El
caleño sale a hombros hacia la enfermería, con las dos orejas del segundo y una
ovación en el bronco quinto, que le cogió feo. Enrique Ponce saludó dos veces y
Pablo Aguado una. Flojo y defensivo encierro de ocho toros.
Luis Bolívar |
JORGE
ARTURO DÍAZ REYES
@jadir45
Fotos:
Camilo Díaz
Luis Bolívar, se llevó el de la tarde.
“Temerario”, 500 kilos, cuatreño, negro, girón, astifino, pero apretado de
puntas. Un dechado de suavidad, fijeza, bondad y blandura. Pastueño. Se supo
desde la generosa sería inicial de cinco verónicas, tafallera, doble chicuelina
y revolera. Reinario le pegó trasero y se cayó. Reincorporado es quitado largo
con tres nicanoras, farol, caleserina y larga de revol. Fuerzas justas, nobleza
mucha y clase notable fueron el material para una faena de poso y reposos, de
justa medida, de terrenos y alturas propios y en tono lento majestuoso. La
izquierda probó la única rudeza en las primeras tandas, pero luego se acompasó
al flujo del toreo, que con la placidez del agua mansa corría bajo los acordes
del pasodoble “Luis Bolivar” y la letanía de oles. Los pases de las flores, las
norias a contravía, el respeto por el toro y las finas maneras toreras fueron
firmados con un estocadón que tiró sin puntilla. Las dos orejas simultáneas con
la masiva petición, la ovación para el arrastre y una vuelta triunfal tan
despaciosa y ofrendada firmaron el pasaporte a la gloriosa puerta.
Con el quinto bis la cosa fue todo lo contrario.
Castaño, también marcando la media tonelada justa, pero impetuoso y bronco
acometió furioso las tres largas cambiadas de rodillas, las ocho verónicas y la
larga recortada que le hicieron cruzar el ruedo, prendiendo esa emoción básica
que provoca no la sublimada estética sino la ferocidad. Se movía como un
elefante en una cristalería metiendo sustos, echando gente de su jurisdicción,
tumbando a Cayetano Romero, cebándose en el jaco caído y haciendo saludar al
Piña y Garrido por haber sido capaces de llegarle a la cara y clavar arriba.
Luis le brinda a Ponce, y se postra en los medios
aguantando el galope veloz y poderoso para ponerlo a girar en torno a sí por la
derecha cuatro veces y ya de pie, cambiando la mano, dos más y el de pecho. La
onda expansiva del explosivo comienzo impactó en el tendido como un megatón.
Dos tandas más diestras de gran mérito y cuando las cosas iban camino del
manicomio, una de las muchas cabezadas finales al cielo cazó la muleta y el
desarme desarmó también la fiesta.
El “Aragonéz” se alebrestó, el toreo se hizo
azaroso, conflictivo, salvavidas. El segundo desarme del bruto asaltó el poder
y el terreno del torero. Y a Luis en ese trance comprometido no le quedó más
que lanzarse a topacarnero en el volapié dejando la espada en la cruz hasta los
gavilanes, siendo cogido por el pecho y pitoneado asesinamente en el suelo
mientras lograban el angustioso rescate. La plaza toda clamaba “torero, toreo”, impresionada por el
gesto de ir a vida por vida para salvar el honor. Pero la petición de oreja fue
ignorada, mas no así la rotunda ovación del respetable, ni la salida del
maltrecho en hombros.
El maestro Enrique Ponce recibió un doble tributo
de idolatría personal. Sin estoquear ninguno de sus toros, fue sacado a los
medios bajo dos atronadoras ovaciones y en la segunda, con un coro
multitudinario de “Poooncee, Pooncee”. Al primero lo había descabelló tras dos
pinchazos y al cuarto bis, tras uno solo desarmado sin haber clavado en ningún
caso el acero. El uno justo de todo, fuerza, casta y alegría y el otro manso,
débil y rajado al final recibieron su proverbial y laboriosa terapia intensiva
sin lograr curación. Solo esa estética suya que va más allá de las necesidades
de la lidia bastó para cautivar así la parroquia.
Enrique Ponce |
Pablo Aguado, esperado con gran ilusión, dio con
dos debiluchos que se caían y se caían. Mucho más el jabonero sexto, prácticamente
inválido para la lidia. Tramitó el primero a media altura y a distancias
considerables dejando algunas joyitas delicadas entre una pasamanería intrascendente.
Pinchó en sitios no santos tres veces, puso una estocada corta, recibió un
aviso y el silencio dolido de los ilusionados.
Con el otro la cosa se puso peor. No se tenía de
pie, trastabillaba caminado cansino tras la muleta con una docilidad digna de
más fuercita. Caía y caía, pero la mano alta los pases para arriba, las pausas
y el mimo lograron al final mantenerlo sobre sus cuatro patas y llevarlo
lentamente, casi funerariamente en redondo bajo pasodoble y escandalera.
Desplantes bravíos azuzaban el delirio. Dos pinchazos y un descabello
finiquitaron la cosa y de salida el saludo en los medios fue de pipiripao.
El variopinto encierro de Juan Bernardo Caicedo
vino con poca pero fina leña, y tuvo un juego diverso muy por debajo del
prestigio del hierro. Hubo de todo, nobleza, rudeza, mansedumbre, flojera,
soltura de cascos y hasta boyantía. Pero la marca inhabilitante fue la falta de
fuerza que los hacía defensivos y remolones.
FICHA DEL FESTEJO
Viernes 10 de enero 2019. Plaza Monumental
de Manizales. 6ª de feria. Sol. Más de tres cuartos de aforo.
Ocho toros de Juan Bernardo Caicedo (en Domecq), bien presentados, bajos de raza,
flojos y defensivos, 4º y 5º perdieron los cascos y fueron cambiados. Aplaudido
el arrastre del pastueño 2º.
Enrique
Ponce, saludo y saludo
Luis
Bolívar, dos orejas y saludo tras
petición.
Pablo
Aguado, silencio y saludo.
Incidencias: Luis
Bolívar cogido por el 5º bis, sale a hombros y pasa a enfermería. *** Saludaron:
“El Piña” y Carlos Garrido tras parear al 5º bis, Raúl Morales tras parear al segundo.
No del todo debió salir de la plaza el ganadero, Juan Bernardo Caicedo |
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