jueves, 21 de mayo de 2015

FERIA DE SAN ISIDRO – DECIMOCUARTO FESTEJO: La simbiosis (cuasi) perfecta de Castella y 'Lenguadito'

El torero francés cuaja a cámara lenta a un extraordinario sobrero de El Torero, el toro de más calidad  de toda la isidrada, y corta una oreja de ley; Urdiales da una vuelta al ruedo con la corrida de Cuvillo  más fea que se recuerda.
 
Sebastián Castella
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna

La noticia se desmoronó a mitad de camino de serlo. Cuando por una tarde el viento parecía que se  había quedado en los pulmones del cielo, un vienticillo racheado, cambiante y sibilino se infiltró en la  plaza como incómodo representante de la casa madre. La muletita de Diego Urdiales se sintió molesta  en momentos precisos. Las paupérrimas fuerzas del toro castaño y cinqueño de amplia cara requerían  la media altura precisa y exacta. Sin movimientos aleatorios ni añadidos. Al mínimo cambio se  derrumbaba. Dificilísimo templar una embestida que además no venía con la clase de serie ni la  intención fijada. Urdiales le ofreció la entente por ambas manos con la tela lacia cuando no la enredaba  el airecillo en aquellos terrenos (del '9') tan escasamente guarecidos. No hubo más camino que el de  una eficaz espada. El Rey padre, que había regresado con la Infanta Elena a la meseta de toriles, le  devolvió la montera del brindis con un presente dentro.

Sebastián Castella planteó una estrategia diferente desde el momento en que decidió no brindar a Don  Juan Carlos porque el cuvillo no servía. Y por terrenos también. Castella optó por los del sol más  protegidos del incordio. Igual le dio porque lo que enganchaba su muleta con insistencia era el genio de  aquel toro negro, acarnerado y feo. El genio se desataba en mitad de las suertes. Otro de cara  escasamente armónica. O en armonía con sus hechuras. Tan anchas las sienes. Como a tozudo no le  gana nadie al matador francés, insistió por la mano izquierda mil veces tropezada...

No con tanta violencia, pero el colorado tercero de Núñez del Cuvillo también pegaba sus tornillazos.  Por fortuna, más a final de viaje. Alejandro Talavante lo interpretó perfecto con una seguridad pasmosa.  Desde que se hizo presente en la verónica pausada. Mas en el tercio de muerte -a excepción del  prólogo por estatuarios-, le sacó siempre la muleta por debajo de la pala del pitón, evitando el derrote.  Como en la trincherilla y en el desprecio. El dibujo de los redondos concluía limpio y torero. Esperó con  la izquierda una inmensidad para trazar dos naturales espléndidos. Cuando el cuvillo se acordó de su  comportamiento en el caballo y fugó a tablas. Desde el '7' ni se sabe la cantidad de tonterías que  vertieron ni si a ciencia cierta lo descentraron con la espada, pero Talavante mató a la última.

Las hechuras que portaba el altísimo cuarto las había esbozado un Da Vinci antitorero. Difícil recordar  una corrida tan frentuda de Núñez del Cuvillo. Curro Romero había viajado desde Sevilla arropar a  Urdiales. De brindar al Rey al Faraón. Como correspondía, Diego le puso sabor al mulo que embestía  sin descolgar. Torería en las dobladas y colocación y verdad en su derecha. Una tanda despedida con el  obligado de pecho, otra con un trincherazo cabal. De ajustar el embroque hubo a continuación un  desajuste en el que los lomos del toro arrollaban al menudo matador de La Rioja. Tomó distancia Diego,  cambió la mano y pensó el toreo al natural. No del todo limpio. Ni siquiera inmaculado. Sino bañado de  imperfecciones añejas. A pies juntos había una estampa vazqueña. Dos naturales sembrados y una  trincherilla que duró de aquí a la eternidad. Ya estaba la cosa. Demasiado para lo que el toro regalaba,  que no era nada. Apurar por apurar. Una estocada tomó travesía sin muerte. Había caído un aviso. Y un  descabello. Y adiós a la oreja. ¿Por qué no la vuelta ruedo? Fue.

Devolvieron al quinto, y Sebastián Castella se encontró con la fortuna de frente en el toro de menos  frente de todos, un sobrero de El Torero sencillamente extraordinario. Propicio para el brindis real  aplazado. Castella trenzó un lío formidable en los medios. El suyo de la casa. Antes de torear a cámara  lenta al toro de más calidad que haya pisado el ruedo venteño de todo San Isidro. 'Lenguadito' no  levantaba el hocico de la arena, ni de los vuelos de la muleta que en cuatro series que deletreaban cada  interminable derechazo. El toreo ligado, encajado el elegante galo, 'Le Coq' en estado de gracia. La  ayuda de la espada simulaba para sujetar la muleta ante el viento por la izquierda, hilvanada más que  ligada, fina, engrasada. Un cambio de mano de la siguiente serie arrancó el rugido de la comunión. La  simbiosis (cuasi) perfecta de Sebastián y 'Lenguadito'. ¿Por qué cuasi? No lo sé. Qué despacio todo.  Quizá porque la estocada rinconera restó. Pero esa oreja valía un mundo, la ley de la lentitud, que en el  toreo es el temple y su excelsitud.

Para venir a joder el Perú del todo y la horrible cuvillada saltó un sexto de un mal gusto supino y una  embestida harto deslucida. Talavante abrevió todo lo que le dejó la espada. Bronca de incomprensión  total.

FICHA DEL FESTEJO
Monumental de las Ventas. Jueves, 21 de mayo de 2015. Décimo cuarta de feria. Lleno de "no hay billetes".
Toros de Núñez del Cuvillo, de diferentes hechuras y caras muy amplias y abiertas que soltaron mucho los tres primeros, el 2º con genio, el 1º sin fuerza ni poder y el 3º con un derrote final; el alto 4º se  movió como un mulote; feo y abierto de palas el infumable 6º; y un sobrero cinqueño (5º bis) de El Torero, extraordinario de calidad y duración, una clase superior.
Diego Urdiales, de rioja y oro. Estocada (silencio). En el cuarto, estocada atravesada contraria y varios  descabellos. Dos avisos (vuelta al ruedo).
Sebastián Castella, de grana y oro. Estocada honda y caida. Aviso (silencio). En el quinto, estocada  rinconera. Aviso (oreja).
Alejandro Talavante, de nazareno y oro. Cuatro pinchazos y media tendida. Aviso (silencio). En el sexto,  de dos pinchazos, pinchazo hondo y descabello (pitos de despedida).

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