El
peruano cae de pie en su presentación en Bilbao con un gran toro de Jandilla y
corta una oreja a cada uno de su lote.
ZABALA DE
LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL
MUNDO de Madrid
La expectación alcanzó la entrada más notable de
las Corridas Generales hasta la fecha. Juli es mucho Juli en Bilbao; Roca Rey
se presentaba -aunque el debut fue en el festival de junio-; y Miguel Ángel
Perera sustituía en justicia al retirado Morante. El azul de las localidades
vacías rebajó considerablemente su desagradable presencia. Como reflejo, la
intensidad de ese otro azul de la divisa de Jandilla. ¿O es idéntica la
tonalidad?
La movilidad mal entendida caracterizó al castaño
jandilla desde que acometió el capote de El Juli: la cara suelta, los derrotes,
el genio. Sus bajas hechuras, sus estrechas sienes y su armonía prometían otra historia.
No corrigió ninguno de sus defectos en la muleta. Es más: los incrementó por el
pitón izquierdo con afilado peligro. Las astifinas puntas por encima del
palillo como dagas voladoras. Juli quiso darle ritmo y matar el muletazo por
abajo para evitar los tornillazos. Ni una cosa ni la otra en series que
concluían meritoriamente limpias. Llamó el torero la atención al callejón
cuando el toro se distrajo con las inquietudes del burladero. Volvió a suceder
al atacar el volapié. La estocada quedó a medias, perpendicular y caída de la
cruz.
Como hermano gemelo del primero parecía el
segundo. También tocado arriba de pitones. Otro comportamiento pero la misma
falta de humillación. De otro modo por la ausencia de poder. Menos aristas
cortantes en su obediencia a la vez. Miguel Ángel Perera entró en un puesto que
merecía. La remontada del año y los últimos triunfos apuntalaban la
sustitución. Perera conjugó la distancia con las pausas entre series. Y en
ellas, las alturas. Sin apretar nunca en los derechazos. Primaba el temple en
el largo trazo. A pesar de todas las ayudas, el jandilla no respondió al
natural. Sonó la hora de la ofensiva definitiva: la quietud pererista a
ultranza en los circulares invertidos, en las trenzas y los ochos. Un arrimón
de ley. El pinchazo quebrantó la convicción; la estocada rinconera ató el
reconocimiento de la ovación como premio de consolación.
Un espadazo de órdago catapultó el debut de Roca
Rey en Bilbao. De la rotundidad de la suerte, rodó el enfibrado jabonero. El
volapié en sí mismo valió la oreja. Como la vieja norma dictaba. El jandilla
había humillado como ninguno de los anteriores. A los vuelos pero sin salirse
de ellos. Roca Rey arrancó por cambiados y por alto y tiró de la noble
embestida luego para prolongar hasta donde no daba. Para sacarle el punto más a
la repetición que se quedaba encima. El entonado nivel, no más, estalló en la
empuñadura de su acero. Que ya está escrito.
Juli le puso todo, o casi, al negro, altón, hondo
y feote cuarto de trémulos apoyos. Fernando Pérez escapó de milagro cuando a la
salida de su par cayó a merced. De la ciencia julista nacieron el tacto, el
trato y la paciencia. Pulso y sitio para afianzar al jandilla, que se lo
agradeció. Lo cosió a la muleta y le extrajo el fondo boyante que escondía.
Metiendo en coordinada sintonía al toro y a la plaza en la faena. Por una y
otra mano la espera. Afinada la izquierda, serena la derecha. La suavidad como
clave para romper aquello hacia delante. Vista Alegre se entregó a tanta
entrega como una sola voz. Un extenso invento del Juli. El aviso como
reglamentario recordatorio. Cuando se presentía la gloria, la espada renegó
como Pedro. Tres veces. La ovación bajó por los tendidos como una rotunda
catarata de exaltación.
El galope del quinto en banderillas atisbaba la
casta añorada. Javier Ambel majó dos pares vistosísimos. Miguel Ángel Perera y
Roca Rey ya habían rivalizado en quites. Por chicuelinas y caleserinas,
respectivamente. El ritmo trepidante lo sostuvo el jandilla sólo en el
principio de faena. Sin terminar de descolgar. De los explosivos péndulos pasó
MAP a su poderosa mano diestra. La raza prometida del toro desapareció en tres
series. Si no antes. El diapasón se encogió como la anatomía del bruto. Que
además a izquierdas descolgó aún menos. La firmeza de Perera derivó en tesón
estéril. Un recado presidencial. De nuevo pinchó con escasa fe. Una sola vez no
impidió que Bilbao le empujase al tercio.
Para cerrar el último capítulo, Jandilla reservaba
el toro de la corrida. Impresor respondió con categoría. Por abajo todo, la
hondura, la calidad, la bravura de verdad. Roca Rey volvió a volar alto en una
faena de creciente acople e intensidad. Los estatuarios como punto de partida.
La derecha embrocada como fundamento que tardó alguna ronda que otra en aflorar;
la figura aplomada, acinturada, rota y a más. Impresor sellaba hasta el final
el toreo del peruano, que vuelve a ser él. El pulso también regresará a la
izquierda. Tiempo al tiempo. Si no agarra hueso, caen las dos orejas. Una de
enorme peso le relanza.
JANDILLA | El Juli, Perera y Roca Rey
Toros de Jandilla, serios en sus diferentes hechuras; extraordinario el 6º;
humillador el noble 3º sin irse; desabrido de violento derrote el 1º; boyancón
y a más el 4º; obediente sin descolgar el 2º; a menos el 5º de trepidante
inicio.
El
Juli, de gris perla y oro. Media
estocada perpendicular y desprendida (silencio). En el cuarto, tres pinchazos,
estocada rinconera y descabello. Aviso (saludos).
Miguel
Ángel Perera, de gris plomo y
oro. Pinchazo y estocada desprendida (saludos). En el quinto, pinchazo y
estocada trasera. Aviso (saludos).
Roca
Rey, de pizarra y oro. Gran
estocada (oreja). En el sexto, pinchazo y estocada (oreja).
Plaza de Vista Alegre. Martes, 22 de agosto
de 2017. Cuarta de feria. Tres cuartos de entrada.
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