El diestro
gaditano, uno de los mejores lidiadores de la historia, profundiza en su
carrera en el año en el que se ha cumplido medio siglo de su alternativa
LUIS NIETO
DIARIO DE SEVILLA
Su sonrisa esconde un carácter férreo, gracias al
cual navegó entre éxitos y oleadas de alimañas ante las que otros muchos
sucumbieron.
De chaval repartía leche y sudó la gota gorda en
los albañiles hasta que su sangre torera despertó y se arrojó de espontáneo.
Ungido por Rafael Ortega, torero grandioso y
subestimado, recorrió los alberos de medio mundo con corazón de artificiero,
preparación de atleta y temple ejemplar, transitando entre los infiernos del
miedo y las cornadas hasta abrazarse a la gloria.Inquieto, vitalista,
actualmente profesor taurino y comentarista en televisión, nació en San
Fernando hace setenta y dos años y celebra esta temporada medio siglo de su
alternativa con un palmarés extraordinario –desde una decena de salidas a
hombros por la Puerta Grande de Madrid al último rabo concedido, de un Miura,
en La Maestranza sevillana–.
Es Ruiz Miguel, uno de los lidiadores más
importantes de la historia.
"EN UN FESTIVAL ME TIRÉ DE ESPONTÁNEO A UN NOVILLO... ME
ANUNCIARON COMO PAQUITO RUIZ ‘EL ESPONTÁNEO”"
–Paco,
¿cómo vivió su alternativa –27 de abril de 1969 en Barcelona–?
Estaba prevista de manos de Puerta, con Camino de
testigo y toros de Juan Pedro Domecq y dos novillos de Carlos Núñez para Dámaso
González como novillero. Se suspendió por agua. Me harté de llorar, lloré como
una Magdalena. Creía que el mundo se acababa y que no podría torear más. Un mes
o dos meses después me la dio José Fuentes, al que tengo un respeto y una
admiración muy grande y de testigo Miguel Márquez, al que conocía de coincidir
en tentaderos. Al toro de la alternativa, ‘Panadero’, que se dejó un poco, le
corté una oreja con fuerza. La corrida, de Pinto Barreiros, no sirvió apenas.
–¿Cómo era
la Barcelona taurina en aquella época?
Había un ambiente tremendo. Yo había toreado ya de
novillero en La Monumental y en Las Arenas y en ambas corté un rabo.
–El
Constitucional dio luz verde para que volvieran los toros a Cataluña tras la
prohibición ilegal y La Monumental continúa cerrada ¿Qué opinión tiene?
Se ha ganado el pleito y los empresarios no se
atreven por las pegas que les van a poner. Se puede, pero hay miedo de la
propia empresa Balañá –propietaria de de la Monumental de Barcelona–, que tiene
otros intereses empresariales allí. Es una batalla perdida.
"NO TUVE MÁS REMEDIO QUE CREARME UNA TAUROMAQUIA PARA
SOBREVIVIR A LAS CORRIDAS DURAS"
–¿En qué
momento y por qué decide hacerse torero?
(Contesta con entusiasmo) Fue un milagro. Yo no
había visto ni un tentadero. Ni una novillada. Repartía leche. Después trabajé
de albañil. Y en un festival de Cádiz me tiré de espontáneo a un novillo de
Paquirri, al que llevaba quien luego fue mi apoderado, Paco Ortega. Puse
aquello a reventar. Me anunciaron luego como Paquito Ruiz ‘El Espontáneo’. Creo
que nací para torero.
–¿Cómo se
definiría como torero?
Soy un torero de nuestra tierra, de Cádiz, con ese
pellizco de este rincón y aparte de ser artista, un torero con valor, con
técnica extraordinaria que hice el aprendizaje sobre la marcha. Toreé 25
novilladas sin caballos y 47 con picadores y al año siguiente la alternativa.
–¿En qué
momento le etiquetan como torero lidiador abocado a corridas duras?
A partir del 71, cuando corto el rabo a ‘Gallero’,
de Miura, en Sevilla. Era mi primera de este hierro. Me pasó algo parecido con
Victorino, en la que corté tres orejas y un rabo en Vic-Fezensac –erigieron un
monumento conmemorativo en su honor y la Puerta Grande se denomina con su
nombre–. Y en la primera de Murteira, en Olivenza, también corté un rabo. Es el
destino. Si hubiera estado mal en aquellas lo mismo no mato más de este tipo o
a lo peor acabo en los albañiles.
"LOS TOROS DE ESOS HIERROS TE QUEMAN MUCHO, TANTO QUE A
VECES EL CUERPO NO AGUANTA"
–Con este
tipo de corridas su palmarés es impresionante.
He actuado en 1.425 corridas de toros. Un centenar
de Miura, 89 de Victorino, 36 de Pablo Romero, 50 de Murteira. Y de Guardiola,
Conde de Albaserrada... y creo que soy el que más paseíllos ha hecho en
Pamplona.
–¿Con cual
de ellas pasaba más miedo?
Con todas ¡No sé como estoy vivo!
–¿Con esos
toros tuvo que torear de una manera determinada?
No tuve más remedio que crearme una tauromaquia
para sobrevivir a las corridas duras, para zafarme de muchas cogidas. Había que
intentar buscarles las cosquillas a esos toros complicados.
–¿En qué
consiste esa tauromaquia?
En quedarte muy quieto, no pegar tirones, confiar
en tu mente y tener una gran preparación física porque el toro tiene siempre la
misma edad y yo tenía un año más cada temporada. Era fundamental exprimir las
vacas en los tentaderos para estar físicamente lo mejor posible.
"MI TAUROMAQUIA CONSISTÍA EN LA QUIETUD, EL TEMPLE,
CONFIAR EN MI MENTE Y TENER UNA GRAN PREPARACIÓN FÍSICA"
–¿Supone un
desgaste mayor?
Te quemas mucho. Tanto que a veces el cuerpo no
aguanta. Me retiré porque necesitaba descanso, pero al año siguiente el cuerpo
me pedía volver otra vez a la guerra. Es una guerra que no he ganado solo. Lo
he conseguido gracias a mi familia –su esposa, Lola Álvarez y sus hijos María
Jesús y Francisco–, a mi cuadrilla, a mi gente.
–¿Qué le
aportó el maestro Rafael Ortega?
Entre otras cosas, que para matar al toro tenía
que entrar entre los pitones, estar bien colocado, cogerle pronto la distancia,
el temple, que hay que nacer con él, mirar y aprender de las reacciones del
toro... Muchas cosas.
–¿Cómo ha
sido su relación con el toro?
De amigo. Hay que ponerse de acuerdo con él.
"LO MÁS DURO FUE LA MUERTE DE PAQUIRRI. ME TIRÉ UN MES Y
PICO PENSANDO EN QUE IBA A DEJAR EL TOREO"
–Paco, ¿qué
es el miedo?
Lo tenemos todo el mundo. Hay que dominarlo. Está
en la mente. Yo tenía un pacto con él. Cuando empezaba a vestirme de torero me
entraba tranquilidad. Le decía al miedo: ‘Quédate aquí, en la habitación del
hotel y cuando termine vendré a recogerte. No te vengas conmigo a la plaza’. Mi
mente hablaba con el miedo.
–¿Y el
valor?
La seguridad en ti mismo. Para ello es fundamental
la preparación física.
–¿La mejor
faena?
Creo que me he ido sin realizarla. He tenido
muchas cumbres. Pero la que sueñas, perfecta, no sale. Cuando analizas una
faena completa siempre piensas ‘Podría haber hecho esto...”.
–¿Cómo
disfrutaba tras el éxito?
No lo hacía. Era muy responsable. Lo aprendí del
maestro Ortega. Cenaba con mi cuadrilla y a la cama. Para divertirse estaba el
invierno.
–¿Cómo vivía el fracaso?
Me afectaba mucho. Hasta que un toro de Villagodio
en Madrid, en el 74 o 75, al que estuve a punto de cortarle las orejas, no lo
maté. Le dije a mi apoderado: -’Es mi destino’. Entonces, asumí las corridas
duras y pensé que no se estaba cometiendo injusticia conmigo.
"EN EL PERCANCE DE TARIFA ESTUVE A PUNTO DE PALMARLA....
SI VOLVIERA A NACER VOLVERÍA A SER TORERO"
–¿Supersticiones?
Muchas. Más que supersticiones, manías. Por
ejemplo, en Madrid, un amigo mío dejó un día un sombrero encima de la cama. Un
toro me dio una cornada y ya no le volví a dejar entrar en la habitación.
–¿Lo mejor
del toreo?
Haber podido realizar todos mis sueños, entre
ellos conseguir el bienestar económico para mi familia.
–¿Qué ha
sido lo más duro?
(Baja el tono de la voz) La muerte de Paquirri.
Estaba en mi finca y me dio la noticia una pareja de la Guardia Civil. Me metí
en la habitación y rompí a llorar. Me tiré un mes y pico pensando en que iba a
dejar el toreo. Pensar que Paquirri, con ese poderío...
–¿Cuántas
cornadas?
Diecisiete y una en la femoral, en El Puerto. Lo
peor fue la cogida en Tarifa a última hora de mi carrera. Las costillas se me
hincaron en los pulmones y estuve a punto de palmarla.
–Su labor
como profesor.
Lo fui de la Escuela de Algeciras una decena de
años y luego creé una privada con la que llevo diez o doce. Mis alumnos son
disciplinados y saben escuchar.
–¿Mereció
la pena haber sido torero?
Sí. Si volviera a nacer volvería a ser torero y a
matar mis corridas duras. Lo tengo claro.
Historia del
último rabo que un diestro ha cortado en Sevilla
Dentro de su excelso palmarés, Francisco Ruiz
Miguel es el último diestro que ha cortado un rabo en la plaza de toros de
Sevilla. Sucedió el 25 de abril de 1971. Posteriormente, únicamente lo ha
conseguido un rejoneador: Pablo Hermoso de Mendoza.
Ruiz Miguel revive aquel acontecimiento desde que
salió de su casa: "Fue un día accidentado. Lo tengo metido en mi mente.
Tuvimos un choque camino de la plaza. Ya con la cuadrilla y con la mente puesta
en la de Miura, mi apoderado, Paco Ortega, se dio un porrazo con otro coche. El
conductor nos retuvo. Nos dijo que hasta que no hiciera el parte, no nos dejaba
ir camino de la plaza. Él le daba el DNI y le dijo que ya le llamaría para el
parte, que llegábamos tarde al paseíllo. Al final tuvimos que salir andando por
las calles del centro de Sevilla, vestidos de toreros. Llevaba colgadas dos
medallas de mis padres y un escapulario. En la capilla le prometí a la Virgen
que si salía bien, no le pedí que cortara un rabo, le entregaba todas las
medallas. Después de cortar el rabo al toro de Miura, a ‘Gallero’, por la
mañana me fui desde el Hotel Colón a la plaza para cumplir y se las entregué al
capellán. Me daba mucha alegría y tranquilidad verlas en la capilla cuando
volvía a torear en Sevilla".
Ruiz Miguel rememora su histórica actuación: "Fue apoteósico. Con el capote toreé perfecto desde las tablas hasta los medios y aquello era un manicomio. Fue una faena de mucho empuje y calidad porque el toro fue muy bueno, extraordinario. Me expresé como torero. Lo maté recibiendo y la plaza estaba blanca de pañuelos. No he visto nada más unánime. Cumbre. Las dos orejas y el rabo. En el otro pinché. No pude cortar tres orejas y salir por la Puerta del Príncipe. En Sevilla habré cortado cerca de cuarenta orejas".
Ruiz Miguel rememora su histórica actuación: "Fue apoteósico. Con el capote toreé perfecto desde las tablas hasta los medios y aquello era un manicomio. Fue una faena de mucho empuje y calidad porque el toro fue muy bueno, extraordinario. Me expresé como torero. Lo maté recibiendo y la plaza estaba blanca de pañuelos. No he visto nada más unánime. Cumbre. Las dos orejas y el rabo. En el otro pinché. No pude cortar tres orejas y salir por la Puerta del Príncipe. En Sevilla habré cortado cerca de cuarenta orejas".
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