JORGE
ARTURO DÍAZ REYES
@jadir45
De Manizales a Cali, caer mil cien metros
verticales y correr 258 kilómetros horizontales por una carretera mitad
quebrada, mitad plana, mitad curva, mitad recta, mitad lenta, mitad veloz.
Cuatro horas largas, quieto, mirando el camino,
repasando conocidos paisajes, oyendo el runrún del motor, la mente a vuelo de
pájaro divagando libre. Lo reciente, lo viejo, lo próximo, lo lejano, lo bueno,
lo malo…
Han pasado tantas cosas estos días. El despertar
del año. El volver a la rutina. Los nuevos alcaldes tan pronto asumieron
comenzaron a despotricar envalentonados contra las corridas. En España el
gobierno recién conformado las amenaza. En México se reanuda la temporada
grande. Bogotá y sus seis carteles en lontananza. La última semana. La soleada
plaza en el filo. El mucho y devoto público. La inspirada faena nocturna de
Arcila. La estocada suicida de Bolívar al avieso juanbernardo. Castella con la
feria al hombro. El quite del Juli al segundo de la encerrona, cuántos
recordaron en él a Pepe, hace ya tantos años. El imperfecto gran encierro de
Barbero. Ese novillo sexto de Armerías tan bravo, quizá el más de la feria. Los
pobres pitones y el resto, de los de Gutiérrez, tres ovacionados, uno de vuelta
al ruedo. Ponce, idolatrado, aclamado y cantado sin estoquear sus toros. El
estético Aguado ante un inválido. El Cid despidiéndose a hombros y volviendo a
los dos días a torear de caridad. Rincón llorando. Camilo corriendo con su
cámara por el callejón. El sorprendente palco. El “excepcional” pasodoble
tocado cada rato. El “tendido joven” repleto y enrumbado siempre. Los ministros
repantigados en sombra. La estupenda organización. La hospitalidad. Juan Carlos
discreto. Las multitudinarias salidas de corrida. Ponchos y sombreros. Un río
fluyendo cuesta arriba. Rafael Giraldo explicando y toreando al aire en la
puerta del Yaripá. Mauricio Brand predicando en la cantina. Los viejos queridos
amigos de siempre, el dolor por los que no llegaron. Los minutos de silencio.
La ciudad toda enfiestada. Los mil espectáculos. La entrañable sonrisa de
Laristy. Las populosas calles. El tango. El ron de la tierra. Las noches
largas. El estruendo en el parque de Bolívar. El aroma de buen café. Manizales,
tal cómo es, única, virtudes y defectos, campechanía y estilo, tradición y
moda, será el último fortín de la fiesta en Colombia. Manizales ayer, Manizales
siempre.
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