El maestro de Chiva abre la puerta grande de
Vista Alegre tras desorejar al cuarto toro de Victoriano del Río con una faena
de su invención; oreja de ley al valor de Ginés Marín; Cayetano desata pasiones
al ordenar banderillear a su cuadrilla con la bandera de España.
ZABALA DE LA
SERNA
@zabaladelaserna
Volvieron a honrarse las Corridas Generales de
Bilbao con la presencia del Rey Don Juan Carlos. Y la Infanta Elena, la rama
taurina de la Familia Real que al tronco sale. Enrique Ponce brindó al Monarca
un cinqueño castaño, montado y corto de cuello: no humilló nunca. Y se frenó
siempre. Tan apoyado en las manos. A plomo se paró en la muleta de Ponce. Ni la
constancia poncista extrajo a su altura una gota de celo.
Si el maestro de Chiva elevó su montera a Don Juan
Carlos "por una España unida", Cayetano lo hizo también por la nación
y por su figura "en una ciudad que desgraciadamente ha sufrido mucho a
causa del terrorismo". Y añadió como coda: "Al que juntos hemos
vencido".
Antes, el nieto del inolvidado Antonio Ordóñez
cambió a su cuadrilla las banderillas oficiales de la plaza con los colores de
la ikurriña, la ciudad y la divisa de Victoriano de Río, por los palos con la
bandera de España. El volcán de una ovación clamorosa, acorde a los brindis,
apagó los tristes pitos acomplejados de cuatro gatos separatistas. Iván García
cuajó dos soberanos pares al cuarteo. Pura la reunión, sensacional la
ejecución. Los brazos sacados desde abajo. Vista Alegre se caía puesta en pie.
La raza de Cayetano selló los muletazos de rodillas
en la apertura de faena. Debutaba con los dientes apretados. Apostó por la
izquierda. Muy abierto en la colocación, más templado del segundo natural en
adelante. La velocidad de los primeros embroques le hacían perder al toro los
remos. Su nobleza y buena intención carecía de punch. Cayetano pasó de su deseo
por ligar al planteamiento del unipase. Siempre cerrado entre las rayas.
También cuando ofreció la mano derecha, por donde el toro había sacado notable
estilo en el capote. Rivera vestía los pases con porte y empaque. A falta de
ajuste, morían con elegancia. Un pinchazo aguó los adornos de despedida. La
amable petición no fraguó.
Como un crujido de maderos viejos sonó el pitón del
tercero al partirse contra un burladero. Impepinable la devolución. Ginés Marín
corrió turno. Lavaditas la cara y las hechuras del que nunca fue sexto.
Bondadoso y de muy contado poder. Medido en el caballo y medido en la muleta
por la suavidad de Ginés. Las series necesariamente cortas. Basada la faena en
la izquierda. Allá en los medios. Y en la sutil zurda. La expresión de su toreo
se hundió con la espada. Que lastró hasta las manoletinas de postre.
Ponce venía embalado de las glorias conquistadas en
Málaga, Ciudad Real, Almería... Dispuesto a lanzar la feria. Y a fe que lo
consiguió. La cabeza del Minotauro de Valencia perfectamente engrasada con un
cuarto voluminoso, alto, grandón. La fachada por encima del fondo y la
entereza. Todo bañado por su obediencia reponedora. Sabio el veterano maestro
para educarlo, perderle imperceptiblemente pasos, hipnotizarlo, taparlo, que no
hiciese hilo y potenciarle el viaje. La derecha atemperada, embraguetada y
cosida en redondo. Creciente la intensidad. Al toro le pesaban lo medios y le
tiraban los adentros. EP trató de alejarle de la querencia. Aunque hacia tablas
se tragaba la mole de Victoriano más a gusto los muletazos. Hacía allí basculó
la faena y la zurda. Dos vueltas al pasodoble. Ponce crecido, Bilbao entregado.
Por enésima vez. Los últimos derechazos casi con un pie bajo el estribo.
Incombustible el tipo. Como su inteligencia, su ambición y su valor. Un volapié
biblíco disparó la invención poncista. La pasión y la pañolada. Matías asomó
los suyos a la vez. Sus pañuelos. Como suele para no dejar resquicio a la duda.
Por si la había. Puerta grande de la capital de Vizcaya. Poncista antes que
vizcaína.
Cayetano sufrió con el armado quinto. De la otra
línea de Victoriano del Río. O no. Soltaba violentos testarazos desde el quite
con el capote a la espalda. El quite de Ronda enrazado y embarullado como
respuesta a las gaoneras. Los derrotes se estrellaron constantemente en el
palillo de la muleta de Rivera. Que resolvió como pudo o supo.
Tampoco fue fácil el sobrero lidiado como último.
La longitud de los pitones como concentración de todo su simplón trapío. El
genio interior para compensar. Desigual en su manera de atacar. Siempre con el
sónar encendido de lo que se dejaba atrás. Ginés Marín derrochó redaños para
echarlo hacia adelante. Una batalla. Un toma y daca. En una de las refriegas
perdió pie. Las dagas silbaron envenenadas sobre su yugular. Quedó la marca en
el cuello. No se arredró acero en ristre. Un espadazo, una oreja de ley.A
hombros izaron a Enrique Ponce. Veintiocho años de grandiosa historia le
contemplan.
VICTORIANO
DEL RÍO | Ponce, Cayetano y Ginés Marín
Toros
de Victoriano del Río, incluido el
sobrero (6º), rematados en sus diferentes hechuras y seriedades: parado el 1º;
complicados 5º y 6º; bondadoso y de contado poder el 3º; manejable y a menos el
2º; obediente pero reponedor el 4º.
Enrique Ponce, de marfil y oro. Pinchazo hondo tendido y descabello (silencio). En
el cuarto, gran estocada (dos orejas). Salió a hombros.
Cayetano, de tabaco y oro. Pinchazo y estocada (petición y saludos). En el
quinto, pinchazo y estocada (silencio).
Ginés Marín, de turquesa y azabache. Dos pinchazos, pinchazo hondo y dos
descabellos. Aviso (saludos). En el sexto, estocada (oreja).
Plaza
de Vista Alegre. Viernes, 25 de agosto de 2017. Séptima de feria. Dos tercios
de entrada.
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