Paco
Ureña también corta una oreja como el riojano y el sevillano con una
victorinada diferente por su contado poder y su bondad.
ZABALA DE
LA SERNA
@zabaladelaserna
Diario EL
MUNDO de Madrid
El verbo fluido y trepidante de Marco Rocha
presentó la corrida de Victorino Martín en el apartado en la mañana gris. Tan
clásico, serio y distinto. Puro Bilbao. Rocha comunica con tensión y pasión. Su
speech se antojó corto, concentrado y cargado. Un repaso centelleante a la rica
historia de los victorinos en el Bocho.
«Bohonero» se quedó como hipnotizado del eco de
sus antepasados y no quería atravesar la puerta de los chiqueros. Una descarga
de vatios le empujó a su destino en la tarde, las manos de Diego Urdiales. A
Diego lo recibieron en su plaza con una calurosa ovación. El largo y cuajado
cárdeno de la A coronada fue como un jarro de agua fría. Como en los corrales
matutinos, se negó a pasar. En el capote quedándose por debajo y en la muleta
sin irse de la suerte. Correoso, duro y avisado. Diego le cambió los terrenos
en actitud de brega. Y le abrió faena sobre las piernas, castigador, muy
torero. Cuando planteó las cosas con rectitud por una y otra mano, la violenta
respuesta dinamitaba la composición. Los derrotes como ganchos al pecho y a los
costados. Perseguía a la presa además. Ni modo. La resolución por la cara, el
macheteo y los viejos recursos abreviaron el sufrimiento.
Otras hechuras portaba el segundo. Vuelto de
pitones, hocicudo, levantado del piso, de líneas estrechas. El comportamiento
diferente también: humillaba. Manuel Escribano jugó los brazos fácil a la
verónica y banderilleó con tino y exposición en un par al sesgo y otro tremendo
al quiebro y al violín. El toro tendió siempre a dormirse en los engaños.
Escribano brindó a El Juli y le halló el pulso al natural. La muleta lacia y en
espera. Muy despacio. Como la embestida sucedía. Ni siquiera ese empuje asomó
por el pitón derecho. La espada encontró hueso hasta en dos ocasiones. Un
aviso. Media estocada dejó al victorino muerto en pie. Necesitó del descabello.
Paco Ureña ofreció su montera a Isabel Lipperhide,
hija de la inolvidada Dolores Aguirre, la dama de hierro. El victorino
ofrendado andaba en las antípodas del carácter de la llorada ganadera bilbaína.
Sin poder ni fuerza, perdía las manos con reiteración. Ureña buscó la suavidad
y las alturas a aquella embestida de inicio más descolgado que final. Por la
izquierda principalmente el hallazgo. De mitad de faena en adelante. Difícil la
continuidad el gazapeo del toro también. Pero Ureña se sintió con su peculiar
estilo en los dos o tres que admitía. A base de pequeñas perlas y colocación,
sostuvo al victorino. Que finalmente permitió el toreo en redondo como su
trémulo andamiaje no aguantaba en los albores de la obra. Una estocada perfecta
le entregó una oreja ganada entre los algodonales del murciano.
Diego Urdiales talló al veleto cuarto cinco
esculturas a la verónica con eco de antiguos lances. Urdiales regaló una faena
que hundía sus raíces en el más puro clasicismo. Afianzó al victorino en sus
nobles virtudes. De mejor humillación en los embroques que en los finales, el
trato a favor lo potenció. La derecha enseñó el camino del temple. Y la
izquierda explotó con el peso de lo auténtico. El pecho, la cintura, el mentón.
Urdiales toreaba con el cuerpo y el alma fundidos. Perdiendo pasos para
oxigenar la embestida y moldeándola con la eternidad del compás. Torear a
compás. Esa cosa. El toreo de cadera a cadera y más allá. Rugía Vista Alegre
con ronquera torrencial. En redondo, una serie ligada estalló como un volcán.
Qué barbaridad. El victorino ya se quería ir. Apuró Diego la torería. Como una
necesidad. Incluso entre las rayas a faena vencida. Un pinchazo en mala zona,
una estocada desesperada. No se podía escapar el triunfo. Y no se fue. La oreja
congraciaba a Bilbao con una tauromaquia perdida.
La felicidad desbordó en Manuel Escribano. Después
de tanta lucha y tanta guerra contra el cuerpo y la mente, «Mecatero» vino a
premiar con su infinita clase su instinto de supervivencia. De los golpes de
garra a portagayola y en un par cambiado por los adentros de terrorífica
escapatoria, Escribano toreó a placer al victorino de seda que hacía surcos en
la ferruginosa arena. De mitad de labor en adelante brotó lento el largo trazo
por una y otra mano. Por abajo todo, cosido y ligado. Cuando el sevillano de
Gerena enterró la espada, la pañolada cruzó la frontera del trofeo concedido
con fuerza abrumadora. El palco se resistió y el torero renacido paseó el
oscuro ruedo bilbaíno con la luz de la nueva vida en un doble giro. Como quien
le da la vuelta a la existencia.
La corrida de Victorino, una victorinada
diferente, que venía con tan contado poder y por momentos sobrada de calidad,
claudicó finalmente con un sexto que no se libró del pañuelo verde. Un sobrero
cinqueño de Salvador Domecq reventaba de carnes. Cabeceó la mole con aires de
buey sin acabar nunca de viajar. Paco Ureña se justificó con dignidad.
VICTORINO MARTÍN | Urdiales, Escribano y
Ureña
Toros de Victorino Martín, serios y parejos; de extraordinaria calidad el
5º; bueno el 4º sin terminar de humillar; de contadísimo empuje y escaso poder
los bondadosos 2º y 3º; una prenda el 1º; y un sobrero cinqueño de Salvador Domecq (6º bis), cabeceó sin
viajar.
Diego
Urdiales, de azul pavo y oro.
Estocada (ovación). En el cuarto, pinchazo y estocada atravesada. Aviso
(oreja).
Manuel
Escribano, de nazareno y oro. Dos
pinchazos, media estocada y dos descabellos. Aviso (saludos). En el quinto,
estocada (oreja, fuerte petición y dos vueltas al ruedo).
Paco
Ureña, de canela y oro. Gran
estocada (oreja). En el sexto, un pinchazo hondo y tres descabellos (silencio).
Plaza de Vista Alegre. Miércoles, 23 de
agosto de 2017. Quinta de feria. Media entrada.
Paco Ureña |
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