lunes, 23 de diciembre de 2019

LEER UNA NOTICIA - No creo

CARLOS RUIZ VILLASUSO
@CRuizVillasuso
Redacción APLAUSOS

Dice The Times que detrás de Greta, la niña gurú del ecologismo actual, están muchas empresas transnacionales poniendo dinero. Detrás de Greta y de todo el movimiento del “ecologismo oficial”. No lo digo yo. Yo lo dije respecto al “animalismo oficial”. Pero resulta, qué cosa, que en ambos casos están las mismas multinacionales, transnacionales y grupos de poder económico, emanando todos del poder Rockefeller, dueños de petroleras tipo Shell. Por qué razón la Shell, que no contamina nada, pone pasta, creo intuirlo, pero ya lo he dicho y lo volveré a decir. Me sorprende ver en los “ponedores” de Greta según The Times, a IKEA, sí, el gigante de muebles que resulta que ahora la madera no viene de talar árboles.

Pero nada me sorprende. Creo que el “ecologismo oficial” de la ONU es lo mismo que el “animalismo oficial” de la ONU. Y no soy un negacionista. Al contrario. Creo que la Tierra está muy enferma. Pero no entiendo a la Tierra como la entiende Greta y la masa de adolescentes de ciudad, que la entienden como la entiende el “ecologismo oficial”. La Tierra es la suma de todas las tierras de cada rincón, cada hábitat, cada pueblo, al lado de cada río. El ecologismo oficial lleva lanzando por Twitter y otras redes sociales un mensaje de desastre oficial. Resulta que los Polos y la Tierra se deshielan. Resulta que la temperatura media del planeta sube… O sea, localiza y focaliza el desastre ecológico en un lejano lugar, lo manda por Twitter y se crea un adolescente y urbanita movimiento de fácil manejo.

Esta juventud nace y se afirma en un sentimiento ecologista de lejana imagen. La mayoría no pisarán jamás el campo, un pueblo. Y, dando una vuelta por IFEMA, el lugar de la Cumbre del Clima número 25, veo que nadie de lo rural anda por allí. Están hablando de selvas, de océanos, de polos nortes y sures cuando el cambio climático, la desertización, nace cada día, desde hace muchos años, al pie de cada hierba, de cada árbol, de cada animal y de cada ser humano que hay al lado: en cada pueblo, en cada lugar de nuestro campo.

No creo en ese ecologismo oficial porque éste no cree en el ecologismo a pie de tierra, el real. Y no termino de entender cómo esta urbanidad adolescente puede salvar el árbol si no se conciencia con salvar a la oveja, cómo salvar la encina si no se salva al toro bravo

No es que un glaciar se joda porque un “no se sabe quién del CO2” maldito, como fuerza del mal global, esté jodiendo a la Tierra. Es al revés. Se muere la Tierra porque se están muriendo las tierras. Las tierras, todas y cada una, pequeñas, de pequeñas charcas, pequeños ríos, esos bosques al pie del pueblo, esa tierras bien labradas… Porque existe y existirá quizá, un ecologismo real y unos ecologistas reales, expulsados de la cumbres del clima oficiales: las gentes de la oveja, de la espiga de trigo, las gentes de la dehesa, del toreo, de la caza… la gente del mundo rural que conoce la voz y la mirada de cada grano de tierra que conforma la Tierra.

Y esos no están en esa parafernalia de IFEMA. En su lugar está un ecologismo adolescente urbanita que habla de una hecatombe. Una cumbre que pretende poner de acuerdo a los 196 países que lo han firmado. Ya. Resulta que se le pide a Yemen lo que a Suiza. Muy justo, muy ético, muy coherente y muy práctico. Y no termino de entender cómo esta urbanidad adolescente puede salvar el árbol si no se conciencia con salvar a la oveja, cómo salvar la encina si no se salva al toro bravo, cómo salvar el agua de un río si no se salva al que pesca, cómo evitar incendios si no se caza. Cómo salvar la Tierra con sus tierras si estamos metiendo con calzador a los habitantes de los pueblos en las macro y mega ciudades.

No creo en ese ecologismo oficial porque éste no cree en el ecologismo a pie de tierra, el real. No creo en él porque en IFEMA jamás se ha planteado estas cuestiones ecológicas y humanas. No creo en él. No es que no crea en la buena intención de esa masa adolescente de ciudad que se pinta rayas verdes en la cara y se sienta en el suelo para lanzar sus mensajes sobre el glaciar que deshiela. Porque hace lo mismo con el mono que pierde su selva, pero no lo hace con la encina que pierde a su toro ni con el trigo que pierde a su segador. No. No creo.

No les creo porque no creo en la bondad ecológica de la Shell o de IKEA o de Rockefeller o de las transnacionales del negocio de la mascota y del nuevo animalismo. No me los creo. No son ecologistas. Son los creadores de un negocio nuevo en la gran ciudad, lanzadores de mensajes sensibles para adolescentes sensibles y, por tanto, expuestos a una aberración de mentira por verdad. Creo en el agricultor, el ganadero chico, el cazador cabal. Creo en la dehesa, en el toro bravo, en sus gentes de años y de siglos que no van a joder al glaciar sino que han tratado por siglos de que el pinche glaciar y el pinche mar se mantenga natural y sin peligro mientras países, estados, y transnacionales se han lucrado y se lucran de la muerte de un árbol y el desgaste de un río.

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