El Juli afronta hoy
su primera tarde en la Feria bajo la lupa de la máxima expectación: un
cartelazo completado por Morante y Sebastián Castella para lidiar toros de Alcurrucén. Quiere pasar página de las
guerras pero mantiene una permanente lucha interna entre lo que percibe y lo
que quiere ser y transmitir.
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
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En los corrales de La Venta
del Batán jugaba niño Juli a ser torero, y se asomaba de puntillas a las
corraletas donde pastaban los toros de San Isidro. Tan lejos y tan cerca, porque 20 años no son nada, porque produce vértigo
pasear por esta Escuela de Tauromaquia y vida con el hombre que en la cima
sigue persiguiendo sueños. El Juli pierde
la mirada en los recuerdos del bullicio que por mayo alteraba la
normalidad del sitio de su recreo. Años y años de la mano de su abuelo sin
haber cumplido los 10 ni levantar más de
medio metro del suelo. Hoy, ya figura consagrada, si es que no ostentaba el
peso de la púrpura desde novillero, líder a batir sin ser objetivo abatido,
mantiene una inquietud incendiada que lo
abrasa con las llamas del inconformismo, una tortura interior entre lo que el
mundo percibe y lo que quiere ser.
"Con eso he tenido
muchos conflictos, porque por momentos caminé en sentido contrario a lo que
sentía. La vida es a largo plazo y aquellas situaciones me sirvieron para aprender. Pero en general hay mucha
dispersión de conceptos sobre mí. Quizá vaya en mi contra la capacidad para
hacer muchas cosas. Cuando eres más corto, y no lo digo como connotación negativa, o limitado en
tu concepto de torear, parece que ya quedas más definido. A los toreros de arte
ya de entrada se les atribuye la sensibilidad.
Y a uno con capacidad y muchos registros le cuesta más ser catalogado.
Aunque los sellos son muy complicados y a los toreros nos limitan mucho. No se
me conoce del todo".
Saluda a los chavales que
cuajan de salón embestidas imaginarias bajo los pinos de la Casa de Campo, y se
les enciende la admiración en los ojos cuando El Juli les tiende la mano. Ellos sí perciben al ídolo sin
armadura.
"Volviendo a lo de
antes, si yo pudiera decirle a la gente cómo soy me gustaría explicarlo
toreando. Es como más real puedo ser. Cuando toreando me invade la
sensación de plenitud, me gustaría
decirle a quienes no me conocen 'yo soy esto'. Como los artistas se explican
creando. Y yo no lo consigo llevar a mi vida, ni logro trasladar el mensaje. Las palabras siempre se quedan
cortas. Yo quiero ser Juli con el toro Cantapájaros de Victoriano del Río en
Madrid. Ése soy yo".
La lucha interior de quien
lo ha conseguido todo se manifiesta de nuevo y obliga a la pregunta: ¿Se siente
reconocido? "Sí, sí. No necesito excesivos halagos ni me valen los halagos con los que no me siento identificado.
Conozco como nadie mis cualidades y mis defectos. Sé que la gente tiene la
opción de valorarme las virtudes o atacarme por
mis carencias. Sí que creo que, con el tiempo, he abierto caminos en el
toreo que luego se han seguido por otras tauromaquias. Aunque no me las
reconozcan a mí". Hay un hombre
ardiendo ahí dentro. Un tipo en permanente rebelión.

Guerras pasadas o no tanto.
Guerras que se escriben con 'G' de G-10 o G-5, guerras que El Juli quiere
olvidar en su nueva etapa con su nuevo apoderado, Luis Manuel Lozano, guerras que transcendieron a su
toreo, más crispado, veloz y violento. Juli es consciente de que todos aquellos
frentes abiertos se transmitían en su muleta: "Sí, en el aspecto sicológico te afecta. Vas a la plaza
mediatizado por muchas circunstancias que te hacen sentir mal. Y a la hora de
torear se notaba. Álvaro Domecq tiene
enmarcada una frase que dice que no puedes montar a caballo cuando estás
enfadado. Torear es igual. Hay que estar libre y feliz. Y en los últimos años
todo parecía una pelea... Aquella
cuestión que te lanzaban en tardes importantes justo antes de salir a la plaza:
'Hoy es cuando hay que demostrarlo'. ¡Si yo ya no tengo que demostrar nada!, que afortunadamente en mi vida en la plaza he
podido con todo, que yo no quiero que mi toreo sea eso. Aspiro a la
profundidad, a la despaciosidad, a la armonía...".
El Juli es un líder
natural, desde que se asomaba a las corraletas vacías hoy de toros en La Venta
del Batán. ¿Pero tanta ha sido su influencia sobre sus compañeros como se le ha, o le hemos, atribuido? "Pues a
la vista de los resultados yo creo que no. Todos aportamos ideas. Algunas
fueron mías y otras no. En lo que sí que he estado firme siempre ha sido en cumplir los compromisos".
Por aquellos días se generó la impresión de que las figuras querían el poder
absoluto en sus manos. "No fuimos capaces de generar una opinión. ¡Todavía hay quien me
dice que no he toreado en Sevilla por dinero! Es que el que gana dinero es el
que torea en Sevilla y yo ya llevo dos años sin
hacerlo...".
Y todo le ha quemado. Por
eso, y no sólo por eso, ha querido pasar página. "Miro por mi carrera. Me
quedan unos años, no sé cuántos... Ahora me duermo pensando en cosas de torero y no en si tal empresa
prepara una u otra estrategia. Lo importante es acertar con el camino".
Seguimos la ruta por la
Escuela de Tauromaquia, la época en la que El Juli se relacionó como nunca con
otros niños: "Respondí a todo. En ocasiones querría dar marcha atrás para afrontar las cosas de otro modo,
pero estoy orgulloso. Resolví en todas las plazas del mundo la falta de madurez
con otras virtudes". ¿Querría esa infancia para sus hijos? "Es un sentimiento
encontrado. Yo volvería a vivir lo que viví y sacrificar todo por ser torero.
Pero no querría que mi hijo sufriera lo que yo he sufrido". La permanente lucha interna de El Juli. La
contraposición de ideas y sentimientos. La insatisfacción. Sólo así se
evoluciona.
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