La
fecunda amistad del coloso de Gelves y el canónigo de Hinojos quedaría sellada,
muerto el torero, en un memorable artículo publicado en el diario decano de la
ciudad que ya le había servido de púlpito para muñir la coronación canónica de
la Virgen del Rocío.
ÁLVARO R.
DEL MORAL
@ardelmoral
Diario CORREO DE ANDALUCÍA
La cuenta atrás del ‘Año Gallito’ ya ha comenzado.
La Hermandad de la Macarena y la cátedra Sánchez Mejías, abanderadas del
proyecto, ya han hecho público el completo programa de actos y actividades que
saludará el centenario de la muerte del grandioso torero de Gelves en el ruedo
de Talavera saldando esa “deuda” que el hermano mayor de la corporación de San
Gil, José Antonio Fernández Cabrero, admitió tener contraída con Gómez Ortega,
una de las figuras más fascinantes para entender la efervescencia cultural,
social, artística, devocional y por supuesto taurina que se vive en los
primeros lustros del siglo XX.
José encontró en la corporación de la Macarena la
devoción de su vida e hizo de la Virgen de la Esperanza un auténtico asidero en
los momentos de zozobra. Esa relación se reforzó con la amistad de dos actores
fundamentales para entender la pujanza de esta hermandad fundamental: el genial
diseñador Juan Manuel Rodríguez Ojeda y el influyente canónigo Juan Francisco
Muñoz y Pabón.
Llegados a este punto conviene recordar el papel
que jugó Pabón, que además de ser íntimo de José fue el inspirador intelectual
de algunas de las caras de la revolución poliédrica que se estaba obrando en el
seno de la hermandad de la Macarena. Se ha analizado hasta la saciedad el papel
renovador de Juan Manuel Rodríguez Ojeda, reinventor de la estética de la
cofradía popular; también se ha subrayado en los últimos tiempos como merecía
el rol de Joselito El Gallo como financiador de los proyectos de su amigo Juan
Manuel.
Pero este binomio se convierte en relación
triangular al incluir el papel activo de Muñoz y Pabón que trascendió de la
Macarena y alcanzó –ya lo contamos en El Correo- hasta la coronación canónica
de la Virgen del Rocío. El impar canónigo de Hinojos, ya había firmado un
inolvidable artículo –‘La pelota está en el tejado’ era el título de la pieza-
imprescindible para entender la maquinaria humana que puso en marcha la
coronación canónica de la Reina de las Marismas, el 8 de junio de 1919 en la
que también tuvo una activa participación el torero de Gelves. Cuando el
cardenal Almaraz deposito la corona en las sienes de la Virgen quedaba menos de
un año para que Joselito cayera fulminado por un toro de la Viuda de Ortega en
Talavera de la Reina...
La coronación ‘popular’ de la Macarena
El asunto de las coronaciones no era nuevo para
Muñoz y Pabón que había tenido una parte muy activa en la preparación de la
coronación canónica de la Virgen de los Reyes junto al arzobispo Spínola,
fundador de este periódico. Pero el canónigo de Hinojos volvería a echar toda
la carne en el asador orquestando aquella coronación “popular” de la Macarena
que no se puede desdoblar de la obra de Ojeda y de la creciente influencia de
Joselito en la hermandad de su vida. Aquella ceremonia, celebrada en San Gil el
Viernes de Dolores de 1913, ya iba a contar con tres piezas maestras para
entender la materialidad de la devoción a la Virgen de la Esperanza. Son la
corona de Reyes y el llamado manto camaronero o de malla que había alumbrado el
genial diseñador para la Semana Santa de 1900. Pero Rodríguez Ojeda añadió a
ese atavío las cinco ‘mariquillas’ verdes de cristal de roca que Gallito había
comprado en una joyería de París. Se había creado un inconfundible modelo
iconográfico que quedaría indisolublemente unido a otra pieza fundamental,
verdadera piedra angular de la cofradía moderna: el palio rojo de 1908.
Ese palio y el manto de malla tampoco fueron ajenos
al mundillo taurino y la familia de los Gallo. El profesor Palomero Páramo ya
alumbró algunos datos interesantes en ese aspecto: Juan Manuel llegó a
organizar dos novilladas en la plaza de la Maestranza los días 30 de julio y 19
de agosto de 1900 para sufragar el célebre manto. En la primera de ellas, entre
otros, actuó Rafael El Gallo; en la segunda, su hermano Fernando. Pero es que
el famoso palio rojo también iba a ser sufragado con la recaudación de varios
festejos taurinos. Ojeda montó esta vez tres novilladas en 1907 en las que se
lidiarían reses de Miura, otro apellido taurino estrechamente vinculado a la
corporación de San Gil.
Joselito seguiría esa estela al anunciarse en la
plaza de la Maestranza el 14 de agosto de 1912, víspera de la fiesta de la
Virgen de los Reyes. Gallito se encerró en solitario con seis novillos de los
hierros de Benjumea, Miura, Murube, Parladé, Tovar y Santacoloma. El objeto de
la encerrona era, precisamente, recabar fondos para la famosa corona de oro
diseñada por Rodríguez Ojeda que se estaba labrando en la joyería de Reyes
aunque el resultado del festejo fue feliz en lo económico no respondió del toro
a la expectación levantada. “José no hizo en los cinco primeros bichos nada de
notable, llegando a escuchar protestas en la muerte del cuarto y quinto;
únicamente en el sexto logró alegrar al público, pues toreó de capa y muleta y
banderilleó muy bien, por lo que fue ovacionado”, señalaba la crónica publicada
en El Toreo un par de días después. Mes y medio más tarde, Joselito se
convertía en matador en la misma plaza de manos de su hermano Rafael.
La corona era una realidad pero había que
imponérsela a la Virgen con una solemnidad acorde al imparable fervor que ya
despertaba la Esperanza. Y ahí volvieron a entrar en liza los oficios de Muñoz
y Pabón, organizando una ceremonia que se celebró en la parroquia de San Gil y
contó con el concurso del arzobispo Almaraz que, sin embargo, no fue el
encargado de imponer la nueva presea en las sienes de la Virgen sino el propio
Pabón. ¿Estaba marcando las distancias legales para certificar que no se
trataba de la preceptiva y rarísima coronación canónica? Daba igual: a la que
pasaría a la historia como coronación popular de la Macarena no le faltó su
cardenal, tampoco su propio ajuar, tan íntimamente ligado a la figura de
Joselito. Pero en ese momento nadie podía imaginar que aquella corona
timbraría, sucesivamente, los tres mantos de salida confeccionados a la imagen
a lo largo del siglo XX: el camaronero y el de tisú, ambos de Juan Manuel
Rodríguez Ojeda, a los que siguió el que se bordó en los talleres de Caro bajo
diseño de Marmolejo para la definitiva coronación canónica de 1964.
Pero hay que volver a las circunstancias en las
que se produce aquella primera coronación de 1913 a la que José asistiría como
flamante matador de toros. La ceremonia se celebró el 14 de marzo, Viernes de
Dolores, como colofón a los cultos cuaresmales de aquel año. Ya lo hemos dicho:
la Virgen fue entronizada en el palio rojo y vestida con el manto camaronero.
El Correo de Andalucía, en el número correspondiente al 15 de marzo de 1913,
recogía la crónica de aquel fastuoso ceremonial: “La hermosa imagen de la
Esperanza se hallaba colocada en el paso vistiendo la saya y el manto con el
que hace estación y luciendo todas las joyas”, incluyendo las mariquillas de
cristal verde que le había regalado José y colocado Juan Manuel. La Virgen ya
tenía su manto, su paso y su corona...
Pabón convierte El Correo en púlpito
Quedaban poco más de siete años para la cita
ineludible de Talavera. Hasta entonces nadie osó discutir el trono de Joselito.
Pero la tragedia se consumó aquel 16 de mayo de 1920. El toreo, toda España, se
vistió de luto. Juan Manuel Rodríguez Ojeda levantó un túmulo casi onírico en
San Gil y cubrió de gasas negras a la Virgen de la Macarena, a la que Gallito
había prometido doce varales de oro que quedaron en leyenda. La llegada del
cadáver a la estación de Plaza de Armas constituyó una impresionante manifestación
de duelo y hasta un ejercicio de culpa colectiva. Había muerto el rey de los
toreros.
El Correo de Andalucía salió a la calle el 23 de
mayo refiriendo los detalles del fastuoso ceremonial celebrado el día antes en
la catedral de Sevilla por el eterno descanso del coloso de Gelves. Pero una
vez más -es el sino de esta tierra de María Santísima- no había llovido a gusto
de todos... Conviene retroceder algunas horas. El día 22, en su edición
vespertina, el decano de la prensa sevillana había incluido otro artículo de
Muñoz y Pabón en el que defendía con vehemencia aquellos honores póstumos para
José. La nobleza y la poderosa burguesía agraria de la época se habían echado
las manos a la cabeza: para ellos, la catedral de Sevilla no podía ser el
escenario de los funerales de un simple matador de toros, por famoso que fuera,
que además tenía un cuarterón gitano.
Merece la pena desempolvar el artículo del impar
canónigo choquero en la valiosa hemeroteca de El Correo. Pabón pegó un severo
repaso a las fuerzas vivas hispalenses señalando, entre otras perlas, que “si
Joselito no ha sido tan funesto para la nación y para la Iglesia como lo son
los políticos -aquí entran también los locales-, nadie tiene la culpa”. El
canónigo tampoco se cortó al afirmar que “en las honras de Joselito ha estado
toda Sevilla, empezando por vosotros, los títulos y los grandes, y acabando por
los pobres y los humildes. ¿Es que os duele el contraste?... El remedio no está
en Roma: mereced ser queridos en vida y llorados en muerte. El pueblo hará lo
demás”, escribía Muñoz y Pabón en las páginas de este periódico.
Pero el calonge aún se adornó al lanzar un último
dardo: “Por cierto que no han faltado títulos de Castilla -asistentes al acto-
que han sentido escándalo de que todo un Cabildo Catedral haga exequias por un
torero... Pues, ¿qué? ¿No sois vosotros los que aplaudís a los toreros y los
jaleáis; los que los aduláis, formándoles corte hasta las mismas gradas del
Trono”. ¿Quién se atrevería hoy, casi un siglo después, a realizar ese
ejercicio de verdadera libertad de expresión que permanece cargado de rabiosa
actualidad? La nobleza de la época, aglutinada en la Maestranza, tampoco podía
perdonar a Joselito su impulso a la efímera plaza Monumental de San Bernardo
-de la que también se acaba de cumplir un siglo- que entendieron como un ataque
a la exclusividad del viejo coso del Arenal.
Aquel valiente artículo del canónigo de Hinojos
fue recompensado con una pluma de oro costeada por suscripción popular. Pero
Muñoz y Pabón quiso ofrendar ese regalo a la Esperanza de la Macarena después
de intentar trocarlo por una limosna de trigo para los pobres: “Sea el obsequio
una pluma. Y de oro... pero póngasela un alfiler, que la convierta en
imperdible o broche, para sujetar con ella el cíngulo de la Esperanza”. Desde
entonces, esa pluma de oro forma parte del aderezo más inconfundible de la
Esperanza junto a la corona de la joyería Reyes y las mariquillas de cristal
verde que le había comprado en París el rey de los toreros. Al canónigo tampoco
le quedaba mucho tiempo. Murió el 3 de diciembre de aquel mismo año... Un siglo
después de todo aquello, la Hermandad de la Macarena se dispone a mojar la pluma
de Pabón con tinta nueva para subrayar una historia de devoción y fidelidad que
permanece intacta.
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