ÁLVARO R. DEL MORAL
Diario CORREO DE ANDALUCIA
La
mirada del mundo taurino estaba puesta este domingo en el continente americano.
Andrés Roca Rey cumplía en Lima su segundo y último compromiso de la feria del
Señor de los Milagros. Lejos de allí, pero sin cambiar de continente, se
anunciaba la confirmación de alternativa de Pablo Aguado. Los rivales
coincidían en fecha, casi en hora pero volvían a navegar a muchas millas el uno
del otro. Los resultados de una y otra tarde tampoco acapararon demasiados
titulares. El gato lo llevaron otros a remojo. En el limeño coso de Acho hay
que anotar la salida a hombros –vestido de goyesco- del diestro francés
Sebastián Castella. Roca y Morante –que abría el cartel en sustitución de
Manzanares- no barajaron demasiadas opciones de triunfo. Pablo, por su parte,
volvió a recibir los trastos del oficio de manos de Enrique Ponce, su primer
padrino de alternativa, en el inmenso embudo de Insurgentes. Completaban cartel
de la larga función los mexicanos Joselito Adame y Fabián Barba. Pero las reses
de Reyes Huerta se pusieron a la contra de todos menos de Adame, que también se
marchó en volandas... El caso es que el cordón sanitario que separa las
trayectorias de Roca y Aguado sigue ahí, nítido, rotundo y también
inexplicable... recordando con otras circunstancias y condicionantes el que ha
separado desde hace lustros a Diego Ventura y Pablo Hermoso de Mendoza hasta
dejar el mundillo del rejoneo como un solar. La competencia es la sal de la
Fiesta. No debería olvidarse...
Nuevos vientos para Córdoba
Pero
hay más cosas que contar de la semana taurina que se fue, algunas buenas. La
más positiva de todas es el aterrizaje del empresario sevillano José María
Garzón en la plaza de Los Califas. El inmenso recinto taurino cordobés llevaba
varios lustros pegando tumbos y su situación, lejos de mejorar, había llegado a
tocar fondo en manos de las huestes de Alberto Bailleres. En Córdoba, ésa es la
verdad, no se les echará de menos. El caso es que Garzón –que gestiona con
éxito plazas como Algeciras o Granada- tiene una ardua tarea por delante. La
plaza está ahí pero se trata de levantar una afición, o sus rescoldos, desde
cero. Talento y capacidad de trabajo no le van a faltar en el empeño pero este
trabajo necesita el retorno de los estamentos sociales y taurinos de una ciudad
extrañamente resignada con su suerte algunos lo llaman senequismo- y de
intrincada y compleja psicología. Algunos quieren cifrar el éxito del nuevo
empresario en el retorno puntual de José Tomás. Es pan de un día. El asunto
debe ir más allá: recuperar el sentido, la medida y la forma de la Feria de la
Salud y explorar nuevas fechas taurinas sin olvidar la explotación del inmenso
coso de Ciudad Jardín para otros usos que rentabilicen su costoso
mantenimiento. La tarea es hermosa. Se le desea suerte; la va a necesitar.
Del pacto de La Moncloa y la España
vaciada
Y de
la orilla derecha del Guadalquivir nos marchamos a los montes del Pardo. Ya
hablamos de las dudas que ofrecía el dudoso –por no decir vergonzante- pacto de
gobernabilidad entre el irreconocible PSOE de Sánchez y la ensaladilla
antisistema que lidera Pablo Iglesias y ahora atiende al nombre de Unidas
Podemos. Pero no dejaremos del todo aquel punto tres en el que se hablaba del
candente cambio climático y la biodiversidad. Nos sirve para saltar al ocho
que, textualmente, apuesta por “revertir la despoblación” y promete un “apoyo
decidido a la España vaciada”. Suena estupendo. Pero todo se cae por su propio
peso si atendemos al concepto que esta tropa tiene del campo, de sus costumbres
y su verdadero equilibrio natural. El ecologismo de despacho no entiende de
jaras ni terrones. Victorino Martín, activísimo presidente de la Fundación del
Toro de Lidia, les ha dado la mejor respuesta en un memorable artículo
publicado en El Mundo en el que vuelve a poner en evidencia la nefasta marea
del animalismo. Esa ideología es, en cualquier caso, incompatible con nuestra
cultura más ancestral. No se puede luchar contra la traída y llevada “España
vaciada” desde la negación de nuestra propia identidad o la anulación de nuestras
más acendradas tradiciones. Victorino da completamente en el clavo al señalar
que los animales “han conformado nuestra forma de ser, de hacer, de pensar y de
celebrar”. Frente a esta verdad incuestionable, el animalismo, vuelve a apuntar
el prestigioso ganadero, “persigue el objetivo final de no poder usar los
animales”. Es así de sencillo. El propio Victorino esboza el desenlace: “No
usar los animales significa la muerte sin posibilidad de retorno de la España
rural, de la España vaciada”. ¿De qué estamos hablando entonces? Nosotros
añadimos que la mejor arma para luchar contra el cambio climático –entre otras-
es proteger a la dehesa y sus guardianes como garantes de ese medio natural de
sus animales y, ojo del arraigo de los hombres que le dan carácter. No sé si
eso viene en el libro de la niña cabreada que pasean por el mundo para dar
sermones.
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