martes, 15 de agosto de 2017

SEMANA GRANDE EN SAN SEBASTIAN – TERCERA CORRIDA: Enrique Ponce, el maestro de la paciencia inagotable

El veterano torero de Chiva persigue y acorrala el triunfo con un lote sólo apto para sus manos; Cayetano también corta una oreja a un gran toro de José Vázquez; Hermoso de Mendoza pincha una gran actuación.
 
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna

El golpe de calor que aplastaba San Sebastián derretía la gélida sensación causada por la retirada de Morante. Y Manzanares en casa con las vértebras recolocadas a bisturí. Es como si se fundiera la temporada cual cubo de hielo al sol de agosto. La cúpula rota de Illumbe, sellada a cal y canto, convertía la plaza en un crematorio. Un infierno que cientos de abanicos trataban de combatir con su aleteo. Miles de almas ardían.

Ni el optimismo que desprendía la esperanzadora entrada -frisaba los tres cuartos del aforo- levantó la apertura de Pablo Hermoso de Mendoza. El fallo con el rejón mortal, tan impreciso como los rejones de castigo, lastraron una faena que había tomado vuelo con precisión en banderillas. Sobre Berlín había bordado Pablo I de Navarra al buen toro de Ángel Sánchez.

Si bueno fue aquél, extraordinariamente bravo resultó el ligero cuarto. Su manera de galopar y arrear obligó a Hermoso a sacar toda su raza de figura. Vibrante y por momentos eléctrica faena. Certera y emotiva. Disparate y Donatelli se emplearon a fondo. El maestro de Estella lanzado y volcado con las cortas a lomos de Nevado. Como dardos al corazón de la plaza. De nuevo en la hora final, Pablo se encasquilló. El hervidero apagó su fuego. Descabalgado y erguido, el caballero navarro le tocó las palmas a Bailador.

En el ecuador de la tarde, a la muerte de los dos toros de la lidia a pie, el balance caía del lado de Enraizado. Un cinqueño de divinas hechuras y clase superior. Aquella suavidad almibarada, tan humillada y despaciosa, la había catado Cayetano en un quite a la verónica. Como compañero de apoderamiento, brindó el dulce a López Simón. En el principio de faena, el toro volvió a planear con estilo. De categoría especial por el izquierdo, cuando Rivera soltó brazo y muñeca. La académica obra se desarrolló con corrección exterior y al hilo. La espectacularidad del espadazo en la suerte de recibir desembocó en una muerte fulminante: la baja colocación de la espada debió de pasar inadvertida para la mayoría. Así que la afición donostiarra desató la pañolada por Cayetano y apenas ovacionó a Enraizado.

Es de suponer que cuando Enrique Ponce vio la entrega del trofeo, su cabreo subiría de grados. A Ponce la presidencia se lo había negado. O el usía contó los pañuelos con matemática exactitud o descontó de la petición el espadazo en los blandos. Como con un bajonazo similar premió luego a Cayetano, la hipótesis última queda descartada. Serían los pañuelos pues. O que la faena del maestro de Chiva al grandón y huidizo segundo de descompesado cuerpo -muy cargado y altón el tren delantero, agalgado y sin barriga el posterior- no le pareció meritoria ni con todo lo que enceló las fugas. Siempre con las muleta puesta desde los doblones educadores; siempre sin soltar la embestida; el toreo rehilado como un ovillo. Y el torero como eje de la bovina. Y así hasta que quedó sin carrete el toro como EP sin reloj. Como en desagravio, la figura más longeva del escalafón se dio una vuelta al ruedo tan parsimoniosa como aquellas notables verónicas de la salutación.

El empeño en la persecución de la oreja siguió con un quinto hondo y cuajado -¿cómo enlotaron?- de trémulo poder. Enrique Ponce en las medias alturas, en el unipase después, en el trato y en el mimo, en la perseverancia y en las pausas, fue el amo de la paciencia inagotable que evitaba el derrumbe. Incluso casi hace embestir a la noblota mole al natural, por donde más le costaba. Pero no. Unas seudoponcinas de despedida y un arrimón agónico como últimos giros de la extensión del metraje. El aviso sonó. Un pinchazo, una estocada rinconera y la ansiada oreja. Como para decirle que no.

El sexto completó la pareja de cinqueños para Cayetano, que igual se enlotó por edad. O por edad y apariencia. Desigual reparto. Era una birria con el baile de San Vito que se movía mejor al natural. Rivera, descalzo y descarado, le dio muchos pases. Ninguno para el recuerdo. Por actitud no quedó.

ÁNGEL SÁNCHEZ y JOSÉ VÁZQUEZ | Hermoso de Mendoza, Ponce y Cayetano
Toros de Hdros. de Ángel Sánchez para rejones (el buen 1º y el muy bravo 4º) y José Vázquez, dos cinqueños (3º y 6º), muy desiguales, grandones el mansito y huidizo 2º y sin poder el noblón 5º; muy bien hecho el magnífico 3º; estrecho y flojo el 6º.
Hermoso de Mendoza, pinchazo, medio rejón y rejonazo (silencio). En el cuarto, dos pinchazos y rejonazo (saludos).
Enrique Ponce, de sangre de toro y oro. Estocada baja. Aviso (petición y vuelta al ruedo). En el quinto, pinchazo y estocada rinconera. Aviso (oreja).
Cayetano, de purísima y oro. Estocada baja en la suerte de recibir (oreja). En el sexto, estocada atravesada y descabello (ovación de despedida).
Plaza de Illumbe. Lunes, 14 de agosto de 2017. Tercera de feria. Casi tres cuartos de entrada.

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