CARLOS RUIZ VILLASUSO
@CRuizVillasuso
@CRuizVillasuso
Redacción APLAUSOS
Dice The Times que detrás de Greta, la niña gurú
del ecologismo actual, están muchas empresas transnacionales poniendo dinero.
Detrás de Greta y de todo el movimiento del “ecologismo oficial”. No lo digo
yo. Yo lo dije respecto al “animalismo oficial”. Pero resulta, qué cosa, que en
ambos casos están las mismas multinacionales, transnacionales y grupos de poder
económico, emanando todos del poder Rockefeller, dueños de petroleras tipo
Shell. Por qué razón la Shell, que no contamina nada, pone pasta, creo
intuirlo, pero ya lo he dicho y lo volveré a decir. Me sorprende ver en los
“ponedores” de Greta según The Times, a IKEA, sí, el gigante de muebles que
resulta que ahora la madera no viene de talar árboles.
Pero nada me sorprende. Creo que el “ecologismo
oficial” de la ONU es lo mismo que el “animalismo oficial” de la ONU. Y no soy
un negacionista. Al contrario. Creo que la Tierra está muy enferma. Pero no
entiendo a la Tierra como la entiende Greta y la masa de adolescentes de
ciudad, que la entienden como la entiende el “ecologismo oficial”. La Tierra es
la suma de todas las tierras de cada rincón, cada hábitat, cada pueblo, al lado
de cada río. El ecologismo oficial lleva lanzando por Twitter y otras redes
sociales un mensaje de desastre oficial. Resulta que los Polos y la Tierra se
deshielan. Resulta que la temperatura media del planeta sube… O sea, localiza y
focaliza el desastre ecológico en un lejano lugar, lo manda por Twitter y se
crea un adolescente y urbanita movimiento de fácil manejo.
Esta juventud nace y se afirma en un sentimiento
ecologista de lejana imagen. La mayoría no pisarán jamás el campo, un pueblo.
Y, dando una vuelta por IFEMA, el lugar de la Cumbre del Clima número 25, veo
que nadie de lo rural anda por allí. Están hablando de selvas, de océanos, de
polos nortes y sures cuando el cambio climático, la desertización, nace cada
día, desde hace muchos años, al pie de cada hierba, de cada árbol, de cada
animal y de cada ser humano que hay al lado: en cada pueblo, en cada lugar de
nuestro campo.
No creo en ese ecologismo oficial porque éste no cree en el
ecologismo a pie de tierra, el real. Y no termino de entender cómo esta
urbanidad adolescente puede salvar el árbol si no se conciencia con salvar a la
oveja, cómo salvar la encina si no se salva al toro bravo
No es que un glaciar se joda porque un “no se sabe
quién del CO2” maldito, como fuerza del mal global, esté jodiendo a la Tierra.
Es al revés. Se muere la Tierra porque se están muriendo las tierras. Las
tierras, todas y cada una, pequeñas, de pequeñas charcas, pequeños ríos, esos
bosques al pie del pueblo, esa tierras bien labradas… Porque existe y existirá
quizá, un ecologismo real y unos ecologistas reales, expulsados de la cumbres
del clima oficiales: las gentes de la oveja, de la espiga de trigo, las gentes
de la dehesa, del toreo, de la caza… la gente del mundo rural que conoce la voz
y la mirada de cada grano de tierra que conforma la Tierra.
Y esos no están en esa parafernalia de IFEMA. En
su lugar está un ecologismo adolescente urbanita que habla de una hecatombe.
Una cumbre que pretende poner de acuerdo a los 196 países que lo han firmado.
Ya. Resulta que se le pide a Yemen lo que a Suiza. Muy justo, muy ético, muy
coherente y muy práctico. Y no termino de entender cómo esta urbanidad
adolescente puede salvar el árbol si no se conciencia con salvar a la oveja,
cómo salvar la encina si no se salva al toro bravo, cómo salvar el agua de un
río si no se salva al que pesca, cómo evitar incendios si no se caza. Cómo salvar
la Tierra con sus tierras si estamos metiendo con calzador a los habitantes de
los pueblos en las macro y mega ciudades.
No creo en ese ecologismo oficial porque éste no
cree en el ecologismo a pie de tierra, el real. No creo en él porque en IFEMA
jamás se ha planteado estas cuestiones ecológicas y humanas. No creo en él. No
es que no crea en la buena intención de esa masa adolescente de ciudad que se
pinta rayas verdes en la cara y se sienta en el suelo para lanzar sus mensajes
sobre el glaciar que deshiela. Porque hace lo mismo con el mono que pierde su
selva, pero no lo hace con la encina que pierde a su toro ni con el trigo que
pierde a su segador. No. No creo.
No les creo porque no creo en la bondad ecológica
de la Shell o de IKEA o de Rockefeller o de las transnacionales del negocio de
la mascota y del nuevo animalismo. No me los creo. No son ecologistas. Son los
creadores de un negocio nuevo en la gran ciudad, lanzadores de mensajes
sensibles para adolescentes sensibles y, por tanto, expuestos a una aberración
de mentira por verdad. Creo en el agricultor, el ganadero chico, el cazador
cabal. Creo en la dehesa, en el toro bravo, en sus gentes de años y de siglos
que no van a joder al glaciar sino que han tratado por siglos de que el pinche
glaciar y el pinche mar se mantenga natural y sin peligro mientras países,
estados, y transnacionales se han lucrado y se lucran de la muerte de un árbol
y el desgaste de un río.
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