A los
ganaderos les agobia un reglamento que permite que cuando llegan a la plaza les
apliquen desconsideración y más desconsideración sin derecho a rechistar; y la
burocracia que les enreda en el campo y les obliga a un manejo excesivo por
riguroso, y aseguran que innecesario, en las cuestiones sanitarias
JOSÉ LUIS
BENLLOCH
Redacción APLAUSOS
En Aplausos esta semana hemos seguido adelante con
la visita a los ganaderos, que ya se sabe son los grandes damnificados de esta
situación de estrecheces y acoso que vive el toreo en los últimos tiempos. Hay
coincidencia general sobre las cuestiones que les agobian. El reglamento, eso
sobre todo, que permite que cuando llegan a la plaza les apliquen
desconsideración y más desconsideración sin derecho a rechistar; la burocracia
que les enreda en el campo y les obliga a un manejo excesivo por riguroso, y
aseguran que innecesario, en las cuestiones sanitarias.
A los ganaderos les agobia un reglamento que permite que
cuando llegan a la plaza les apliquen desconsideración y más desconsideración
sin derecho a rechistar; y la burocracia que les enreda en el campo y les
obliga a un manejo excesivo por riguroso, y aseguran que innecesario, en las
cuestiones sanitarias
Y eso no son todos los problemas que les preocupan
muchos cuestionan la puya actual, ese es un movimiento latente por considerarla
excesivamente lesiva, tremendamente cortante con sus filos y aristas, lo que
provoca un sangrado desconocido hasta ahora, que seguramente sería más propio
para los toros de otra época más reservones en el caballo que para los de ahora
que se entregan en el peto en un porcentaje altísimo y se dejan pegar a
discreción hasta la misma eliminación de su carácter bravo, que alcanza la
estación término en el recurrente: se ha parado. ¡No va a pararse! Y por encima
de esa realidad, con una puya o con otra, se defiende con unanimidad que el
tercio de varas debe estar en manos del matador, que es quien debe elegir si
quiere el oponente crudo o más asentado. Tan trascendental decisión, insisten,
debe ser una cuestión de libertad personal del espada a cambio de asumir la responsabilidad
de sus actos -si te equivocas pagas, si aciertas, triunfas- que es una
filosofía que no se reconoce en ninguna parte del reglamento que adjudica a los
protagonistas la responsabilidad de decisiones que le son ajenas, algo así como
se equivoca el usía y lo paga el mata y en consecuencia el público.
En la defensa del indulto emerge un argumento poco exhibido
hasta ahora, si el ganadero tiene capacidad económica y gusto de quemar la flor
de la camada en la plaza de tientas estará hurtando a los aficionados lo mejor
de cada camada
Pero por encima de todas estas cuestiones, donde
se produce un clamor unánime es en el tema de los indultos. Ni un resquicio más
allá del encaste que posean o del estatus que representen en el toreo, los de
las duras y los de las supuestamente blandas, los ricos y los menos ricos, para
unos y otros el indulto es clave, fundamental. Y en ese tema vuelve a aparecer
-o a desaparecer- el derecho a equivocarse o acertar a cambio de asumir las
consecuencias. Los argumentos suenan a definitivos: la mayoría de los toros
indultados dan resultado en su descendencia; es mucho más informativa, por
decirlo de alguna manera, también más exigente, la lidia del toro en la plaza
que en una placita de tientas; se le da voz al público en la búsqueda del toro
que gusta; se alivia la situación económica de los ganaderos tan menguada
últimamente, que de esa forma se evitan quemar en la plaza de tientas parte, la
mejor, de lo que es la cosecha anual, en cuanto que no todos pueden perder los ingresos
de esos toros; y finalmente un argumento poco exhibido, si el ganadero tiene
capacidad y gusto de quemar la flor de la camada en la plaza de tientas estará
hurtando a los aficionados lo mejor de cada camada. Y es verdad.
La situación y las reivindicaciones que afectan a
todos los protagonistas del toreo, y no solo a los ganaderos, se repiten
machaconamente desde hace muchos años y no acaba de resolverse nunca como
prueba, una más, de la anarquía o de la falta de capacidad de organizarse y
exigir del gremio. Por esta vez se produce una unanimidad sorda y desde luego
desaprovechada.
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