Juan del Álamo saludó la única ovación con el
mejor toro de un manso y difícil sexteto con una media de 600 kilos; Paco Ureña
fue cogido en tres ocasiones y atendido
en la enfermería.
ZABALA DE LA SERNA
@rubenvillafraz
Fotos: EFE
Fotos: EFE
Una psicosis
del toro se apoderó de la plaza desde que apareció por chiqueros aquella mole
de 626 kilos. No una mole exactamente, sino
un tanque tremebundo del ejército de Pedraza de Yeltes. Casi más retinto
que colorado propiamente descrito, su alzada se elevaba como una rampa de lanzamiento que desembocaba en
aquella cabeza de misiles al viento. Qué torazo. Y con qué bravucona violencia
se movía. En el caballo de Fernando
Sánchez se estrelló en dos soberbios puyazos. Del segundo se soltó. Otro
Fernando Sánchez, el tercero de la
cuadrilla de Javier Castaño, le sopló un par de banderillas espléndido.
Y, entre medias, Paco Ureña se tragó un quite por chicuelinas de atragantón. El torazo embestía con todo. Como
en tromba. Y allí se fue Castaño con su muletita. Ni por alto ni por bajo el
inicio. Y el tren pasando por allí con
toda su altiva testa. "¡Por abajo, Javier!", le gritaron al torero.
¡Al pobre Castaño, que ya veía pasar toro aquello por arriba! Sobre la derecha, la bestia tenía un
tope de tres muletazos con reacciones opuestas: o se abría o se vencía con todo
por dentro. En una de estas, un desarme
y a correr. Por la izquierda guardaba una bala en la recámara para el cuarto
pase de cada serie. JC se debatía entre
el paso adelante y el instinto de conservación. No se creía que el toro de
Pedraza fuese entregado nunca aunque se estirase en la muleta. Ni yo. Un esfuerzo más y a matar.
Cuando sintió la muerte, la llamada de los toriles se impuso... El bravucón
chicarrón del Norte confesó en el último
aliento las dudas sobre su género.
Otro torazo
como para Pamplona se metió Javier Castaño entre pecho y espada: 639 kilos que
le echaron un pulso al caballo hasta
derribarlo. Imposible fue volver a ver otro puyazo en la
contraquerencia. Necesitaron 15 minutos para desvestir al jaco, con más enaguas
que la fallera mayor. El picador de
puerta, a lo tonto, se hizo cargo. Faltó iniciativa y descaro para mover el
caballo y picarlo entre el '1' y el '10',
donde antiguamente. Otero y Sánchez lo bordaron con los palos entre
alegrías y ovaciones. La papeleta le quedó a su matador con aquel manso infumable. Qué duro hasta su muerte en
chiqueros...
A Paco Ureña
su toro le dio hasta en el DNI. Cuando le propuso la izquierda, lo arrolló con
la inercia de la mansedumbre. Y en el suelo le
zurró por todos los puntos cardinales de su cuerpo. Una y otra vez. La
voltereta sirvió para que Ureña se enfibrase y se arrimase como un desesperado. Trataba de rematar un pase de
pecho cuando un pitonazo a la espinilla le dinamitó todos los machos. Una
cosita aquel colorao sin fijeza,
distraído y orientó con un sexto sentido. Se ensimismó Ureña por manoletinas
ante de matar con habilidad por los blandos.
Y se metió en la enfermería.
Juan del
Álamo, que ya había intervenido felizmente en un quite en el toro de su
compañero, volvió a volar el capote con soltura y temple. El toro traía una finura mayor y dos dagas. Pero
a su aire tomaba los vuelos. A su aire era la clave que entendió Del Álamo. A
su aire y en línea con la muleta después
de un prólogo muy torero de trincherillas, ayudados y pases del desprecio. La
inteligencia de Juan de Salamanca se
interpretaba como tunantería o falta de compromiso por los sectores más volcados
con el buen toro, generosamente lucido en larguísimos muletazos por las dos manos. Tan largos como
de holgado embroque. El diapasón bajó enteros entre los que exigían la
curvatura y los que vivían felizmente
las líneas. Cuando Del Álamo quiso dar gusto a la conspicua afición, se vio que
se trataba de un imposible y la rueca se
produjo sin solución de continuidad. Lo que soliviantó más a los
tendidos en gresca. Ni saludar le dejaron tras una estocada delantera.
Como Ureña
no volvía de la enfermería, se corrió turno para que Juan del Álamo despachase
un buey de 686 kilos. Como para ponerlo a
arrastrar piedras en Euskadi, oye. Se desfondó muy sangrado entre su
tonelaje. De Álamo lo pasaportó de una estocada sin poder hacer nada.
Salió Paco
Ureña recompuesto para matar un sexto de altísimas hechuras y casi 600 kilos,
que fue la media del corridón de Pedraza de
Yeltes. Una gayumbada que dejaba chicas aquellas de los agostos
ochenteros. Desde aquella altura embestir se hacía harto difícil, así que el torazo iba por el palillo de la muleta de
Ureña en la derecha y se revolvía por la izquierda. Ureña se fajó hasta volver
a caer entre los pitones con el reloj y
la brújula perdidos.
FICHA DEL
FESTEJO
Monumental de las
Ventas. Martes, 12 de mayo de 2015. Quinta de feria. Menos de tres cuartos de
entrada.
Toros de Pedraza de Yeltes, tremebundos, enormes y muy armados; duro un
bravucón 1º que finalmente cantó la gallina; manso y orientado el mirón 2º; bueno
a su aire el más fino 3º; manso
infumable el 4º; parado y desfondado el 5º; por el derecho y sin humillar se
dejó el 6º sin estilo.
Javier Castaño, de nazareno y oro. Pinchazo, estocada
atravesada y dos descabellos. Aviso (silencio). En el cuarto, estocada
atravesada y varios descabellos. Aviso
(silencio).
Paco Ureña,
de azul marino y oro. Estocada caída (silencio). En el sexto, pinchazo y
estocada (silencio).
Juan del Álamo, de blanco y plata. Estocada delantera,
rinconera y tendida. Aviso (leve petición y saludos). En el quinto, estocada
(silencio).
PARTE MÉDICO / Paco Ureña: Puntazo
sobre la cresta ilíaca derecha y puntazo con hematoma en músculo anterior.
Pronóstico leve que no le impide continuar
la lidia.
Javier Castaño |
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