Las
faenas de Dámaso eran modélicas por su despaciosidad y ausencia de enganchones.
Mucho se criticaron las formas de Dámaso, sobre todo en sus comienzos. Su
importancia en la Historia del Toreo es muy superior a la que generalmente le
atribuyen los historiadores.
DOMINGO
DELGADO DE LA CÁMARA
Los mejicanos, tan amigos de la hipérbole, dijeron
que Manuel Capetillo era el mejor muletero del mundo. Pero al repasar las
imágenes del toreo del último siglo, llegamos a la conclusión de que el mejor
muletero del mundo ha sido Dámaso González Carrasco, natural de Albacete. Nadie
ha tenido tanto dominio del último tercio como Dámaso González, torero que por
su valor, su técnica y su temple quintaesenciado, merece estar a la altura de
los más grandes de la Historia. Dámaso, con su eterno traje caña y oro, y ese
corbatín flojo y a la virulé, ha sido de los más grandes.
Tuve la fortuna de verle torear muchísimas veces,
pero a bote pronto, me han venido a la cabeza cuatro momentos:
1.- No sabría precisar el año, podría ser 1977. En
el salón de la casa de mi abuela, estoy viendo por la tele la corrida de
Asprona de Albacete. A pesar de la frialdad de un televisor aún en blanco y
negro, me pongo de pie ante la pantalla, emocionado por un trasteo de Dámaso
lleno de temple, poderío e intensidad. El final de sobredosis haciendo el
péndulo a milímetros de los pitones, me llena de emoción.
2.- Madrid, Feria de San Isidro de 1978. Dámaso se
afana en la faena, en el tendido, un cretino cuenta sus pases con sorna, ciento
veintiséis, ciento veintisiete, ciento veintiocho… los otros espectadores ríen
la gracia. En Madrid, en ese momento, hay un consenso general de que se trata
de un pegapases sin ninguna categoría.
3.- Madrid, Feria de San Isidro de 1978. La
corrida era de Samuel Flores, pero salió un sobrero de La Laguna descomunal y
muy manso. Dámaso puede completamente con el toro haciéndole una gran faena. En
ese momento Dámaso entra en Madrid, ya es un torero respetado.
4.- Madrid, Feria de San Isidro de 1992. Los toros
eran de Alonso Moreno, uno de ellos, que tenía por mal nombre “Bailaor” coge a
José Luis Bote durante el primer tercio y está a punto de dejarle tetrapléjico
de por vida. El ambiente es de consternación general. Dámaso domina y puede a
un toro peligrosísimo. Además despliega su sabiduría como director de lidia y
echa adelante una corrida terrible por su enorme peligro. Ese día se consagró
definitivamente.
Estos cuatro momentos ilustran muy bien la
trayectoria de Dámaso González, primero despreciado por todos esos aficionados
que van de cultos y entendidos. Y después reconocido unánimemente como un
maestro indiscutible.
A la hora de diseccionar las características
toreras de Dámaso González, nos damos cuenta de que su primera cualidad ha sido
el valor. Se trataba de un valor sereno, sin arrebatos, pero muy sólido y
constante. Dámaso no se ha asustado nunca y tranquilamente, ha hecho al toro lo
que había que hacer. Ese gran valor le permitía esperar la embestida del toro
hasta el último segundo, y tirar de él muy despacito. Lo que nos lleva a hablar
de la mejor cualidad de Dámaso, el temple.
Nadie ha templado tanto los toros como Dámaso
González, sólo Domingo Ortega se le ha acercado. Las faenas de Dámaso eran
modélicas por su despaciosidad y ausencia de enganchones. Con el capote no
brillaba, tampoco ha destacado con la espada, pero con la muleta surgía un
toreo largo y templado, de un enorme mérito.
El torero de Albacete ha sido también un
extraordinario lidiador. En este asunto se ha tejido una maraña de malentendidos
en los últimos años. Parece que el buen lidiador es aquél que deja al toro muy
lejos del caballo de picar, venga o no venga a cuento. Parece que el buen
lidiador es aquél que pajarea mucho por todo el ruedo, con la montera calada y
con poses de torero decimonónico… y luego no puede con el toro. Pues no señor,
esto no es ser buen lidiador, ser buen lidiador es otra cosa.
Ser buen lidiador es dar a cada toro la lidia que
precisa y sobre todo, dominarle y poder con él. Y en esto Dámaso ha sido un maestro.
Sin vender la moto, sin hacer exhibición de nada, nuestro torero se aplicaba a
una lidia callada, de la que sólo se daba cuenta el muy entendido, pero una
lidia muy exacta que tenía un objetivo, que el toro llegase a la muleta en las
mejores condiciones.
Cuando tocaba el clarín para el último tercio,
llegaba el gran momento para Dámaso. Creo que su teoría ha sido la de molestar
al toro lo menos posible. Dámaso no hacía nada que violentara al toro. Empezaba
la faena a media altura y abriendo mucho los caminos, para poco a poco, ir
bajando más la mano y e ir pasándose al toro cada vez más cerca. Era un ir de
menos a más, que terminaba en una sobredosis con Dámaso metido entre los
pitones y el toro completamente sometido. Y la receta era el temple. Mientras que
la ideología clásica recomienda el trincherazo y el toreo por abajo para
someter al toro, Dámaso lo sometía a media altura y con mucha suavidad. Más que
someter, seducía al toro. Y una vez seducido llegaba una faena muy larga con
muchas series muy ligadas y con mucha lentitud.
Con la izquierda bajaba algo, pero la derecha de
Dámaso ha sido la mejor que yo he visto en mi vida. Era un seductor de toros,
parecía que el toro estaba encantado de seguir mil veces aquella muleta tersa y
plana. Y al final, el toro se dejaba hacer lo que a Dámaso le daba la gana.
¡Y a qué toros! Porque los otros fenómenos han
necesitado el toro suave para hacer sus demostraciones revolucionarias, con el
toro de casta eran la mitad de la mitad. Pero Dámaso se lo hacía igual al toro
de las figuras que al toro más duro. Los otros paladines del tremendismo y el
toreo experimental, necesitaron del toro más dulce y colaborador. Sin embargo,
Dámaso ha hecho sus demostraciones de maestría con miuras, victorinos,
murteiras y todas esas ganaderías de las que los fenómenos no quieren ni oír
hablar. Porque Dámaso una tarde mojaba la oreja a Paquirri y Manzanares con una
de Juan Pedro, pero al día siguiente se la mojaba a Ruiz Miguel y Campuzano,
con una de Miura. Torero todoterreno, apto para toda clase de ganaderías. Y
esto señores, es dificilísimo de conseguir.
Y ahora hablemos del estilo torero de Dámaso
González. Mucho se criticaron las formas de Dámaso, sobre todo en sus
comienzos. Después, cuando todos se dieron cuenta de sus portentosas
cualidades, se le disculparon. Este asunto al interesado siempre le trajo al
fresco, la estética le daba igual. Tal era su obsesión por templar la embestida
del toro y llevarle toreado lo más largo posible, que componer la figura nunca
tuvo para él ninguna importancia. Yo comparto totalmente este criterio. Lo que
hay que hacer es templar y llevar al toro toreado, y la estética surgirá (o no
surgirá) espontáneamente. Sin embargo, cuando se busca la estética de forma
deliberada, surge un toreo rígido y envarado sin ningún mando en la embestida.
Lo que ha abundado en estos últimos años en la Fiesta ha sido precisamente ese
torero de espejo, muy compuesto, muy cursi, pero con un toreo sin sustancia ni
poderío. Lo de “ponerse bonito” a Dámaso siempre le pareció una mariconada.
También debemos tener en cuenta que Dámaso es
producto de un tiempo y un lugar. Nuestro hombre se cría en el Albacete de los
años cincuenta y sesenta, cuando los ídolos locales eran Pedrés y Chicuelo II,
por tanto es lógico que se impregnara de esa valentía y ese desprecio por el
esteticismo huero, del que siempre hicieron gala Pedro Martínez González y
Manuel Jiménez Díaz.
Dámaso González es el eslabón entre El Cordobés y
Paco Ojeda. Pisa los terrenos que ya pisara Benítez, pero con unos procedimientos
muchos más técnicos y templados. Y después de Dámaso se meterá también en esos
terrenos Paco Ojeda, que además aportará un gran empaque, una gran personalidad
y una técnica muy novedosa. Dámaso anunció a Ojeda, el último gran genio de la
Historia del Toreo.
Por todo lo dicho, la importancia de Dámaso
González en la Historia del Toreo es muy superior a la que generalmente le
atribuyen los historiadores. Fue un muletero extraordinario y uno de los hitos
más destacados en el dominio del toro y la invasión de terrenos. Sin duda, su
figura se irá agrandando conforme pasen los años y las nuevas generaciones de
aficionados vean las imágenes de sus faenas. Dámaso ha sido un torero
excepcional, y en este caso, las hipérboles están totalmente justificadas.
Además fue un hombre bueno, sencillo y amable. Era un gran tipo, rara avis en
un mundillo plagado de soberbios, vanidosos y demás pavos reales.
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