jueves, 7 de mayo de 2015

Urbi et orbi

A la ciudad y al mundo hablará el toreo desde su basílica durante treinta y un días continuos. Y todo lo  que diga, bueno, malo, trascendente, intrascendente, trascenderá.

JORGE ARTURO DÍAZ REYES

En el mes mayor de la plaza mayor, la congregación mayor con la mayor densidad, confesará sus  verdades, y para bien o para mal, los elementos del culto ya no serán iguales, y así no pase nada,  pasará.

Así es y así ha sido, desde aquel 15 de mayo de 1947 cuando “Capachero” de Rogelio del Corral, el  toro que inauguró la feria de San Isidro, se le fue vivo con tres avisos a Rafael Ortega Gómez “Gallito”, y  para rematar Antonio Bienvenida tampoco pudo estoquear al sexto que le corneó. Feria de mal augurio  esa primera, sin las figuras (Domingo Ortega, Manolete, Luis Miguel…), en la que además resultó  herido grave “El Choni” y se declaró triunfador sin orejas a Pepín Martín Vásquez.

Parecía que no pasaría nada y pasó. Sesenta y ocho veces pasó, cada una con más eco. Feria magna,  que da y quita, que construye y destruye dogmas y prestigios. ¿Ser o no ser? Ella es la cuestión. Su  toro, su público, su palco y su crítica que ahora son de todo el mundo, fraguan en el ruedo pálido y  ensangrentado la verdad de cada día. La que pese a las banderías y artimañas de las claques, pone al  final, cada cosa en su lugar.

¿Acaso podemos olvidar, de la pasada, esos dos cinqueños que despedazaron la terna. O los  soberbios encierros de Victorino y Miura, ovacionados de salida y arrastre que sometieron a sus  lidiadores y desacreditaron a cuantos pretendieron infamarlos. O la brega de Perera con el puntudo  sexto de Adolfo Martín el 3 de junio, que valió por todas la anteriores?

Yo al menos, que con pesar y por fuerza este año habré de llegar tarde, no. Nunca.

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