Cortó
sendas orejas y volvió a abrir la Puerta Grande de La México
JUAN ANTONIO DE LABRA
Fotos: EFE – Mario Guzmán
José Mauricio se encuentra en estado de gracia y
parece que ya no tiene previsto bajarse del tren de los triunfadores, sobre
todo después de haberle visto las orejas al lobo. Así que, una vez más, entró
en comunión con el público capitalino que lo ha convertido en el torero del
momento.
Su carisma, su sencillez, y esa naturalidad que
toca todo cuanto hace, le ha granjeado el cariño de la gente, y hoy, sin tener
el impacto de la tarde anterior, volvió a salir a hombros de la Plaza México,
luego de una actuación desigual en la que brilló mucho más durante la lidia del
primer toro de su lote.
Lamentablemente hoy no vino más gente a la plaza
de la que todo mundo hubiese deseado. Pero al margen de esta circunstancia,
cabe agregar que, ante el segundo toro de la tarde, José Mauricio desplegó su
calidad, en trazos sentidos, en los que tuvo que tirar del del ejemplar, al que
toreó con sabrosura en trazos templados y toreros que emocionaron al público.
El toro le exigía cruzarse mucho y provocarlo para
arrancarle la primera embestida, y luego, cuando le salía adelante al terminar
cada pase, el de Montecristo metía otra vez la cara en la muleta con
transmisión. Así fue como construyó otra faena de las suyas, en la que
brillaron varios muletazos de acusado acento, como un trincherazo, y
determinados naturales, que fueron coreados con fuerza por la gente, ávida de
ver a un torero con sello propio.
El quinto era largo y más ofensivo por delante, y
José Mauricio le buscó las vueltas desde el capote, con el que hizo un vistoso
quite por fregolinas. Más tarde no pudo redondear una faena desigual, en la que
se le notó un tanto crispado ante las complicaciones del toro, que en un
descuido le echó mano propinándole una fuerte voltereta de la que sacó un
varetazo en el muslo derecho y un golpe en un costado. Este hecho encendió los
ánimos de la gente, que nuevamente se mostró muy receptiva a la entrega del
torero capitalino, que terminó la faena toreando otra vez de pitón a pitón y
por la cara, siguiendo al pie de la letra las lecciones de tauromaquia que en
su día le enseñó Paco Laguna, aquel taurino romántico -de la vieja guardia- que
fungió como su primer maestro y apoderado en su época de novillero. A la hora
de entrar a matar entró por derecho y colocó una estocada entera, fulminante,
que calentó el ambiente para que le concedieran esa segunda oreja que le abrió
de par en par la Puerta Grande para convertirse, en un par de domingos
consecutivos, en uno de los triunfadores de la Temporada Grande, igualando así
la marca de Joselito Adame, que también lleva cuatro orejas en dos corridas.
Cabe mencionar que el encierro de Montecristo tuvo
algunos toros sin el trapío suficiente para esta plaza. Además, a la corrida le
faltó raza, y Fermín Rivera enfrentó a dos mansos que huyeron continuamente de
las telas.
Al que abrió plaza, un berrendo en cárdeno que fue
reservón, le hizo una primera faena recia, de torero valiente, que acabó
metiéndose con él y conectando con el público, que se entregó a la labor del
potosino
La del cuarto, que era uno de los toros más
armoniosos del encierro, fue otra faena de arrestos, colocación precisa,
zapatillas firmes sobre la arena y reciedumbre, que agradó al público por su
pundonor, y varios detalles de toreo clásico, ortodoxo, que tan bien sabe
prodigar el torero de dinastía. Lo malo fue que en ambas intervenciones no
estuvo fino con la espada y lo que pudo ser el corte de una oreja de ley quedó
en una ovación recogida en los medios. De cualquier manera, ahí está Fermín en
pie de lucha dispuesto para afrontar nuevos retos.
A Juan Pablo Sánchez le tocaron dos toros que
apenas colaboraron, un poco más el tercero que el sexto, y el hidrocálido
estuvo firme y decidido. Al primer ejemplar de su lote le hizo una faena más
hilvanada, con algunos chispazos de su proverbial temple, pues toreó con
largueza y despaciosidad con la mano derecha.
El sexto, un castaño de buena lámina, no dio
opciones porque llegó sin fuerza a la muleta y tropezaba de manera continua.
Juan Pablo se afanó en torearlo colocándose a la distancia precisa para ver si
con ello le ayudaba a completar su recorrido en cada embestida, pero el de
Montecristo se frenaba, protestaba o se caía.
Al igual que Fermín, Juan Pablo no estuvo bien con
la espada y este hecho vino a emborronar una actuación digna en la que casi no
pudo mostrarse.
El último domingo del año está anunciada la
corrida de rejones con tres grupos de forcados, ingrediente del que se pueden
esperar cosas interesantes, pues no deja de ser este tipo de festejo, una
alternativa atractiva en el marco de la Temporada Grande.
FICHA
DEL FESTEJO
Novena
corrida de la Temporada Grande. Menos de un cuarto de entrada (unas 6 mil
personas) en tarde nublada y fría.
Toros de
Montecristo, desiguales en presentación y juego, de los que destacó el 2º.
Pesos:
532, 498, 537, 537, 549 y 520 kilos.
Fermín
Rivera (gris perla): Leves palmas y ovación tras aviso.
José
Mauricio (gris acero y oro): Oreja tras aviso y oreja.
Juan
Pablo Sánchez (rosa y oro): Leves palmas tras aviso y silencio.
Incidencias:
Destacaron en banderillas Diego Bricio y Ángel González, que
cubrieron muy bien el tercio del 1º, y ambos saludaron. Y Gustavo Campos
en el segundo, que también saludó. *** José Mauricio pasó a la enfermería luego
que recibió fuertes golpes durante la lidia del 2º de su lote, tras la debida
exploración, se encontró a una contusión costal, con dolor asociado al percance
que sufrió el domingo pasado, además de un varetazo en la cara interna del
muslo derecho, todo ello sin consecuencias de gravedad.
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