillo de grado dos, pendiente de estudio
radiológico".
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