JORGE
ARTURO DÍAZ REYES
@jadir45
¿Cuántos de los asistentes a una corrida vuelven?
Muchos, aún. Así sean cada vez menos y con menor frecuencia, como indican las
decrecientes estadísticas de la fiesta. Creo que los espectadores de una sola
vez en la vida siguen siendo una pequeña parte del total cada tarde.
Aún en ciudades proverbialmente taurinas, Madrid,
por ejemplo, donde para los turistas la experiencia de ir a los toros hace
parte del paquete prepagado (sin importar que por lo abigarrado del tour sean
apenas los tres primeros, o solo uno según los nervios del debutante). No tengo
cifras, pero quizá ese porcentaje de visitas primerizas y únicas vaya en
aumento, según el reciente interés de algunas empresas de viajes en el toreo.
Mas la otra pregunta, clave, para empresarios y en
general para quienes profesamos el culto, es porqué los asiduos y aficionados
ralean su concurrencia o terminan desertando. Y en progresión, a juzgar por los
muchos festejos que se dejan de dar año tras año, el despoblamiento y
desaparición de ganaderías, el subempleo torero… Ahí, sí hay números
contundentes.
Esta es una cuestión de mayor calado, de vida o
muerte, pues la pérdida de fieles, que desde lo económico se puede paliar
temporalmente con el público de aluvión, marca también la pérdida de fe y el
debilitamiento del credo, que por ese camino puede terminar modernizándose de
rito canónico a espectáculo pintoresco, en el que cualquier histrionismo,
coreografía, truculencia que atraiga la curiosidad de aquella novelería más
crédula y menos creyente será bendecido por la rentabilidad momentánea.
Sí, poco a poco los de siempre se alejan,
llevándose con ellos la herencia que asegura el futuro. Pero en lugar de
intentar atesorarla, su abandono se saluda como una necesaria renovación.
Insistiendo en la más incierta y retórica de las manidas consignas para
“salvar” la fiesta: “Esto hay que cambiarlo, hay que ponerlo a tono con los
tiempos que corren”.
Podrá sonar lógico, pero no. A qué quieren
cambiar. En qué quieren convertirse. Cuáles son los tiempos qué corren ¿Los de
la virtualidad? ¿Los de las cosas no son como son sino como parecen?
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