sábado, 19 de agosto de 2017

“Pero no me desanimen”

KIKE ROSALES
@kikefutbol

Cuando estaba muy niño y mi mamá me llevó a ver el circuito de la vuelta al Táchira recuerdo que en medio de tanta gente le pregunté qué porque aplaudían tanto ciclista que llevaba el número uno; – es “cochise” hijo- el “jet” de Antioquia andaba por las calles de mi ciudad.

Como esa muchas otras actividades se deben a la feria de San Sebastián, sepan que antes eran las ferias y fiestas  de la Villa hasta que unos jóvenes llenos de plena locura se les ocurrió llevarla a internacional y hacer una plaza de toros.

No una plaza cualquiera, pensaron en una monumental en un lugar donde no llegaban vías y además no tenían dinero para construirla, el empeño de aquellos hombres no solo era mostrar la feria, era que la ciudad creciera. Consiguieron el dinero y pudieron poner en boca de los encargados del gobierno de ver si eso era de verdad viable, una teoría turística  que se basaba en las corridas de toros en una ciudad tan lejana y a principios de año.

Era que los Enero tenía más visita que Margarita o Mérida que son ciudades turísticas, San Cristóbal solo tenía su feria, eso nada más le bastaba para atraer más turistas. Entonces esos Eneros se convirtieron en una peregrinación de muchas personas de distintas partes del mundo para estar en la Feria ya Internacional de San Sebastián, y permitir a un “pelao” como yo que en un circuito su madre le dijera que gracias a ese evento donde está inmersa la Vuelta al Táchira rodara por sus vías el que era el mejor ciclista en ese momento.

Y las grandes figuras del toreo  empezaron a venir, era un lujo para muchos de ellos estar en San Cristóbal, Dámaso González dejó la imborrable marca de un valor insuperable la tarde de su debut, Paquirri demostró porque sus condiciones atléticas eran iguales a las taurinas, sentir la majestuosidad del Viti, también la inolvidable  tarde de los tres indultos.

La entrega de la plaza a Bernardo Valencia que el año que fue triunfador, la ilusión que despertó Benítez con la raza que le vimos, la sabiduría de Ponce, la entrega de Rincón, la pasión de Morenito, la tarde en que el Soro le brindo la faena a los músicos, la seriedad de Joselito, la lucha bohemia de Curro Girón, la alternativa de Curro Zambrano en fin son muchos detalles traídos a la ligera en estas líneas, quizá algunos de Uds. dirán “se le olvido tal cosa” y tienen razón porque son muchas las “cosas” que a esta feria le debemos.

Pero ya pensábamos que el año que viene no veríamos toros en Pueblo Nuevo, los tiempos han sido más de desavenencias que de aciertos. Entonces reaparece la figura de Hugo Domingo Molina, lo digo como le dicen todos sin el título de licenciado, ese que ves en las calles de esta ciudad que tanto quiere y de esta feria que tanto ama.

Se nos vienen a la cabeza todos los inconvenientes que tenemos hoy en día y que son inocultables, la plata que no alcanza para el mercado, la persecución a los taurinos y la imagen de “maula” que dejaron las ultimas ferias es decir, que para un hombre como el con todas las cosas ya conseguidas este acto de dar las corridas sería mejor pensar que no la haría.

El derrotismo entonces aparece y me lo han dicho a mí, de donde saldrán los dólares, la gente no va ir por la situación política, seguro no vendrán los toreros en fin, muchas cosas. El asunto es que la feria nos ha dado tanto que hay que tratar de hacer que vuelva a lo que fue.

Ello me recuerda la historia de un hombre en el siglo 19 al que por pagarle una deuda le dieron un barco, la cosa es que el mareaba en alta mar, no sabía nadar y no tenía ni idea que se podía hacer con ese barco. La esposa todos los días le decía que lo vendiera, que era un error terrible que lo tuviera, que su ignorancia marina era tan grande que de seguro se pudriría en un puerto por culpa de él. Esa retahíla era a cada rato, en fin el hombre decidió llegar a un puerto donde habían una docena de esclavos recién liberados y el los buscó como tripulación. Se reunió con ellos y les dijo que tenía un barco, eso sí que él  no sabía ni que era proa ni tampoco que era popa, tampoco si esa “vaina” era de carga o para pescar, mucho menos cuánto debía  pagarles pero que allí estaba el barco, si ellos querían que lo quemaran o que a él lo colgaran del palo mayor, pero terminó implorándoles, “hagan lo que quieran con él o conmigo pero eso sí, carajo no me desanimen”.

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