lunes, 23 de diciembre de 2019

El animalismo se opone a la ecología

"No hay que confundir el animalismo con un ecologismo responsable"
ANTONIO CASANUEVA

Como explicábamos en la entrega anterior, el animalismo es un producto urbano, nacido de la humanización de las relaciones entre las personas y sus mascotas, que tiene como sustento filosófico las teorías de Peter Singer que condenan todo sufrimiento animal.

Los movimientos animalistas, por lo tanto, esconden la muerte y el dolor. Esta idea se ha ido permeando inclusive en el lenguaje en países anglosajones. Es común que los norteamericanos utilicen el eufemismo he passed away, es decir, "se fue lejos" o "pasó" para no decir "murió".

Pero eso no sucede en México, ni en España. Al respecto, Carlos Fuentes comentó: "Mexicanos y españoles tenemos el privilegio, pero también la carga, de entender que la muerte es vida. O sea: todo es vida, incluyendo a la muerte, que es parte esencial de la vida".

Francis Wolff en el documental "Un filósofo en la arena" dice en tono pesimista: "¿No es cierto que ahora ocultamos la muerte como a una enfermedad vergonzosa? Nuestra época secularizada exalta una existencia libre de riesgos, una juventud eterna, una vida sin muerte. Lo humano es acompañar la muerte del animal respetado con un ritual o una ceremonia expiatoria".

Y casi al final de la película se lamenta: "Nuestras sociedades productivista prefieren la muerte en los mataderos mecanizada e industrial. Muerte fría y oculta. En ese mundo de violencia aséptica yo no quiero vivir".

Por otro lado, el animalismo se opone a la ecología. Al animalismo le interesan únicamente los individuos. La ecología, por el contrario, es holística y se preocupa por el equilibrio global entre las especies en los ecosistemas. Al animalismo sólo le conciernen los animales que pueden sufrir: la ecología no distingue entre especies vivas sensibles y no sensibles. Para el animalismo el sufrimiento y la muerte son males a erradicar. Para la ecología la muerte y el sufrimiento son componentes esenciales de la vida y dinámicas.

En otras palabras, no hay que confundir el animalismo con un ecologismo responsable. En la carta encíclica Laudatos Si, el Papa Francisco dice que el auténtico desarrollo humano posee un carácter moral y supone el pleno respeto a la persona humana. El Papa invita a la humanidad a colaborar para construir nuestra casa común. Y hace una mención que parece dedicar a la defensa de tradiciones como la taurina:

Hace falta incorporar la historia, la cultura y la arquitectura de un lugar, manteniendo su identidad original. Por eso, la ecología también supone el cuidado de las riquezas culturales de la humanidad en su sentido más amplio. De manera más directa, reclama prestar atención a las culturas locales a la hora de analizar cuestiones relacionadas con el medio ambiente, poniendo en diálogo el lenguaje científico-técnico con el lenguaje popular (Carta Encíclica Laudatos Si, 143).

Francisco invita a proteger, custodiar, preservar, guardar, vigilar. Esto implica una relación de reciprocidad responsable entre el ser humano y la naturaleza. El cuidado de un ecosistema supone una mirada que va más allá de lo inmediato.

En la tauromaquia se respeta la naturaleza del toro. Las dehesas de toros de lidia son una de las últimas formas de ganadería extensiva. Cada animal dispone de una extensión amplia de terreno. Gracias al toro bravo estos espacios son auténticas reservas ecológicas de incomparable riqueza de flora y fauna. La defensa de los toros es, también, una protección a la biodiversidad y una defensa del respeto a la naturaleza de los animales.

Para el animalismo todo animal merece una igual consideración. Como decíamos antes, el crecimiento urbanístico ha hecho que se pierda contacto con la fauna salvaje y se ha olvidado la lucha ancestral de los hombres contra otras especies. Los lobos eran depredadores de rebaños, las ratas portadoras de pestes; por lo tanto, los seres humanos luchaban contra de ellos para defenderse.

Los abolicionistas se aprovechan del afecto que las personas tienen de sus mascotas o de la simpatía que generan algunas razas que conviven con los humanos. Quieren generar un estatuto jurídico único para el animal en general. Se aprovechan de la indignación de los propietarios de perros y gatos que piensan que una ley así mejoraría la suerte de sus animales queridos. La ecología y los equilibrios biológicos niegan la igualdad de derechos a la que aspiran los animalistas. La pregunta a un animalista es: ¿quién sufre más, un zorro hambriento o una liebre al ser devorada por el zorro?

Francis Wolff en su libro "Tres utopías contemporáneas" (Erasmus, 2019), cuestiona la filosofía animalista: "¿No habría que salvar al conejo perseguido por el zorro? ¿O impedir que uno se coma al otro y, más en general, socorrer a todas las presas de sus depredadores?" La filosofía animalista llevada al extremo requeriría una manipulación genética de los animales para eliminar a los depredadores. Wolff dice en forma irónica: "Los neozorros genéticamente manipulados podrían, por fin, cohabitar pacíficamente con los neoconejos, los cuales a su vez serían definitivamente manipulados a fin de que, en ausencia de sus depredadores, se reprodujesen más lentamente (si no: ¡cuidado con la invasión!)".

En definitiva, la naturaleza y la ecología, como la tauromaquia o la caza deportiva, son un adversario del animalismo.

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