jueves, 29 de agosto de 2019

Manolete anunció su retirada un mes antes de su muerte: «Tengo hambre de vivir la vida»

Se cumplen 72 años de la cornada mortal del torero en Linares, una muerte que conmocionó a España entera.
 
ROSARIO PÉREZ
@CharoABCToros
Diario ABC de Madrid

«Manolete ya se ha muerto. Muerto está que yo lo vi» (K-Hito, 1947). Aquel agosto la parca que tantas tardes había barbeado las tablas de un torero de valor descomunal se hizo mortal y rosa en Linares. Manuel Rodríguez «Manolete» se había vestido aquella tarde en el hotel Cervantes, en la habitación número 42. Dice la leyenda que Manolete llevaba la muerte escrita en la cara antes de pisar el ruedo de Linares.

La carroza fúnebre se adelantó al coche de cuadrillas el verano de 1947. Aquella madrugada del 29 de agosto se alarga a través de los tiempos como un retrato agudo de Hopper o como el Greco hecho torero. Manolete era el personaje de rostro pálido, «marcado para el luto y el dolor» como el toro de Miguel Hernández. Vestido de inmortal y rosa, era el ciprés que se ceñía la muerte a la cintura. Y la parca le esperó a deshora para coronarle héroe por los siglos de los siglos. La España de la posguerra, el hambre y la penuria, que empeñaba lo que no tenía para ver al Monstruo cordobés, perdió aquel mes sangriento al símbolo de una época.

La corrida de Miura comenzó a la lorquiana hora de las cinco en punto de la tarde. El público le obligó a saludar una ovación tras el paseíllo, pero no tuvo suerte con su primero. El segundo de su lote enseñó sus aviesas ideas desde el saludo. «Islero» se llamaba, herrado con el número 21. Su gente le pedía que abreviera, pero Manuel Rodríguez quiso demostrar su condición de figura.

La muerte de Manolete en agosto del 47 corrió como la pólvora por la piel de toro. ABC la llevó a su portada con tres fotos: un retrato del torero, un natural y una estampa con su madre, Doña Angustias.

La crónica de ABC relata que Manolete vio enseguida las malas condiciones de «Islero», pero enseñoreó su raza de figura y su infinito amor propio, en personales muletazos y unas manoletinas tremendas. Cuentan que marcó mucho el volapié y que la espada se hundió a la vez que el cuerno. Una cornada seca y final. Como esculpió Agustín de Foxá, estaba el miura «sin siglo, eterno; con sus duros cuernos» y su muerte española preparada.

Aquellas dagas astigordas y macabras han dado pie a páginas y páginas cargadas de historias, al igual que la transfusión de un plasma defectuoso de la II Guerra Mundial. Dicen que la cabeza del toro fue descuartizada antes de que Manuel Rodríguez pronunciase sus últimas palabras: «Qué disgusto se va a llevar mi madre». Doña Angustias, que así se llamaba, no llegó a tiempo para despedirse de su hijo. Más cerca se encontraba la otra mujer de su vida, Lupe Sino, aunque aseguran que no pudieron despedirse en el lecho de la tragedia por temor a un matrimonio «in articulo mortis».

Según relata Fernando González Viñas en «Manolete, biografía de un sinvivir», la manaña de la tragedia el Monstruo cordobés había recibido en su habitación del hotel, «en pantalón de pijama», a los periodistas K-Hito y Bellón: «Les dice que le gustaría que ese festejo fuese el cierre de la temporada. Lúgubre premonición. Incide después en la dureza de su profesión, la exigencia cada vez mayor del público, y cuando la entrevista deriva en una posible boda con Lupe Sino, responde:

"No le tengo miedo. Creo que es el estado perfecto del hombre, pero yo no sé hasta qué punto sería un buen marido..."».

«No hay que olvidar la rabia de nosotros, los artistas, cuando nos vemos insultados por una muchedumbre de cobardes, que no tienen respeto para el hombre que se está jugando la vida»

En este mismo libro se recoge un fragmento de la entrevista que le realizó El Caballero Audaz en julio, donde Manolete anunciaba que se retiraría al finalizar la temporada:

«-Me retiro profesionalmente al final de esta temporada.

-¿Por qué?

-En realidad, y tal vez únicamente, ¡el hambre que tengo ya de vivir la vida y no continuar siendo un muñeco y un esclavo de ella! La existencia que llevamos los toreros es muy triste, aunque el público crea lo contrario. La vida que hacemos es peor que la de los anacoretas; no sacamos de ella ningún jugo; de un lado para otro, sin descansar en ninguna parte, cargados de angustia, llevando a cuestas la vergüenza de las tardes malas, cuando el público se convierte en una fiera ululante de terrible crueldad, que no quiere ver las razones que hemos tenidos para no hacer faenas brillantes a un toro que está huido, que no embiste, que da cornás a diestro y siniestro, que está queado o que, muchas veces, está toreao antes de llegar a la plaza. El público no quiere saber de razones. Ha ido a divertirse, para eso ha pagado caro y no tolera la menor vacilación ante el toro, como si la vida nuestra no valiese na. Es muy dura, ¡muy dura! esta profesión, porque no hay que olvidar la rabia de nosotros, los artistas, cuando nos vemos insultados por una muchedumbre de cobardes, que no tienen respeto para el hombre que se está jugando la vida».

Manolete, el IV Califa del Toreo, había tomado la alternativa en Sevilla el 2 de julio de 1939. Tres meses después, el 12 de octubre, ratificó el doctorado en Las Ventas. Precisamente en Madrid cuajó una faena para la historia al toro «Ratón», en la Corrida de la Prensa de 1944. Su majestuosa personalidad siempre estuvo presente, como esa manera de andarle a los toros. Una cornada de espejo herró en su rostro «una especie de callo en mi fisonomía de adolescente enfermizo, una mueca amarga en la comisura de mis labios que me da seguridad», en palabras reflejadas en «Mañana toreo en Linares», de François Zumbiehl.

Algunos culparon a los doctores de su adiós. Tico Medina lo explicaba así en «El día que mataron a Manolete»: «No había cojones para cortarle la pierna a Manolete. ¿Y sabe usted por qué? Porque nadie se imagina a Dios con una pierna menos».

El Monstruo de Córdoba necesitaba una muerte de héroe.

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