Madrid
y Sevilla reivindican la importancia del menor de los Gallo en el siglo de su
muerte como precursor del toreo moderno, visionario de las plazas monumentales
y pionero de la búsqueda de la nueva bravura.
ZABALA DE
LA SERNA
Diario EL
MUNDO de Madrid
@zabaladelaserna
«Y cesó todo al fin porque quisiste. Te entregaste
tú mismo; estoy seguro./ Lo decía en tu sonrisa triste / tu desdén hecho flor;
tu desdén puro». Gerardo Diego firmaba esta elegía en honor del Rey de los
toreros, muerto en Talavera de la Reina el 16 de mayo de 1920: el toro Bailaor,
de la Viuda de Ortega (Venancia Corrochano), inmortalizaba al coloso de Gelves
(8 de mayo de 1895), grandioso arquitecto de la génesis del toreo moderno,
Joselito o Gallito. La sentencia de Guerrita sacudió España como un trueno:
«¡Se acabaron los toros!» Una España taurinamente dividida entre los
partidarios de Belmonte y José, entre Juan y Gallito.
La luz sobre aquella supuesta rivalidad viene de
la pluma del imprescindible escritor José Alameda. Que introduce, en su bíblica
obra El hilo del toreo, el episodio de Joselito y Belmonte con estas líneas:
«Según el lenguaje de Spengler, ya utilizado en otro capítulo y que de momento
nos sigue siendo útil por su poder de síntesis, podría considerarse a Belmonte
como un torero mágico -cerrado, misterioso- y a Joselito como un torero
fáustico -abierto, expansivo-. La aparición de Joselito -rey de la luz- produjo
júbilo. La de Belmonte -señor de las tinieblas- asombro. José aparece como una
superación -Maravilla, le dijeron-. Juan como un fenómeno -Terremoto, le
llamaron-».
Alameda revela la clave de Gallito como precursor
-mucho antes que Manuel Jiménez «Chicuelo»- del toreo en redondo y ligado. En
frente, el toreo cambiado de Belmonte. Que para y templa. La historia de
Gallito no contó con la hagiografía de Chaves Nogales como amplificador.
Defiende Paco Aguado -autor del libro más completo sobre la importancia del
menor de los Gallo, Joselito: Rey de los Toreros- que José careció de exégetas
que le cantasen. Que José no sólo no fue el último torero de la edad antigua
sino el primero de la era moderna. Una inteligencia preclara que supo ver en el
Pasmo de Triana el rival -sin serlo- que los públicos querían ver y que, por
tanto, había que proteger y cuidar. Todo lo contrario al castigo de poder al
que sometía a los rivales emergentes con los hierros más duros. E inicia la
búsqueda y la selección de la nueva bravura del siglo XX, la del toro que
necesita Juan.
Frente al poder lidiador gallista, la fragilidad
belmontina; frente a la torería apolínea, el patetismo dionisiaco; frente a la
aplastante regularidad con el toro decimonónico, la genialidad puntual con el
toro preciso. Y en esa necesidad descubre el hijo chico de Fernando el Gallo la
virtud de la bravura a perseguir. José manda en el campo, José manda en todo.
«Lo que diga José», resolvía Juan.
Y Joselito traza las líneas y vigas maestras de
las estructuras de la fiesta. Y proyecta monumentales -construye la de Sevilla,
que tanto le hará sufrir, y asesora en el diseño de la nueva y actual plaza de
toros de Madrid-.Esa misma Monumental de las Ventas que soñó albergará por
primera vez una magna exposición sobre la figura de José Gómez Ortega. A quien
la tauromaquia tanto debe de modernidad. La muestra, en la que ya trabaja la
responsable de la programación cultural venteña, Gloria Sánchez-Grande, se
inaugurará coincidiendo con la fecha de la última tarde que Joselito toreó en
Madrid: el 15 de mayo de 1920, un día antes de su trágica muerte, cuando apenas
contaba con 25 años.
El Centro de Asuntos Taurinos de la Comunidad de
Madrid cuenta con un importante fondo fotográfico del que abastecerse para la
ocasión. Una exhibición de carteles de la época, cartas manuscritas del propio
torero, libros sobre su huella... La cartelería de la fechas tan importantes
como la del próximo 2 de mayo o la propia Feria de San Isidro tendrán como
inspiración la figura del pequeño de los Gallo.
Y en Sevilla, a través de la Hermandad de la
Macarena, se anuncia una magna exposición y un sinfín de actos que concluirá en
noviembre, cuando se inaugure el monumento que José Gómez Ortega aún no tiene
en su cuna. La Macarena, que vistió luto a su muerte, tenía que ser.
«¿Qué es torear? Yo no lo sé. Creí que lo sabía
Joselito y vi cómo le mató un toro», escribió Gregorio Corrochano como
despedida.
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