El torero francés cuaja a cámara lenta a un
extraordinario sobrero de El Torero, el toro de más calidad de toda la isidrada, y corta una oreja de
ley; Urdiales da una vuelta al ruedo con la corrida de Cuvillo más fea que se recuerda.
ZABALA
DE LA SERNA
@zabaladelaserna
La noticia se desmoronó a mitad de camino de serlo.
Cuando por una tarde el viento parecía que se
había quedado en los pulmones del cielo, un vienticillo racheado,
cambiante y sibilino se infiltró en la
plaza como incómodo representante de la casa madre. La muletita de Diego
Urdiales se sintió molesta en momentos
precisos. Las paupérrimas fuerzas del toro castaño y cinqueño de amplia cara
requerían la media altura precisa y
exacta. Sin movimientos aleatorios ni añadidos. Al mínimo cambio se derrumbaba. Dificilísimo templar una
embestida que además no venía con la clase de serie ni la intención fijada. Urdiales le ofreció la
entente por ambas manos con la tela lacia cuando no la enredaba el airecillo en aquellos terrenos (del '9')
tan escasamente guarecidos. No hubo más camino que el de una eficaz espada. El Rey padre, que había
regresado con la Infanta Elena a la meseta de toriles, le devolvió la montera del brindis con un
presente dentro.
Sebastián Castella planteó una estrategia diferente
desde el momento en que decidió no brindar a Don Juan Carlos porque el cuvillo no servía. Y
por terrenos también. Castella optó por los del sol más protegidos del incordio. Igual le dio porque
lo que enganchaba su muleta con insistencia era el genio de aquel toro negro, acarnerado y feo. El genio
se desataba en mitad de las suertes. Otro de cara escasamente armónica. O en armonía con sus
hechuras. Tan anchas las sienes. Como a tozudo no le gana nadie al matador francés, insistió por
la mano izquierda mil veces tropezada...
No con tanta violencia, pero el colorado tercero de
Núñez del Cuvillo también pegaba sus tornillazos. Por fortuna, más a final de viaje. Alejandro
Talavante lo interpretó perfecto con una seguridad pasmosa. Desde que se hizo presente en la verónica
pausada. Mas en el tercio de muerte -a excepción del prólogo por estatuarios-, le sacó siempre la
muleta por debajo de la pala del pitón, evitando el derrote. Como en la trincherilla y en el desprecio. El
dibujo de los redondos concluía limpio y torero. Esperó con la izquierda una inmensidad para trazar dos
naturales espléndidos. Cuando el cuvillo se acordó de su comportamiento en el caballo y fugó a tablas.
Desde el '7' ni se sabe la cantidad de tonterías que vertieron ni si a ciencia cierta lo
descentraron con la espada, pero Talavante mató a la última.
Las hechuras que portaba el altísimo cuarto las había
esbozado un Da Vinci antitorero. Difícil recordar una corrida tan frentuda de Núñez del
Cuvillo. Curro Romero había viajado desde Sevilla arropar a Urdiales. De brindar al Rey al Faraón. Como
correspondía, Diego le puso sabor al mulo que embestía sin descolgar. Torería en las dobladas y
colocación y verdad en su derecha. Una tanda despedida con el obligado de pecho, otra con un trincherazo
cabal. De ajustar el embroque hubo a continuación un desajuste en el que los lomos del toro
arrollaban al menudo matador de La Rioja. Tomó distancia Diego, cambió la mano y pensó el toreo al natural.
No del todo limpio. Ni siquiera inmaculado. Sino bañado de imperfecciones añejas. A pies juntos había
una estampa vazqueña. Dos naturales sembrados y una trincherilla que duró de aquí a la eternidad.
Ya estaba la cosa. Demasiado para lo que el toro regalaba, que no era nada. Apurar por apurar. Una
estocada tomó travesía sin muerte. Había caído un aviso. Y un descabello. Y adiós a la oreja. ¿Por qué no
la vuelta ruedo? Fue.
Devolvieron al quinto, y Sebastián Castella se
encontró con la fortuna de frente en el toro de menos frente de todos, un sobrero de El Torero
sencillamente extraordinario. Propicio para el brindis real aplazado. Castella trenzó un lío formidable
en los medios. El suyo de la casa. Antes de torear a cámara lenta al toro de más calidad que haya pisado
el ruedo venteño de todo San Isidro. 'Lenguadito' no levantaba el hocico de la arena, ni de los
vuelos de la muleta que en cuatro series que deletreaban cada interminable derechazo. El toreo ligado, encajado
el elegante galo, 'Le Coq' en estado de gracia. La ayuda de la espada simulaba para sujetar la
muleta ante el viento por la izquierda, hilvanada más que ligada, fina, engrasada. Un cambio de mano de
la siguiente serie arrancó el rugido de la comunión. La simbiosis (cuasi) perfecta de Sebastián y
'Lenguadito'. ¿Por qué cuasi? No lo sé. Qué despacio todo. Quizá porque la estocada rinconera restó.
Pero esa oreja valía un mundo, la ley de la lentitud, que en el toreo es el temple y su excelsitud.
Para venir a joder el Perú del todo y la horrible
cuvillada saltó un sexto de un mal gusto supino y una embestida harto deslucida. Talavante abrevió
todo lo que le dejó la espada. Bronca de incomprensión total.
FICHA
DEL FESTEJO
Monumental de
las Ventas. Jueves, 21 de mayo de 2015. Décimo cuarta de feria. Lleno de "no
hay billetes".
Toros de Núñez del Cuvillo, de diferentes
hechuras y caras muy amplias y abiertas que soltaron mucho los tres primeros,
el 2º con genio, el 1º sin fuerza ni poder y el 3º con un derrote final; el
alto 4º se movió como un mulote; feo y abierto
de palas el infumable 6º; y un sobrero cinqueño (5º bis) de El Torero, extraordinario de calidad y
duración, una clase superior.
Diego Urdiales, de rioja y oro. Estocada (silencio). En el cuarto, estocada atravesada
contraria y varios descabellos. Dos
avisos (vuelta al ruedo).
Sebastián Castella, de grana y oro. Estocada honda y caida. Aviso (silencio). En el
quinto, estocada rinconera. Aviso
(oreja).
Alejandro Talavante, de nazareno y oro. Cuatro pinchazos y media tendida. Aviso (silencio).
En el sexto, de dos pinchazos, pinchazo
hondo y descabello (pitos de despedida).
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