El veterano torero de Chiva
persigue y acorrala el triunfo con un lote sólo apto para sus manos; Cayetano
también corta una oreja a un gran toro de José Vázquez; Hermoso de Mendoza
pincha una gran actuación.
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
El golpe de calor que aplastaba San Sebastián derretía la
gélida sensación causada por la retirada de Morante. Y Manzanares en casa con
las vértebras recolocadas a bisturí. Es como si se fundiera la temporada cual
cubo de hielo al sol de agosto. La cúpula rota de Illumbe, sellada a cal y
canto, convertía la plaza en un crematorio. Un infierno que cientos de abanicos
trataban de combatir con su aleteo. Miles de almas ardían.
Ni el optimismo que desprendía la esperanzadora entrada
-frisaba los tres cuartos del aforo- levantó la apertura de Pablo Hermoso de Mendoza.
El fallo con el rejón mortal, tan impreciso como los rejones de castigo,
lastraron una faena que había tomado vuelo con precisión en banderillas. Sobre
Berlín había bordado Pablo I de Navarra al buen toro de Ángel Sánchez.
Si bueno fue aquél, extraordinariamente bravo resultó el
ligero cuarto. Su manera de galopar y arrear obligó a Hermoso a sacar toda su
raza de figura. Vibrante y por momentos eléctrica faena. Certera y emotiva.
Disparate y Donatelli se emplearon a fondo. El maestro de Estella lanzado y
volcado con las cortas a lomos de Nevado. Como dardos al corazón de la plaza.
De nuevo en la hora final, Pablo se encasquilló. El hervidero apagó su fuego.
Descabalgado y erguido, el caballero navarro le tocó las palmas a Bailador.
En el ecuador de la tarde, a la muerte de los dos toros de
la lidia a pie, el balance caía del lado de Enraizado. Un cinqueño de divinas
hechuras y clase superior. Aquella suavidad almibarada, tan humillada y
despaciosa, la había catado Cayetano en un quite a la verónica. Como compañero
de apoderamiento, brindó el dulce a López Simón. En el principio de faena, el
toro volvió a planear con estilo. De categoría especial por el izquierdo,
cuando Rivera soltó brazo y muñeca. La académica obra se desarrolló con
corrección exterior y al hilo. La espectacularidad del espadazo en la suerte de
recibir desembocó en una muerte fulminante: la baja colocación de la espada debió
de pasar inadvertida para la mayoría. Así que la afición donostiarra desató la
pañolada por Cayetano y apenas ovacionó a Enraizado.
Es de suponer que cuando Enrique Ponce vio la entrega del
trofeo, su cabreo subiría de grados. A Ponce la presidencia se lo había negado.
O el usía contó los pañuelos con matemática exactitud o descontó de la petición
el espadazo en los blandos. Como con un bajonazo similar premió luego a
Cayetano, la hipótesis última queda descartada. Serían los pañuelos pues. O que
la faena del maestro de Chiva al grandón y huidizo segundo de descompesado
cuerpo -muy cargado y altón el tren delantero, agalgado y sin barriga el
posterior- no le pareció meritoria ni con todo lo que enceló las fugas. Siempre
con las muleta puesta desde los doblones educadores; siempre sin soltar la
embestida; el toreo rehilado como un ovillo. Y el torero como eje de la bovina.
Y así hasta que quedó sin carrete el toro como EP sin reloj. Como en
desagravio, la figura más longeva del escalafón se dio una vuelta al ruedo tan
parsimoniosa como aquellas notables verónicas de la salutación.
El empeño en la persecución de la oreja siguió con un quinto
hondo y cuajado -¿cómo enlotaron?- de trémulo poder. Enrique Ponce en las
medias alturas, en el unipase después, en el trato y en el mimo, en la
perseverancia y en las pausas, fue el amo de la paciencia inagotable que
evitaba el derrumbe. Incluso casi hace embestir a la noblota mole al natural,
por donde más le costaba. Pero no. Unas seudoponcinas de despedida y un arrimón
agónico como últimos giros de la extensión del metraje. El aviso sonó. Un
pinchazo, una estocada rinconera y la ansiada oreja. Como para decirle que no.
El sexto completó la pareja de cinqueños para Cayetano, que
igual se enlotó por edad. O por edad y apariencia. Desigual reparto. Era una
birria con el baile de San Vito que se movía mejor al natural. Rivera, descalzo
y descarado, le dio muchos pases. Ninguno para el recuerdo. Por actitud no
quedó.
ÁNGEL SÁNCHEZ y JOSÉ VÁZQUEZ | Hermoso de Mendoza, Ponce y Cayetano
Toros de Hdros. de Ángel Sánchez
para rejones (el buen 1º y el muy bravo 4º) y José Vázquez, dos cinqueños (3º y 6º), muy desiguales, grandones el
mansito y huidizo 2º y sin poder el noblón 5º; muy bien hecho el magnífico 3º;
estrecho y flojo el 6º.
Hermoso de Mendoza, pinchazo, medio rejón y rejonazo
(silencio). En el cuarto, dos pinchazos y rejonazo (saludos).
Enrique Ponce, de sangre de toro y oro. Estocada baja.
Aviso (petición y vuelta al ruedo). En el quinto, pinchazo y estocada
rinconera. Aviso (oreja).
Cayetano, de purísima y oro. Estocada baja en la
suerte de recibir (oreja). En el sexto, estocada atravesada y descabello
(ovación de despedida).
Plaza de Illumbe. Lunes, 14 de agosto de 2017. Tercera de feria. Casi
tres cuartos de entrada.
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