ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
El adiós de Morante de la Puebla deja una estela de tristeza
y orfandad. Es el último genio, una amalgama de viejas tauromaquias, el sonido
de lo antiguo. Morante no se resume sólo en el arte con mayúscula. "En el
toreo lo que no es arte se olvida", dijo en una lejana entrevista una
tarde crespuscular antes de desencadenar en Ronda un aquelarre de inspiración.
"Al toro le entrego mi sufrimiento", declaró en otro encuentro
periodístico. Y José Antonio Morante Camacho sabe lo que es sufrir, desgarrarse
y vaciarse, hundirse y fundirse, en las arenas del miedo.
Quienes hablan de su capacidad para elevarse a los cielos y
de sus bajadas a los infiernos -capaz de lo mejor y de lo peor, resumen-
denostan toda la torería y los recursos añejos que esconden sus naufragios. Y
el valor.
Morante conoce al toro más allá de las musas. Y la técnica
prodigiosa, la que no se ve. Y la historia del toreo, la que se ha olvidado. Es
Belmonte y es José. Y Rafael (el Gallo y el Paula). Morante es muy grande y muy
hondo. Por eso, las explicaciones de su marcha suenan demasiado superficiales.
Los presidentes, los veterinarios, el tamaño del toro contra el arte...
Precisamente minutos después de apagarse las luces en El
Puerto de Santa María con todo muy cuidado, elegido y bajo el brazo. Las cosas
no salieron, una vez más. Y El Juli huracanado que barrió la plaza de Gallito.
La desilusión del genio con la suerte negada todo el año también se respiró el
sábado pasado en San Sebastián, donde quizá se fraguara ya el espoletazo de su
drástica determinación: la fea corrida de Zalduendo (el hierro de sus
apoderados, la selección de su equipo de campo, ¡ay!), ni seria ni bonita,
causó profunda mella en su ánimo, ya tocado de cierto abandono. Como su fondo y
su físico, o el fondo físico, de cuando uno no está. Y dos toros a la contra
una vez más.
Nada de esto deriva de presidentes y veterinarios que, por
otra parte, tampoco empujan a favor del toreo. La eterna canción.
La decisión de Morante, cuentan, no es tan precipitada ni
fruto de un solo golpe de frustración. Que algo se veía venir por sus palabras
de hartazgo, hastío y aburrimiento. No sólo por su pésimo fario. Desde su
círculo íntimo filtran la tirantez con su entorno profesional. Y la racha
aciaga que se extendía a las taquillas. Y todo a la vez cansa, lastra y
desespera.
Sevilla vuelve a quedarse huérfana a la sombra del bronce de
Curro. Veinte años de alternativa y tres retiradas. Los esfuerzos morantistas
del penúltimo abril como lecciones no premiadas de un torero único e
irrepetible en lucha contra su mal bajío. El albero de la Maestranza que en
2016 proyectó la última faena inmarcesible en plaza de categoría, cuando se
acababa la feria y apareció un toro de Cuvillo como un milagro. Desde entonces,
el vacío hasta el diciembre mexicano. Y luego la nada en los escenarios de
rango mayor. Su intranscendente vuelta a Madrid tras un año de ausencia, por
ejemplo. El arte desasistido de fortuna. Ojalá cuando doble el calendario, la
luz regrese a Morante. ¡Oh, aquella luz de México!
El elogio del toreo al paso del último genio que ahora se
va.
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