lunes, 18 de mayo de 2015

FERIA DE SAN ISIDRO – DECIMO FESTEJO: Brillante Joselito Adame

Éxito del  pequeño torero de Aguascalientes con el mejor toro de una dispar corrida de El Montecillo. Muchas ideas, temple, resolución y  sitio, y una gran estocada a recibir

BARQUERITO

LOS DOS TOROS DE mayor volumen de la corrida de El Montecillo se jugaron para abrir y cerrar festejo. Estaban abiertos en lotes  distintos. Un primero de 590 kilos y un sexto de  580. Pares en peso, pero no en hechuras ni condición. Caballote ensillado, el primero, muy  cabezón, rígido el cuello, dolido en varas, no descolgó ni una vez, llegó a venirse cruzado, trote borriquero. La mansedumbre. Juan Bautista  tuvo la gentil idea de abreviar sin esconderse –hasta firmó un gracioso cambio de mano después de una gloriosa trinchera- y, además de  esa idea, el decoro de matar por arriba y por derecho de gran estocada. Y sin soltar el engaño, a pesar de lo alto y levantado del toro. La  estocada pura. 

El sexto estaba bastante mejor hecho que ese primero tan bien muerto a estoque. Iba a ser el mejor de  la tarde, que fue de toros más  apagados que briosos. Tan manso como el primero no salió ninguno. Con la entrega del sexto tampoco. Lo toreó con temple, arrojo e  inteligencia Joselito Adame, que cumplía su segunda tarde de San Isidro y con ella acababa la presencia de toreros mexicanos en la feria. A  porta gayola Adame no sin algún voto en contra. Pero a porta gayola de verdad: entre las dos rayas y no fuera y hasta lejos de ellas.

Bien librada una larga afarolada de la que salió semidescalzo el torero de Aguascalientes y, al punto, lances de limpio y ancho vuelo, muy  emocionantes. Cuando el toro tomó la deriva del terreno opuesto –el burladero del 7-, salió a calzar a Adame un tercero de cuadrilla, Pascual  Mellinas, que es de los mejores de su gremio. El gremio tan diverso de los terceros. Hay que tener torería para saber calzar a un matador  delante de quince mil personas. El toro renegó en varas, como siempre han hecho los mejores juampedros de Paco Medina  -los primitivos  de El Ventorrilo, los de El Montecillo ahora- pero dio muestras de bravura en banderillas: ganas de atacar, y atacar. Dos pares estupendos  de Jarocho, otro certero y arriesgado de Mellinas. Y brindis al público.

Adame había ya brindado el tercero, que se rompió un tendón de la mano y quedó inválido e inédito. En el capote, de salida, en seis bellos  lances de Adame rodilla en tierra, el toro había apuntado buena nota, pero pareció apoyar con fragilidad incluso antes de pelear con fe y  metiendo los riñones en un primer puyazo medido con tacto por  Óscar Bernal. Salió el toro derrengado. Pero  lo mantuvieron en el ruedo.

Así que el toro de la despedida de Madrid de Joselito –hasta el año que viene- vino a compensar ese fastidioso azar. La buena cabeza de  Adame: encender al auditorio con una brillante versión del quite de El Zapopán –tres lances y gran media de remate- y  dejar al toro a su aire  antes de abrir faena con estatuarios en tablas de sombra. El toro había recorrido suelto medio anillo. Estatuarios celebrados, ligados de dos  en dos, y uno más, y, ganado terreno hasta el tercio, el broche de uno del desdén, una trinchera y otro del desdén en el mismo manojo. Todo  lo cual tuvo un efecto despertador, porque la modorra de un calor de 30 grados pegados en la piedra tenía a la gente muy ajena. El público  de los domingos de feria, que es recambio del de resto de semana.

Resuelto, decidido y listo de verdad, Joselito armó una linda faena de tandas más cortas que prolijas, siempre ligadas, de más ajuste que  ventaja, y basada en la pureza del toreo de mano baja, que no fue sencillo porque el toro embestía con cierta electricidad. Ese ardor se fue  sometiendo: muy precisos los toques de Adame, técnica de torero de recursos para torear al hilo del pitón pero no por fuera. Un solo terreno,  siempre sujeto el toro. Parecía muy sencillo. Y no tanto. Unas mondeñinas de  alarde y una soberbia idea: convertir la igualada del toro en un  desplante, que tuvo hasta dos partes, y en la segunda de ellas citar a recibir al toro y recibirlo con la espada con perfecta puntería, y sin soltar  engaño. Triunfo redondo.

Sin contar al lesionado tercero, ninguno de los otros toros del intermedio fue de brillo. Pronto y con movilidad, la cara arriba, el segundo se  encampanaba y desparramaba la mirada mucho. Alberto Aguilar tuvo que perderle pasos por sistema. Se fue enfriando el toro y apagando  la gente. El noble cuarto fue toro dócil pero apagado, y de más a menos. El banderillero arlesiano Rafael Viotti no había lidiado nunca en  Madrid un toro, y este fue. Lo hizo con seriedad y eficacia. Juan Bautista hizo lo que suele: hacerlo todo a favor del toro –desde el saludo de  capa fuera de las rayas hasta una faena sin atragantarse a pesar de que a última hora el toro, tardo, protestó. De nuevo una estocada de  excelente ejecución pero un punto trasera. El toro murió de manso, aculado en tablas y sin descubrir. Dos descabellos.

El quinto hizo una cosa que ningún otro: escarbar. Un poco. Toro que manseó en el caballo –se metió por detrás de montura en salida de  blandeo- y pareció cobardón sin remedio. Alberto Aguilar le dio distancia y ventaja en una primera tanda de aliento que iba a apuntar, sin  embargo, una nota negativa: el abuso de torear en línea, y tanto que las repeticiones, fiables, lo sorprendieron fuera de cacho. Muletazos de  acompañar y no de gobernar. Una notable estocada.

FICHA DE LA CORRIDA
Madrid, 17 may. Madrid. 10ª de San Isidro. Veraniego, a plomo las banderas. Tres cuartos de plaza. Dos horas y cinco minutos de función.
Seis toros de El Montecillo (Francisco Medina).
Juan Bautista, silencio en los dos.
Alberto Aguilar, silencio tras un aviso y silencio.
Joselito Adame, silencio y una oreja.

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