ANTONIO
LORCA
@elpais_toros
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Diario EL
PAÍS de Madrid
Anda el planeta de los toros hondamente preocupado
con el nuevo Gobierno y, especialmente, con las supuestas intenciones de la
llamada Dirección General de Bienestar Animal, dependiente del vicepresidente
Pablo Iglesias.
¿Se acabarán los toros?, es la pregunta que más se
oye estos días en las barras de los bares taurinos. Hay quien piensa que la
tauromaquia no durará más de dos años, que un referéndum acabará con ella, que
sufrirá un insoportable acoso que no podrá superar, o que un periódico tan
importante como este decidirá eliminar la sección de La Lidia.
Es evidente que el sector taurino está inquieto y
atemorizado como un tembloroso cervatillo ante la persecución de un hambriento
depredador. Pero da la impresión de que es mayor el miedo que el peligro real.
No hay que olvidar que, por lo general, el ser humano sufre más por lo que
imagina que por lo que sucede.
¿Se acabarán los toros? Pero si los toros se están
acabando desde hace años, cuando Pablo Iglesias aún era estudiante en la
universidad y Pedro Sánchez pegaba carteles electorales para abrirse camino en
su partido…; pero si los toros han perdido predicamento social ante la más
absoluta desidia de los taurinos, el silencio de los aficionados y la
indiferencia de los partidos políticos…
La fiesta de los toros será, hoy y en el futuro,
lo que los aficionados quieran que sea
Es más, nunca el PSOE -tan ambiguo siempre en esta
materia- ha expresado su intención de suprimir la fiesta de los toros, y
gobierna en tres comunidades abiertamente taurinas, como son Andalucía,
Castilla-La Mancha y Extremadura.
Unidas Podemos se ha limitado a manifestar su
oposición a la fiesta, no ha hablado de prohibición y parece que hace hincapié
en la eliminación de todo tipo de ayudas.
Y respecto a El País, El Defensor del Lector
aclaraba el pasado día 8 que “nadie ha dicho ni sugerido siquiera que vayan a
desaparecer las crónicas taurinas; solo he publicado que al periódico llegaron
en junio cientos de mensajes con la petición de eliminar esta sección, pero el
periódico ya explicó las razones por las que la mantiene”.
A pesar de todo, es lícito pensar que un gobierno
de izquierda como el actual pudiera plantearse una hipotética cruzada contra
los toros; es lícito, pero improbable.
Y bastan tres razones para sustentar la duda. La
primera es que el nuevo ejecutivo tiene sobre la mesa una larga lista de muy
serios y graves problemas (presupuestos, Cataluña, empleo, pensiones, reforma
laboral, cambio climático, educación, etc) que exigen una atención prioritaria,
muy por delante del polémico asunto (menor) de la tauromaquia. La segunda: si
el nuevo Gobierno decidiera arremeter contra la fiesta cometería un error de
consecuencias imprevisibles.
Ténganse en cuenta varios datos:
- en 2017, -el último año de que se tienen datos-,
el impacto económico de los toros fue de 4.500 millones de euros, según la
Asociación Nacional de Organizadores de Espectáculos Taurinos (ANOET).
- el 8 por ciento de la población española (casi
cuatro millones de personas) asistió a espectáculos taurinos en el periodo
2018, según el Ministerio de Cultura.
- los toros son un suculento chollo para el Estado;
los Presupuestos Generales solo recogen una partida de 30.000 euros para el
patrocinio del Premio Nacional de Tauromaquia, y a cambio reciben en torno a
unos 60 millones de euros anuales en concepto de IVA.
El aficionado a los toros debe ser un militante que salga del
anonimato social
- el sector taurino asegura que sostiene 57.000
puestos de trabajo directos y 200.000 indirectos, y son muchos los sectores
económicos que de manera temporal o permanente viven del espectáculo.
Si el Gobierno intentara acosar de manera
desmedida a la fiesta se metería en un berenjenal, en un charco del que se
desconoce la profundidad, y su actitud pudiera dar lugar a un conflicto social
y económico innecesario.
Y la tercera razón: las competencias taurinas
están transferidas a las Comunidades Autónomas, y dos leyes estatales regulan
la tauromaquia: la ley 10/1991, de 4 de abril, sobre potestades administrativas
en materia de espectáculos taurinos, y la ley 18/2013, de 12 de noviembre, para
la regulación de la tauromaquia como patrimonio cultural.
La prohibición llevaría consigo la derogación de
estas normas, lo que no es previsible; y si los políticos optaran por un modelo
que permitiera a las CCAA regular a su antojo el espectáculo taurino, sería
necesaria una mayoría con la que no cuentan los antitaurinos declarados.
Y un último apunte.
Sea cual fuere la opción de los políticos, -y he
aquí la cuestión fundamental-, la fiesta de los toros será, hoy y en el futuro,
lo que los aficionados quieran que sea. No los taurinos -matadores (cuánto
desprecio y arrogancia de algunas figuras) (Talavante acaba de anunciar su
reaparición sin toros en el cartel), subalternos, empresarios, ganaderos,
apoderados…- que carecen de la mínima
credibilidad y se han ganado con creces el título de enemigos declarados de la
fiesta por su desunión, su pasividad, inoperancia, ausencia de compromiso e
incalificable irresponsabilidad; ni el público, veleidoso y ocasional, sino los
aficionados, los clientes fijos, los que sueñan cada tarde con la emoción del
toro y el torero como un regalo de los Reyes Magos.
Si los aficionados se limitan a quejarse en la
barra del bar, a organizar entrega de premios y visitas a ganaderías, y esperan
que la fiesta se defienda sola, están en un craso error.
El aficionado a los toros debe ser un militante
protagonista que salga del anonimato social, se deje ver, exprese sus
opiniones, sea exigente con los taurinos y políticos, y se manifieste en la
calle, si es necesario, para defender un patrimonio que nadie le debe
arrebatar.
El problema, el verdadero y más grave problema, es
que son pocos porque muchos han huido de las plazas empujados por el
aburrimiento y las males artes de quienes tenían la obligación de trabajar cada
día para fidelizarlos. Y los antitaurinos lo saben. Saben que el verdadero
enemigo, y el más dañino, está dentro. Quizá, la mejor política abolicionista
sea la actual: ausencia de aprecio y cariño a la espera de que la fiesta
desaparezca por sí sola.
¿Se acabarán los toros? No, claro que no, pero si
ello ocurriera los principales culpables no serán los políticos. Los que hoy se
esconden temblorosos ante la amenaza -taurinos, aficionados y no pocos
periodistas, dedicados estos a ocultar las miserias de la tauromaquia y buscar
culpables fuera del sistema-, serán los principales responsables.
Dijo en un acto taurino el ya expresidente de la
Junta de Andalucía Manuel Chaves que los toros solo se acabarán el día que
nadie se siente en un tendido. Este es el problema. Lo de Unidas Podemos y su
entorno no debe pasar de un disgusto.
Y otra reflexión más: la tauromaquia no
desaparecerá porque algunos la ataquen, sino porque no la defiendan quienes
dicen amarla.
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