Joselito
dedicó al famoso escultor –autor del impresionante mausoleo del cementerio de
San Fernando- un retrato suyo en la víspera de la tragedia de Talavera de la
Reina.
ÁLVARO R.
DEL MORAL
@ardelmoral
Diario CORREO
DE ANDALUCÍA
La historia es sabida. Como en tantas y tantas
casualidades trágicas –Ignacio en Manzanares en 1934 o Yiyo en Colmenar Viejo
en 1985- Joselito no tenía que haber toreado en Talavera el 16 de mayo de 1920.
Es una historia que será contada en todos sus detalles cuando llegue el momento
pero merece recordar la génesis de aquella corrida, acelerada por la ansiada
reconciliación con el influyente crítico Gregorio Corrochano, que había
fustigado sin piedad al coloso de Gelves desde la temporada anterior desde su
poderosa tribuna en ABC.
El festejo de Talavera empezó a cocinarse
–recuerda Francisco Aguado en ‘El rey de los toreros’- en un almuerzo celebrado
en el restaurante La Estrecha de Madrid. Pero aquel encuentro estuvo precedido
de un brindis a Torcuato Luca de Tena, director de ABC, y una reconciliación
previa: la del propio Joselito con su cuñado Ignacio Sánchez Mejías, del que se
había distanciado –precisamente- por una de las despectivas crónicas de
Corrochano –Joselito torea en el patio de su casa - que habían amargado al
coloso de Gelves aquella bífida feria de San Miguel de 1919, la última de su
vida, desdoblada entre la plaza de la Maestranza y la efímera Monumental.
A partir de ahí se comenzaron a mover los hilos de
la fontanería taurina. El festejo de Talavera lo organizaba Venancio Ortega,
pariente del propio Corrochano y representante de la ganadería de la Viuda de
Ortega, tía del influyente crítico. El tal Venancio ya había apalabrado a
Rafael El Gallo, Ignacio Sánchez Mejías y Larita para dar salida a los toros
que había dejado de lidiar el año anterior en Albacete por inclemencias
meteorológicas. Pero Joselito movió los hilos necesarios para ponerse a los
mandos de la organización del evento, que convirtió en un mano a mano con
Ignacio.
Clima hostil en Madrid
José tenía apalabrada aquella fecha del 16 de mayo
en el antiguo abono de San Isidro. Había que romper el compromiso para acudir a
la cita de Talavera. El asunto trajo cola y la Dirección General de Seguridad
llegó a intervenir para obligarle a cumplir el contrato que el torero resolvió
ofreciéndose a actuar en cualquier otra fecha. Pero el 15 de mayo sí hizo el
paseíllo en el ruedo de la Corte, anunciado con Juan Belmonte y su cuñado
Ignacio Sánchez Mejías con el que tendría que viajar al día siguiente a
Talavera.
El clima era manifiestamente hostil. José y Juan
pudieron apreciar la animadversión del público al llegar al patio de cuadrillas
de la vieja plaza de la Carretera de Aragón, en el actual distrito madrileño de
Goya. Aguado recoge en su libro aquel tenso momento que causaría una honda
impresión en Joselito. El torero llegó a hacer un aparte con Belmonte, su rival
e íntimo amigo, cuando se serenó el ambiente: “Lo mejor es que dejemos de
torear en Madrid una temporada larga...” El desarrollo de la corrida no se
libró del ambiente enrarecido que la había precedido, acrecentado por el mal
juego de los antiguos ‘murubes’, ya en manos de la familia Urquijo por
mediación del propio Joselito, que acabó matando dos sobreros de Medina y
Garvey y Salas en medio de la rechifla general. El diestro de Gelves –recoge
Aguado- quiso congraciarse con el público en el último toro instrumentado un
vistoso quite por delantales. En el Sol salió una voz que acabó de sentenciar
el despropósito: “¡Diez mil pesetas por un quite: ladrón!”.
Corrochano se unió al coro dictando una demoledora
crónica titulada ‘Habéis estao fatales’ mientras José, consternado, se
confinaba en su domicilio madrileño de la calle Arrieta. Al día siguiente
viajaría muy temprano a Talavera, convertida en su propia Samarkanda... En esas
horas de descanso posteriores a la corrida José recibió una ilustre visita ¿o
fue durante la tensa espera del festejo, mientras recibía a amistades y
admiradores antes de vestirse de luces? Fue la del gran escultor valenciano
Mariano Benlliure, que a sus cincuenta y siete años era una figura más que
consagrada de las Bellas Artes. Joselito le dedicó una fotografía: “A Mariano
Benlliure, José Gómez Gallito; 15 de mayo de 1920”. Entonces no podía saberlo,
pero le estaba dedicando un retrato al autor de su mejor epitafio, fundido en
bronce...
El panteón
José se encontró con su destino en Talavera al día
siguiente de firmar aquella fotografía. Tiempo habrá durante este ‘Año Gallito’
de contar los detalles de ese día, recordando los vericuetos de su traslado a
Sevilla y hasta las peripecias de su funeral catedralicio. José sería enterrado
en el cementerio de San Fernando pero el grandioso panteón del creador
levantino aún se haría esperar. Fue Ignacio Sánchez Mejías, cuñado de José, el
que contactó con Mariano Benlliure para formalizar el encargo al año siguiente
de la tragedia. El famoso escultor valenciano culminaría esa elegía en bronce y
mármol en 1924 aunque pasarían dos años más antes de ser instalado sobre la
cripta de Joselito, que había sido concedida por un acuerdo del ayuntamiento
hispalense a los hermanos Gómez Ortega para la construcción del panteón.
La impresionante obra de Mariano Benlliure fue
expuesta en el Palacio de las Bellas Artes –también llamado de Arte Antiguo- de
la inminente Exposición Iberoamericana antes de ser emplazada definitivamente
en el cementerio en 1926. Benlliure empleó el bronce para el cortejo funerario
reservando la blancura del mármol para retratar al coloso caído. El creador
recurrió a algunas reminiscencias medievales para trazar ese coro de
porteadores que, más allá de las influencias de otros grupos escultóricos como
‘Los burgueses de Calais’ de Rodin, funciona como un auténtico retrato coral
que sigue a la inconfundible imagen de la Esperanza Macarena, ataviada de luto
por Juan Manuel Rodríguez Ojeda. La figura es sostenida por una mujer joven que
se ha señalado como María, la mujer del cantaor Curro el de la Jeroma.
Pero Benlliure, que muestra su faceta más constumbrista
en el atavío del conjunto, recurre a otras licencias, como el retrato del
famoso ganadero Eduardo Miura –que ya había fallecido cuando cayó Joselito-
como portador del féretro del Rey de los toreros. El escultor valenciano
también retrató a Ignacio Sánchez Mejías sin saber que estaba anticipando su
monumento funerario diez años largos. Ignacio murió después de la larga agonía
que siguió a la horrenda cornada de Manzanares en agosto de 1934 y sería
sepultado junto a su cuñado, bajo el impresionante mausoleo de Benlliure. Se
había cerrado el círculo.
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