Diego Urdiales y Roca Rey cortan una oreja a
una corrida mal presentada, floja y descastada, de Puerto de San Lorenzo; Ponce
ovacionado en su lote el día después de la puerta grande.
ZABALA DE LA
SERNA
@zabaladelaserna
El dolor por la repentina e inesperada muerte del
maestro Dámaso González estremeció el planeta taurino como un calambre desnudo
del temple de su tauromaquia. Un minuto de silencio honró en Vista Alegre su
memoria, que empataba su hombría en los ruedos y su ser de hombre en la vida.
Una ovación de rendida admiración empujó a Enrique
Ponce a abrazarla desmonterado. La cosecha de la gloria sembrada 24 horas
antes. Un toro alto, largo, montado y estrecho de sienes marcó con su escaso
poder los tercios previos. No volvería a perder los apoyos en el molde de la
templanza de Ponce. A ellas llegó berreón, descompuesto por la ausencia de
fuerza y arritmíco. El tacto en las dobladas -portentoso el cambio de mano- y
en dos series de derechazos calmos afianzaron la embestida, que contaba a su
favor con la nobleza y la intención de humillar. Cuando EP presentaba la zurda,
una voz inoportuna provocó que el torero se descarara. La serie de naturales
brotó con largura, la última que el fondo limitado del toro admitió con
continuidad. Un inmenso pase de pecho remató lo que ya no tenía remate. Ni apurando
la ciencia poncista. Un pinchazo y una estocada antes de una nueva ovación.
El volumen concentrado en las bajas hechuras del
segundo de Puerto de San Lorenzo lo coronaba una cara recogida. Como recogido
es el toreo de Diego Urdiales. El sentido de la colocación, la pureza
enfrontilada, se convirtió en la viga maestra de la faena. Urdiales afrontó su
carácter paradote de tibia fortaleza desde la búsqueda del sitio exacto. Sobre
la mano derecha, y a base de torearle primero en línea, el riojano alcanzó el
punto curvo. Casi al unipase y nunca más allá de dos, o a lo sumo tres,
muletazos seguidos, el clasicismo del embroque se hacía presente. Diego nunca
pierde su brújula. Imposibilitado el toreo al natural por los derrotes, la
naturalidad diestra siguió en el mismo son hasta la oreja apasionada. Desatada
por una eficaz estocada contraria.
Los trémulos andares de un tercero sin tracción
posterior los acabó de apuntillar la lesión de su "muñeca" derecha en
los albores de faena. Si se cuentan los toros de Puerto de San Lorenzo que se
dañan de tal manera, suman una legión. Roca Rey optó, en toda lógica, por
abreviar.
Todo lo que la corrida de Lorenzo Fraile -y no
toda- traía de toro de Bilbao en su pesaje se perdía por sus caras...
Sevillanas, que diría Emilio Muñoz. Y de la entereza más vale no hablar.
Verbigracia, el cuarto. La banda atacaba el pasodoble como podía entonar una
marcha fúnebre en la labor de enfermero de Enrique Ponce. Pero de enfermero de
la Unidad de Cuidados Intensivos. Moribundeaba el toro aun con la sedosa
respiración asistida. Y se echó a la espera de la extrema unción. A su muerte
definitiva asomaron, ¡ay!, algunos pañuelos pidiendo el trofeo. No es coña.
Despegado del piso, desgarbado, feo y estrecho, el
quinto escribió un tratado de mansedumbre. Cabezazos defensivos, fugas y
huidas. Un sufridera caótica la suerte de varas, sin una luz que apuntara el
cambio de terrenos del piquero. No fue solución echarle el caballo encima más
allá de las rayas. Diego Urdiales careció de la más mínima opción en la muleta
con el bicho rajado, desabrido y repartiendo testarazos destructivos a diestro
y siniestro. Para mal de males, también se lesionó. Cazar la estocada se tornó
en difícil empresa.
Si la presentación del toro no puede fallar, en
Bilbao menos que en ningún sitio. La carita lavada del degollado y huesudo
sexto denunciaba que la seriedad bilbaína había salido de paseo por Guecho.
Tras las notables verónicas de salutación y otra desordenada lidia, Roca Rey se
apoderó de la embestida con el arma de la muleta a rastras. Que pulió defectos
y acrecentó virtudes: nobleza y humillación. Y movilidad. Le funcionó la cabeza
al torero limeño en la elección de los terrenos. Allá en los medios ligó la
embestida creciente en su poderosa mano derecha, cimiento de la faena. Una
espaldina sorprendió cuando decaía el ritmo. La estocada aseguró la oreja.
Incluso pidieron la otra. Los pañuelos ayer también se aflojaban con facilidad.
Como la descastada corrida de Puerto de San Lorenzo. Tan blanda como mal
presentada.
PUERTO
DE SAN LORENZO | Ponce, Urdiales y Roca Rey
Toros
de Puerto de San Lorenzo, de poca
cara, diferentes remates, mal presentados; sin fuerza y descastados; manso
rajado el desabrido 5º; lesionado el 3º; sin poder el 1º; se echó el 4º;
paradote el 2º; el 6º fue el de mayor movilidad, duración y humillación.
Enrique Ponce, de azul marino y oro. Pinchazo y estocada (saludos). En el cuarto,
estocada rinconera y pasada (saludos).
Diego Urdiales, de verde botella y oro. Estocada un punto contraria (oreja). En el
quinto, cuatro pinchazos, estocada atravesada y dos descabellos (silencio).
Roca Rey, de rioja y oro. Estocada tendida (silencio). En el sexto, estocada
(oreja y fuerte petición).
Plaza
de Vista Alegre. Sábado, 26 de agosto de 2017. Octava de feria. Tres cuartos de
entrada.
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