Éxito del
pequeño torero de Aguascalientes con el mejor toro de una dispar corrida
de El Montecillo. Muchas ideas, temple, resolución y sitio, y una gran estocada a recibir
BARQUERITO
LOS DOS TOROS DE mayor volumen de la corrida de El
Montecillo se jugaron para abrir y cerrar festejo. Estaban abiertos en
lotes distintos. Un primero de 590 kilos
y un sexto de 580. Pares en peso, pero
no en hechuras ni condición. Caballote ensillado, el primero, muy cabezón, rígido el cuello, dolido en varas,
no descolgó ni una vez, llegó a venirse cruzado, trote borriquero. La
mansedumbre. Juan Bautista tuvo la
gentil idea de abreviar sin esconderse –hasta firmó un gracioso cambio de mano
después de una gloriosa trinchera- y, además de
esa idea, el decoro de matar por arriba y por derecho de gran estocada.
Y sin soltar el engaño, a pesar de lo alto y levantado del toro. La estocada pura.
El sexto estaba bastante mejor hecho que ese primero
tan bien muerto a estoque. Iba a ser el mejor de la tarde, que fue de toros más apagados que briosos. Tan manso como el
primero no salió ninguno. Con la entrega del sexto tampoco. Lo toreó con
temple, arrojo e inteligencia Joselito
Adame, que cumplía su segunda tarde de San Isidro y con ella acababa la
presencia de toreros mexicanos en la feria. A
porta gayola Adame no sin algún voto en contra. Pero a porta gayola de
verdad: entre las dos rayas y no fuera y hasta lejos de ellas.
Bien librada una larga afarolada de la que salió
semidescalzo el torero de Aguascalientes y, al punto, lances de limpio y ancho
vuelo, muy emocionantes. Cuando el toro
tomó la deriva del terreno opuesto –el burladero del 7-, salió a calzar a Adame
un tercero de cuadrilla, Pascual
Mellinas, que es de los mejores de su gremio. El gremio tan diverso de
los terceros. Hay que tener torería para saber calzar a un matador delante de quince mil personas. El toro
renegó en varas, como siempre han hecho los mejores juampedros de Paco
Medina -los primitivos de El Ventorrilo, los de El Montecillo ahora-
pero dio muestras de bravura en banderillas: ganas de atacar, y atacar. Dos
pares estupendos de Jarocho, otro
certero y arriesgado de Mellinas. Y brindis al público.
Adame había ya brindado el tercero, que se rompió un
tendón de la mano y quedó inválido e inédito. En el capote, de salida, en seis
bellos lances de Adame rodilla en
tierra, el toro había apuntado buena nota, pero pareció apoyar con fragilidad
incluso antes de pelear con fe y
metiendo los riñones en un primer puyazo medido con tacto por Óscar Bernal. Salió el toro derrengado.
Pero lo mantuvieron en el ruedo.
Así que el toro de la despedida de Madrid de Joselito
–hasta el año que viene- vino a compensar ese fastidioso azar. La buena cabeza
de Adame: encender al auditorio con una
brillante versión del quite de El Zapopán –tres lances y gran media de remate-
y dejar al toro a su aire antes de abrir faena con estatuarios en
tablas de sombra. El toro había recorrido suelto medio anillo. Estatuarios celebrados,
ligados de dos en dos, y uno más, y,
ganado terreno hasta el tercio, el broche de uno del desdén, una trinchera y
otro del desdén en el mismo manojo. Todo
lo cual tuvo un efecto despertador, porque la modorra de un calor de 30
grados pegados en la piedra tenía a la gente muy ajena. El público de los domingos de feria, que es recambio del
de resto de semana.
Resuelto, decidido y listo de verdad, Joselito armó
una linda faena de tandas más cortas que prolijas, siempre ligadas, de más
ajuste que ventaja, y basada en la
pureza del toreo de mano baja, que no fue sencillo porque el toro embestía con
cierta electricidad. Ese ardor se fue
sometiendo: muy precisos los toques de Adame, técnica de torero de
recursos para torear al hilo del pitón pero no por fuera. Un solo terreno, siempre sujeto el toro. Parecía muy sencillo.
Y no tanto. Unas mondeñinas de alarde y
una soberbia idea: convertir la igualada del toro en un desplante, que tuvo hasta dos partes, y en la
segunda de ellas citar a recibir al toro y recibirlo con la espada con perfecta
puntería, y sin soltar engaño. Triunfo
redondo.
Sin contar al lesionado tercero, ninguno de los otros
toros del intermedio fue de brillo. Pronto y con movilidad, la cara arriba, el
segundo se encampanaba y desparramaba la
mirada mucho. Alberto Aguilar tuvo que perderle pasos por sistema. Se fue
enfriando el toro y apagando la gente.
El noble cuarto fue toro dócil pero apagado, y de más a menos. El banderillero
arlesiano Rafael Viotti no había lidiado nunca en Madrid un toro, y este fue. Lo hizo con
seriedad y eficacia. Juan Bautista hizo lo que suele: hacerlo todo a favor del
toro –desde el saludo de capa fuera de
las rayas hasta una faena sin atragantarse a pesar de que a última hora el
toro, tardo, protestó. De nuevo una estocada de
excelente ejecución pero un punto trasera. El toro murió de manso,
aculado en tablas y sin descubrir. Dos descabellos.
El quinto hizo una cosa que ningún otro: escarbar. Un
poco. Toro que manseó en el caballo –se metió por detrás de montura en salida
de blandeo- y pareció cobardón sin
remedio. Alberto Aguilar le dio distancia y ventaja en una primera tanda de
aliento que iba a apuntar, sin embargo,
una nota negativa: el abuso de torear en línea, y tanto que las repeticiones,
fiables, lo sorprendieron fuera de cacho. Muletazos de acompañar y no de gobernar. Una notable
estocada.
FICHA
DE LA CORRIDA
Madrid, 17
may. Madrid. 10ª de San Isidro. Veraniego, a plomo las banderas. Tres cuartos
de plaza. Dos horas y cinco minutos de función.
Seis toros
de El Montecillo (Francisco Medina).
Juan Bautista, silencio en los dos.
Alberto Aguilar, silencio tras un aviso y silencio.
Joselito Adame, silencio y una oreja.
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