viernes, 13 de diciembre de 2019

OPINIÓN - Quizá tocaba comer ‘mierda’

Artículo sobre el pliego de Bogotá
CARLOS RUIZ VILLASUZO
MUNDOTORO

En la imagen, los tiempos grandes del toreo y el cine, Mario Moreno Cantinflas en la Santa María de Bogotá, prólogo de esos incontables y no tan lejanos años. Desde Manolete y Luis Miguel hasta Ponce, José Tomás, El Juli y Roca Rey. Pero la memoria es débil y el recuerdo se olvida. Se olvida tanto que no ha habido ni un solo taurino, colombiano, americano, europeo o medio pensionista que llame imbécil, idiota, lameculos, baboso, populista y mercachifle al prohibidor Gustavo Petro por llamar ‘empresarios de la muerte’ a los empresarios del noble arte del toreo. Anima a prohibir los toros aumentando el dinero de arriendo de la plaza de Bogotá. Capital de Colombia.
El gran error frente a las condiciones de explotación abusiva, ha sido poner precios que han expulsado al pueblo de las plazas.

Un país taurino que cuenta con todo, toros, toreros e historia. La facturación histórica de lo taurino en Colombia ha sido grande para los toreros españoles, colombianos y para ganaderos y empresas colombianas. Sólo por un agradecimiento al dinero ingresado, alguien debería tener memoria y recuerdo. Pero a Bogotá le han dado la espalda hasta los colombianos. Se entiende esta huida: el coste del arrendamiento es muy alto y, al fin y al cabo, el toreo es sólo una transacción económica. Por fin, las cosas claras. Y si quien pone esos costes para estrangular a mi cultura, a mi país taurino y a mi ciudad, Gustavo Petro, encima se mofa públicamente en Twitter, mejor mirar para otro lado.

¿Qué problemas tiene Bogotá? Los de las últimas décadas de tantos lugares, un problema de libertad. Pero también de escasos arrestos y de pésima gestión del dinero y auge en los momentos de libertad. Cali es eco escaso de lo que fue y no todo es achacable al mal tiempo exterior. Bogotá comienza a ser un caso sangrante de abandono nacional. Si García Márquez levantara la cabeza, ese escritor amante de toros y de fiesta, colombiano y libertario por los cuatro costados, podría reescribir esa novela de oro narrativo humilde, que se llama ‘El coronel no tiene quien le escriba’. Bogotá no tiene quien le escriba.

A Bogotá le han dado la espalda hasta los colombianos. Se entiende esta huida: el coste del arrendamiento es muy alto y, al fin y al cabo, el toreo es sólo una transacción económica.

Pienso en Bogotá y recuerdo Barcelona: lo peor de una mala situación es que nos obliga a decir mentiras. Las que usamos creyendo que mintiendo sobre la gestión cainita de Balañá, ayudábamos al toreo en Barcelona. No repitamos entonces mentiras sobre Bogotá. Ni tiene quien la escriba, ni tiene otra cosa que el olvido y el fin de la ilusión que había recuperado cuando un bogotano, Felipe Negret y sus amigos, ganaron la batalla de la dignidad del toreo, de la gente y de la plaza Santa María. Pero resulta que ahora ningún nacional se echa para adelante para que la ilusión se mantenga a la espera de mejores tiempos nacionales para el toreo.

Me refiero a gente del toro colombiana que algo han ganado como empresario en este país. Y, siendo cierto que las imposiciones económicas son brutales y las ganancias pura falacia, era y es el momento de invertir en ilusión y en esperanza. Lean a su paisano. La mujer del coronel, Úrsula, en la novela de Gabo, le exige día a día al marido que venda su única posesión, un gallo de pelea. Y el coronel decide no venderlo: es su dignidad, el símbolo de la ilusión.

‘La ilusión no se come’.- dijo ella.

‘No se come, pero alimenta’.- le replicó el coronel.

No. No da dinero, señor Juan Bernardo Caicedo. Señores Estela y compañía. Y sí, el pliego y sus condiciones de explotación son brutales. Y como no hay dinero a ganar, sino a perder, lo mejor es no presentarse. Pero no presentarse, ustedes y los nacionales y paisanos que algo han ganado con el toreo, es tanto como decirle al colombiano que la ilusión no se come. Yo le digo lo del coronel: pero alimenta. Ustedes hicieron negocio vendiendo ilusión, porque ¿qué es el toreo sino ilusión? Bogotá necesitaba de lo que la dotó Negret: de la ilusión y la lucha por un futuro mejor y más digno. Bueno, siempre les quedará el alivio de la ilusión de las cuentas de pura economía que ofrece la empresa mexicana Casa Toreros. Pero no andemos mamando gallos. Esta empresa va a mirar el corto plazo, de forma legítima, dando prioridad a ganar dinero.

Pero no presentarse, ustedes y los nacionales y paisanos que algo han ganado con el toreo, es tanto como decirle al colombiano que la ilusión no se come

Y esto en Bogotá es, hoy por hoy, incompatible con mantener ilusión y dignidad a la espera de tiempos mejores. Bogotá, como tantas plazas, necesitaba de la generosidad y valentía de una especie de ‘frente nacional’, de una conjura colectiva, de una unidad entre taurinos, mucho más allá de una empresa con el fin de ganar dinero. Y eso lo que ha tenido. Un único pujante que, por lógica, tratará de ganar dinero.

No creo que funcione en Bogotá el modelo de Lima. El modelo de Acho es y ha sido antes de la actual empresa, hacer una fiesta para ricos. Precios no aptos para el pueblo: la plaza más cara del mundo para un país con uno de los salarios medios más bajos del mundo. La Fiesta de Acho es una fiesta para la élite, no para la ‘gente’. Recuerden Quito: precios no aptos para el pueblo. Fiesta para pudientes. Y cuando la prohibieron, no había pueblo que saliera a la calle a defenderla. Porque la calle y el toreo han sido y serán, asunto del pueblo, de la gente.

El gran error frente a las condiciones de explotación abusiva, ha sido poner precios que han expulsado al pueblo de las plazas. Decir lo contrario es mentir: lo que ha expulsado de muchas plazas de toros al pueblo, ha sido el precio de la entrada. Ni el mismísimo Roca Rey en carteles rematados, ha podido acabar el papel este año en Lima. Es una fórmula que mata la ilusión. Pero da dinero, algo o mucho, se supone.

Cuando iba a vender el gallo, el coronel vio cómo la gente, el pueblo, aplaudía orgulloso al animal, símbolo de tantas cosas. Este suceso le regresó al coronel el instinto de lealtad y dignidad. No lo vendió sabiendo que la ilusión no se come. Hace algo mejor: alimenta.

La mujer se desesperó. ‘Y mientras tanto qué comemos’, preguntó.

El coronel… se sintió puro, explícito, invencible, en el momento de responder: ‘Mierda’.

Pues resulta que quizá tocaba comerla.

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