FERNANDO FERNÁNDEZ ROMÁN
@FFernandezRoman
Foto: EFE
La corrida iba tomando un
cariz antipático, porque el primer toro de Alcurrucén solo permitió a Morante
esbozar unos lances a la verónica y tal cual muletazo armonioso, adorno garboso
o remate inspirado, y porque el segundo, bello y en tipo del encaste principal
de esta ganadería, fue muy protestado por un sector de público
anti-sistema-juliano, podríamos decir, y se fue aplomando a medida que avanzaba
el tercio final hasta que el Julidesistió de intentar exprimir la sequedad. Las
corridas de carteles rematados de figuras, ya se sabe, en Madrid le caen fatal
a un determinado cónclave, cada día más diseminado por el graderío.
La corrida iba de culo, si
me permiten una expresión –fea– del lenguaje común que no suena nada bien en
Sudamérica –especialmente, en Colombia–, pero que aquí, en España, es sinónimo
de cuesta abajo irrefrenable. Estaba donde querían los grupos subversivos: con
las dos primeras figuras a los pies de los caballos. Y entonces, aparece en el
ruedo el tercero de la tarde, de nombre Jabatillo, herrado con el 145, de 525
kilos de peso y los cuatro años y medio bien cumplidos. Era un toro longilíneo,
ensillado, cornalón, de pelo colorado, que empezó metiendo la cara por abajo a
la bamba del capote de Sebastián Castella, desplazándose hasta donde le mandaba
el arco del lance. Buenas verónicas de Castella. Podrían ser mejores si
acompañara con el cuerpo hacia adelante la ejecución de la suerte, para mejor
cargarla. Castella echa ligeramente la mano que torea hacia arriba y el cuerpo
en sentido contrario a la dirección de la embestida. Pero con todo y eso este
torero ha ganado una enormidad en su forma de torear con capote y muleta. Lo
detecté en Valladolid el pasado día 10, lo ratificó aquí mismo, en Madrid, el
pasado jueves con un toro de Cuvillo y ayer, con este alcurucén, ha reventado
la feria de San isidro.
Fue Jabatillo un toro que
se arrancó con alegría al caballo montado por José Doblado, el único picador
que colocó la puya en el sitio en toda la tarde, porque el resto la clavaron
atrás, algunos escandalosamente. Cuando acabó el tercio de banderillas y
Sebastián se dirigió al centro del ruedo para brindar la faena al público,
estábamos convencidos de que el toro era de bandera y el torero estaba
apercibido de que se daban las condiciones para pegar un serio aldabonazo.
En efecto, el guapo
alcurrucén, tras intentar aliviarse de la molestia de alguna banderilla que se
había arponado en un lugar sensible de su sistema nervioso –nada que ver con el
dolerse típico de los toros mansos—se arrancó como una flecha a la figura
erguida vestida de tabaco y oro que le ofrecía la muleta por la espalda para
cambiar su viaje natural. (Inciso: es cambiado todo pase de muleta que se
ejecuta tomando la franela con una mano y pasando el toro ante la figura del torero
por el pitón contrario. Si se maneja con la derecha, se toma al toro por el
pitón izquierdo, y viceversa. Los pases de trinchera y de pecho, por tanto, son
cambiados por alto y por bajo, respectivamente, por muy extraño que parezca).
Fueron tres cambiados ceñidos, con el torero plantado de pinote en el centro
del ruedo, rematados con trincherillas y trincherazos, pases de pecho y del
desdén ejecutados con admirable ritmo e impecable torería. ¡Como ha cambiado
este Castella! Qué bien torea ahora este francés. Qué alegría y qué
profundidad, al mismo tiempo, imprime a su toreo.
Tengo para mí que los
artistas, todos, alcanzan su nirvana, su éxtasis creativo, en función de su
estado de ánimo. Decía Picasso que lo importante para el artista es que la
inspiración le pille trabajando. Difícil cuestión para el torero, obligado como
está a inspirarse todos los días a una hora determinada y con material bien
diferente. Pues bien, Sebastián debe estar atravesando un momento de felicidad
personal, porque se le nota en la Plaza. Se le ve más fresco, más audaz –él,
que llegó incluso a la temeridad—y, sobre todo más torero. Las series de
muletazos en redondo que instrumentó a este tercer toro tuvieron longitud,
conjunción, temple, armonía y, fundamentalmente, trazo completo, hasta el
final. Por eso la Plaza fue un volcán de entusiasmo que solo entra en erupción
en tardes memorables. Los naturales, con la bamba de la muleta bamboleándose en
un arco de amplia curvatura, terminaban lejos y por la parte de atrás de la
cadera. Y los ayudados por bajo finales, tuvieron empaque y sabor de toreo
añejo.
Ahora bien, para esta obra
de arte llegara a consumarse hace falta también un soporte adecuado, diría que
excepcional: un toro que embista por derecho, bravo, noble y codicioso, que no
mire más que al rojo lienzo que le estimula, le provoca, el arranque con
machacona insistencia, si solución de continuidad. Y todo ello, doblando la
cerviz, hocicando hasta alcanzar la arena de miga del ruedo y sentir el
cosquilleo de los flecos de la muleta. Ese toro fue Jabatillo, de Alcurrucén,
que murió con la espada clavada hasta los gavilanes en lo alto del morrillo sin
mostrar el más mínimo resabio, sin apuntar una ligera picardía. Loor a los
toros bravos. Vuelta al ruedo clamorosa, que algunos no entendieron. Peor para
ellos.
Castella, por supuesto,
paseó dos orejas, incontestables, de tan bravísimo ejemplar de la raza de
lidia, pero no pudo reeditar el triunfo en el sexto, un cinqueño feo de tipo y
de hosco carácter, violento y berreón, que echó la cara arriba y tiró
gañafones, como si quisiera que aguarle la fiesta al que ya era gran triunfador
de la corrida.
En efecto, a esas horas ya
habían concluido su actuación Morante y El Juli, con sus segundos toros
respectivos. El de la Puebla, esbozó alguna verónica de ceñido embroque en el
cuarto de la tarde, un alcurrucén probón y flojo, que embestía con la cara por
arriba y El Juli bajó las manos una barbaridad con el capote y se quedó
quietísimo en el comienzo de faena, donde el quinto toro pareció aceptar de
buen grado la pelea. Fue un espejismo. En seguida se desfondó y el torero le
metió la espada con su pericia habitual. Detalle significativo: en este toro,
Julián hizo un quite por gaoneras muy embraguetado, de gran mérito y Castella
–en realidad era su turno—replicó con unas vistosas saltilleras. Las ovaciones,
sin embargo, se las llevó el francés. Era su tarde.
Morante se va de Madrid,
por ahora, sin suerte, y a El Juli todavía le espera el desafío en la cumbre de
la Beneficencia, con Perera como gallo respondón. Pero, de momento, aquí el
único que ha cantado en el corral de Las Ventas es un francés llamado Sebastián
Castella. Ayer, puso la Plaza boca abajo.
FICHA DEL FESTEJO
Madrid, Plaza de Las Ventas. Feria de San Isidro. Vigésima de feria.
Ganadería: Alcurrucén, corrida en tipo “núnez” de Rincón, con toros longilíneos, ensillados y corralones que salieron
abantos y apretaron en varas. El primero, con un punto de bronquedad, el
segundo se fue desfondando, el tercero, bravo, encastado de largo y humillado
viaje, codicioso y repetidor, de enorme fijeza, un toro de bandera premiado
justamente con la vuelta al ruedo, el quinto se fue de largo al caballo, metió
la cara en la muleta pero también fue a menos, y el sexto, el peor, por
berreón, descastado y bruto.
Espadas: Morante de la Puebla (de azule rey y
oro), estocada (silencio) y estocada (algunos pitos), Julián López, El Juli (de azul noche y oro), pinchazo feo y
estocada trasera (silencio) y estocada trasera (silencio) y Sebastián Castella (de tabaco y oro),
gran estocada (dos orejas) y estocada desprendida (silencio). Salió en hombros
por la Puerta Grande.
Entrada: Lleno de No Hay
Billetes.
Cuadrillas: Sobresalieron
picando Salvador Núñez y José Doblado.
Incidencias: Asistió al festejo
desde su ya habitual barrera del tendido Preferente, don Juan Carlos de Borbón, a quien brindaron Morante y El Juli. Tarde
soleada, sin apenas viento y agradable temperatura.
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