CARLOS RUIZ
VILLASUZO
MUNDOTORO
En la imagen, los tiempos grandes del toreo y el
cine, Mario Moreno Cantinflas en la Santa María de Bogotá, prólogo de esos
incontables y no tan lejanos años. Desde Manolete y Luis Miguel hasta Ponce,
José Tomás, El Juli y Roca Rey. Pero la memoria es débil y el recuerdo se
olvida. Se olvida tanto que no ha habido ni un solo taurino, colombiano,
americano, europeo o medio pensionista que llame imbécil, idiota, lameculos,
baboso, populista y mercachifle al prohibidor Gustavo Petro por llamar
‘empresarios de la muerte’ a los empresarios del noble arte del toreo. Anima a prohibir
los toros aumentando el dinero de arriendo de la plaza de Bogotá. Capital de
Colombia.
El gran error frente a las condiciones de explotación
abusiva, ha sido poner precios que han expulsado al pueblo de las plazas.
Un país taurino que cuenta con todo, toros,
toreros e historia. La facturación histórica de lo taurino en Colombia ha sido
grande para los toreros españoles, colombianos y para ganaderos y empresas
colombianas. Sólo por un agradecimiento al dinero ingresado, alguien debería
tener memoria y recuerdo. Pero a Bogotá le han dado la espalda hasta los
colombianos. Se entiende esta huida: el coste del arrendamiento es muy alto y,
al fin y al cabo, el toreo es sólo una transacción económica. Por fin, las
cosas claras. Y si quien pone esos costes para estrangular a mi cultura, a mi
país taurino y a mi ciudad, Gustavo Petro, encima se mofa públicamente en
Twitter, mejor mirar para otro lado.
¿Qué problemas tiene Bogotá? Los de las últimas
décadas de tantos lugares, un problema de libertad. Pero también de escasos
arrestos y de pésima gestión del dinero y auge en los momentos de libertad.
Cali es eco escaso de lo que fue y no todo es achacable al mal tiempo exterior.
Bogotá comienza a ser un caso sangrante de abandono nacional. Si García Márquez
levantara la cabeza, ese escritor amante de toros y de fiesta, colombiano y
libertario por los cuatro costados, podría reescribir esa novela de oro
narrativo humilde, que se llama ‘El coronel no tiene quien le escriba’. Bogotá
no tiene quien le escriba.
A Bogotá le han dado la espalda hasta los colombianos. Se
entiende esta huida: el coste del arrendamiento es muy alto y, al fin y al
cabo, el toreo es sólo una transacción económica.
Pienso en Bogotá y recuerdo Barcelona: lo peor de
una mala situación es que nos obliga a decir mentiras. Las que usamos creyendo
que mintiendo sobre la gestión cainita de Balañá, ayudábamos al toreo en
Barcelona. No repitamos entonces mentiras sobre Bogotá. Ni tiene quien la
escriba, ni tiene otra cosa que el olvido y el fin de la ilusión que había
recuperado cuando un bogotano, Felipe Negret y sus amigos, ganaron la batalla
de la dignidad del toreo, de la gente y de la plaza Santa María. Pero resulta
que ahora ningún nacional se echa para adelante para que la ilusión se mantenga
a la espera de mejores tiempos nacionales para el toreo.
Me refiero a gente del toro colombiana que algo han
ganado como empresario en este país. Y, siendo cierto que las imposiciones
económicas son brutales y las ganancias pura falacia, era y es el momento de
invertir en ilusión y en esperanza. Lean a su paisano. La mujer del coronel,
Úrsula, en la novela de Gabo, le exige día a día al marido que venda su única
posesión, un gallo de pelea. Y el coronel decide no venderlo: es su dignidad,
el símbolo de la ilusión.
‘La ilusión no se come’.- dijo ella.
‘No se come, pero alimenta’.- le replicó el
coronel.
No. No da dinero, señor Juan Bernardo Caicedo.
Señores Estela y compañía. Y sí, el pliego y sus condiciones de explotación son
brutales. Y como no hay dinero a ganar, sino a perder, lo mejor es no
presentarse. Pero no presentarse, ustedes y los nacionales y paisanos que algo
han ganado con el toreo, es tanto como decirle al colombiano que la ilusión no
se come. Yo le digo lo del coronel: pero alimenta. Ustedes hicieron negocio
vendiendo ilusión, porque ¿qué es el toreo sino ilusión? Bogotá necesitaba de
lo que la dotó Negret: de la ilusión y la lucha por un futuro mejor y más
digno. Bueno, siempre les quedará el alivio de la ilusión de las cuentas de
pura economía que ofrece la empresa mexicana Casa Toreros. Pero no andemos
mamando gallos. Esta empresa va a mirar el corto plazo, de forma legítima,
dando prioridad a ganar dinero.
Pero no presentarse, ustedes y los nacionales y paisanos que
algo han ganado con el toreo, es tanto como decirle al colombiano que la ilusión
no se come
Y esto en Bogotá es, hoy por hoy, incompatible con
mantener ilusión y dignidad a la espera de tiempos mejores. Bogotá, como tantas
plazas, necesitaba de la generosidad y valentía de una especie de ‘frente
nacional’, de una conjura colectiva, de una unidad entre taurinos, mucho más
allá de una empresa con el fin de ganar dinero. Y eso lo que ha tenido. Un
único pujante que, por lógica, tratará de ganar dinero.
No creo que funcione en Bogotá el modelo de Lima.
El modelo de Acho es y ha sido antes de la actual empresa, hacer una fiesta
para ricos. Precios no aptos para el pueblo: la plaza más cara del mundo para
un país con uno de los salarios medios más bajos del mundo. La Fiesta de Acho
es una fiesta para la élite, no para la ‘gente’. Recuerden Quito: precios no
aptos para el pueblo. Fiesta para pudientes. Y cuando la prohibieron, no había
pueblo que saliera a la calle a defenderla. Porque la calle y el toreo han sido
y serán, asunto del pueblo, de la gente.
El gran error frente a las condiciones de
explotación abusiva, ha sido poner precios que han expulsado al pueblo de las
plazas. Decir lo contrario es mentir: lo que ha expulsado de muchas plazas de
toros al pueblo, ha sido el precio de la entrada. Ni el mismísimo Roca Rey en
carteles rematados, ha podido acabar el papel este año en Lima. Es una fórmula
que mata la ilusión. Pero da dinero, algo o mucho, se supone.
Cuando iba a vender el gallo, el coronel vio cómo
la gente, el pueblo, aplaudía orgulloso al animal, símbolo de tantas cosas. Este
suceso le regresó al coronel el instinto de lealtad y dignidad. No lo vendió
sabiendo que la ilusión no se come. Hace algo mejor: alimenta.
La mujer se desesperó. ‘Y mientras tanto qué
comemos’, preguntó.
El coronel… se sintió puro, explícito, invencible,
en el momento de responder: ‘Mierda’.
Pues resulta que quizá tocaba comerla.
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