miércoles, 27 de mayo de 2015

FERIA DE SAN ISIDRO – VIGÉSIMO FESTEJO DE ABONO: Castella y un toro de Alcurrucén revientan la feria

FERNANDO FERNÁNDEZ ROMÁN
@FFernandezRoman
Foto: EFE

La corrida iba tomando un cariz antipático, porque el primer toro de Alcurrucén solo permitió a Morante esbozar unos lances a la verónica y tal cual muletazo armonioso, adorno garboso o remate inspirado, y porque el segundo, bello y en tipo del encaste principal de esta ganadería, fue muy protestado por un sector de público anti-sistema-juliano, podríamos decir, y se fue aplomando a medida que avanzaba el tercio final hasta que el Julidesistió de intentar exprimir la sequedad. Las corridas de carteles rematados de figuras, ya se sabe, en Madrid le caen fatal a un determinado cónclave, cada día más diseminado por el graderío.

La corrida iba de culo, si me permiten una expresión –fea– del lenguaje común que no suena nada bien en Sudamérica –especialmente, en Colombia–, pero que aquí, en España, es sinónimo de cuesta abajo irrefrenable. Estaba donde querían los grupos subversivos: con las dos primeras figuras a los pies de los caballos. Y entonces, aparece en el ruedo el tercero de la tarde, de nombre Jabatillo, herrado con el 145, de 525 kilos de peso y los cuatro años y medio bien cumplidos. Era un toro longilíneo, ensillado, cornalón, de pelo colorado, que empezó metiendo la cara por abajo a la bamba del capote de Sebastián Castella, desplazándose hasta donde le mandaba el arco del lance. Buenas verónicas de Castella. Podrían ser mejores si acompañara con el cuerpo hacia adelante la ejecución de la suerte, para mejor cargarla. Castella echa ligeramente la mano que torea hacia arriba y el cuerpo en sentido contrario a la dirección de la embestida. Pero con todo y eso este torero ha ganado una enormidad en su forma de torear con capote y muleta. Lo detecté en Valladolid el pasado día 10, lo ratificó aquí mismo, en Madrid, el pasado jueves con un toro de Cuvillo y ayer, con este alcurucén, ha reventado la feria de San isidro.

Fue Jabatillo un toro que se arrancó con alegría al caballo montado por José Doblado, el único picador que colocó la puya en el sitio en toda la tarde, porque el resto la clavaron atrás, algunos escandalosamente. Cuando acabó el tercio de banderillas y Sebastián se dirigió al centro del ruedo para brindar la faena al público, estábamos convencidos de que el toro era de bandera y el torero estaba apercibido de que se daban las condiciones para pegar un serio aldabonazo.

En efecto, el guapo alcurrucén, tras intentar aliviarse de la molestia de alguna banderilla que se había arponado en un lugar sensible de su sistema nervioso –nada que ver con el dolerse típico de los toros mansos—se arrancó como una flecha a la figura erguida vestida de tabaco y oro que le ofrecía la muleta por la espalda para cambiar su viaje natural. (Inciso: es cambiado todo pase de muleta que se ejecuta tomando la franela con una mano y pasando el toro ante la figura del torero por el pitón contrario. Si se maneja con la derecha, se toma al toro por el pitón izquierdo, y viceversa. Los pases de trinchera y de pecho, por tanto, son cambiados por alto y por bajo, respectivamente, por muy extraño que parezca). Fueron tres cambiados ceñidos, con el torero plantado de pinote en el centro del ruedo, rematados con trincherillas y trincherazos, pases de pecho y del desdén ejecutados con admirable ritmo e impecable torería. ¡Como ha cambiado este Castella! Qué bien torea ahora este francés. Qué alegría y qué profundidad, al mismo tiempo, imprime a su toreo.

Tengo para mí que los artistas, todos, alcanzan su nirvana, su éxtasis creativo, en función de su estado de ánimo. Decía Picasso que lo importante para el artista es que la inspiración le pille trabajando. Difícil cuestión para el torero, obligado como está a inspirarse todos los días a una hora determinada y con material bien diferente. Pues bien, Sebastián debe estar atravesando un momento de felicidad personal, porque se le nota en la Plaza. Se le ve más fresco, más audaz –él, que llegó incluso a la temeridad—y, sobre todo más torero. Las series de muletazos en redondo que instrumentó a este tercer toro tuvieron longitud, conjunción, temple, armonía y, fundamentalmente, trazo completo, hasta el final. Por eso la Plaza fue un volcán de entusiasmo que solo entra en erupción en tardes memorables. Los naturales, con la bamba de la muleta bamboleándose en un arco de amplia curvatura, terminaban lejos y por la parte de atrás de la cadera. Y los ayudados por bajo finales, tuvieron empaque y sabor de toreo añejo.

Ahora bien, para esta obra de arte llegara a consumarse hace falta también un soporte adecuado, diría que excepcional: un toro que embista por derecho, bravo, noble y codicioso, que no mire más que al rojo lienzo que le estimula, le provoca, el arranque con machacona insistencia, si solución de continuidad. Y todo ello, doblando la cerviz, hocicando hasta alcanzar la arena de miga del ruedo y sentir el cosquilleo de los flecos de la muleta. Ese toro fue Jabatillo, de Alcurrucén, que murió con la espada clavada hasta los gavilanes en lo alto del morrillo sin mostrar el más mínimo resabio, sin apuntar una ligera picardía. Loor a los toros bravos. Vuelta al ruedo clamorosa, que algunos no entendieron. Peor para ellos.

Castella, por supuesto, paseó dos orejas, incontestables, de tan bravísimo ejemplar de la raza de lidia, pero no pudo reeditar el triunfo en el sexto, un cinqueño feo de tipo y de hosco carácter, violento y berreón, que echó la cara arriba y tiró gañafones, como si quisiera que aguarle la fiesta al que ya era gran triunfador de la corrida.

En efecto, a esas horas ya habían concluido su actuación Morante y El Juli, con sus segundos toros respectivos. El de la Puebla, esbozó alguna verónica de ceñido embroque en el cuarto de la tarde, un alcurrucén probón y flojo, que embestía con la cara por arriba y El Juli bajó las manos una barbaridad con el capote y se quedó quietísimo en el comienzo de faena, donde el quinto toro pareció aceptar de buen grado la pelea. Fue un espejismo. En seguida se desfondó y el torero le metió la espada con su pericia habitual. Detalle significativo: en este toro, Julián hizo un quite por gaoneras muy embraguetado, de gran mérito y Castella –en realidad era su turno—replicó con unas vistosas saltilleras. Las ovaciones, sin embargo, se las llevó el francés. Era su tarde.

Morante se va de Madrid, por ahora, sin suerte, y a El Juli todavía le espera el desafío en la cumbre de la Beneficencia, con Perera como gallo respondón. Pero, de momento, aquí el único que ha cantado en el corral de Las Ventas es un francés llamado Sebastián Castella. Ayer, puso la Plaza boca abajo.

FICHA DEL FESTEJO
Madrid, Plaza de Las Ventas. Feria de San Isidro. Vigésima de feria.
Ganadería: Alcurrucén, corrida en tipo “núnez” de Rincón, con toros longilíneos, ensillados y corralones que salieron abantos y apretaron en varas. El primero, con un punto de bronquedad, el segundo se fue desfondando, el tercero, bravo, encastado de largo y humillado viaje, codicioso y repetidor, de enorme fijeza, un toro de bandera premiado justamente con la vuelta al ruedo, el quinto se fue de largo al caballo, metió la cara en la muleta pero también fue a menos, y el sexto, el peor, por berreón, descastado y bruto.
Espadas: Morante de la Puebla (de azule rey y oro), estocada (silencio) y estocada (algunos pitos), Julián López, El Juli (de azul noche y oro), pinchazo feo y estocada trasera (silencio) y estocada trasera (silencio) y Sebastián Castella (de tabaco y oro), gran estocada (dos orejas) y estocada desprendida (silencio). Salió en hombros por la Puerta Grande.
Entrada: Lleno de No Hay Billetes.
Cuadrillas: Sobresalieron picando Salvador Núñez y José Doblado.
Incidencias: Asistió al festejo desde su ya habitual barrera del tendido Preferente, don Juan Carlos de Borbón, a quien brindaron Morante y El Juli. Tarde soleada, sin apenas viento y agradable temperatura.

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