Ventura
y Emiliano rivalizaron en buena lid y contra la adversidad.
JUAN
ANTONIO DE LABRA
Fotos:
Mario Guzmán - EFE / www.la-plazamexico.com
La corrida de rejones de este domingo en la Plaza
México tenía muchas connotaciones implícitas. Por principio de cuentas, el
gesto caballeroso de Diego Ventura de aceptar torear una corrida de rejones, y
más aún en un formato mano a mano con un rejoneador mexicano, noble deferencia
de una figura consagrada que nunca había sucedido en este escenario.
Así que este espaldarazo era, de antemano, una
manera especial de retribuir, en alguna medida, lo que México y su afición
están haciendo por él en estos años. Y también tratar de ayudar a consolidar la
corrida de rejones. En segundo lugar, brindar su decidido apoyo a Emiliano
Gamero en esta oportunidad de medirse ante un maestro, con la generosidad que
esta apuesta implicaba.
Y por un momento dado parecía que estas buenas
intenciones se vendrían por tierra por el clima, pues pocos minutos antes de la
hora anunciada del festejo comenzó a lloviznar con insistencia, lo que hizo
peligrar seriamente la celebración de la corrida debido al deterioro del piso
de la plaza. Asimismo, ese clima frío y lluvioso "espantó" a la
gente, y la entrada no correspondió, ni mucho menos, a la originalidad del
cartel, que ya de suyo representaba un acontecimiento histórico en los anales
del coso de Insurgentes. Pero los toreros decidieron afrontar el compromiso con
una enorme entereza, sin saber a ciencia cierta si, al cabo de los siguientes
minutos, el piso del redondel les iba a jugar una segunda mala pasada.
Porque era evidente que Ventura pudo haber tomado
la decisión de cancelar la corrida y solicitar a la empresa su aplazamiento.
Sin embargo, procedió con la misma nobleza empleada al hacer aceptado él
ofrecimiento, y al primer toro de la tarde le hizo una faena redonda, que fue
premiada con una oreja, cuando lo suyo hubiese sido entregarle dos, por lo que
había hecho delante de un ejemplar que tuvo clase y al que toreó con cadencia.
En esta primera faena destacó sobre los lomos de "Bronce", con el que galopó
templadamente a dos pistas y se dejó llegar mucho la embestida del toro al que
más tarde fulminó de un rejón de muerte en lo alto.
Aunque no dejaba de lloviznar, el piso no se
deterioró tanto y luego de lo hecho por su padrino de alternativa, Gamero salió
a entregarse delante del primer toro de su lote, que no terminó de romper. El
rejoneador capitalino clavo banderillas con serenidad y exposición con "Hijo del Sol", un colorado de
gran alzada, de raza española, en esa demostración de que avanza en su concepto
del toreo, que casi siempre tiende a ser más heterodoxo y explosivo en aras de
conectar con la gente que, dicho sea de paso, estuvo cariñosa y receptiva.
Una oreja de ley tenía ganada Emiliano tras
colocar el rejón en todo lo alto, pero el juez se la negó de manera
inexplicable, no obstante que la gente la pidió con fuerza. Al final tuvo que
conformarse con una vuelta al ruedo, reconocimiento democrático y popular a lo
que había realizado.
El tercer toro fue el que menos condiciones tuvo
para el lucimiento, y Diego echó mano de recursos para torear en distintos
terrenos primero con "Bombón",
y más tarde con "Chalana" y
"Gitano", lo que le valió
clavar con precisión y dando siempre la lidia adecuada al de Los Encinos, al
que mató de un metisaca que provocó derrame y vino a emborronar lo conseguido.
Motivado por la actitud del público y el
compañerismo de Emiliano, Diego volvió a la carga en el quinto para intentar
redondear una tarde cuesta arriba, y toreó muy bien con varios de sus caballos,
siendo los quiebros invertidos al clavar al violín, y otros pasajes del final
de la lidia montando a "Dólar"
(con el que clavó un par a dos manos en los medios sin cabezada) y "Prestigio", los instantes más
sobresalientes de su acompasada labor delante de un toro que fue manejable.
Cuando el sexto saltó a la arena, Emiliano estaba
mentalizado a triunfar a costa de lo que fuera ante ese ejemplar castaño de
Julio Delgado, cuyas hechuras prometían cosas muy buenas. Lo paró de salida
toreando con la garrocha sobre "Mala
Cara", y más tarde le clavó dos escalofriantes quiebros montando a "Adame", un valiente y
aguerrido lusitano que se ha ganado un lugar en su renovada cuadra. Después
clavó un par a dos manos con "Padilla",
sin cabezada, emulando lo hecho por Diego minutos antes en otro alarde de doma,
y luego cortas sobre "Glamour"
y trató de redondear su labor antes de dar muerte al toro mediante un pinchazo
hondo, antes de echar pie a tierra y acertar al primer golpe con el descabello,
lo que le valió el corte de una merecida oreja que paseó en compañía de sus
hijos.
A pesar del frío que hubo en los tendidos, el
ambiente nunca decreció, y el público reconoció la encomiable actitud de los
toreros, dos amigos de los que hoy, el de mayor antigüedad, le tendió la mano
en buena lid a su ahijado, haciendo gala del espíritu de esta estirpe de
exponentes de un arte basado precisamente en eso: en ser un caballero en toda
la extensión de la palabra, tal y como manda la tradición.
FICHA DEL FESTEJO
Decimotercera corrida de la Temporada
Grande. De rejones. Menos de un cuarto de entrada (unas 8 mil personas), en
tarde lluviosa.
Cinco toros de Los Encinos y un remiendo de Julio
Delgado (6º), desiguales en juego y presentación (el 5º ligeramente
protestado por su falta de remate), de los que destacaron 1º y 6º por su
calidad.
Pesos: 485, 480, 494, 515,480 y 557 kilos.
Diego
Ventura: Oreja, silencio y
palmas.
Emiliano
Gamero: Vuelta tras petición,
silencio tras aviso y oreja.
Incidencias: Partieron plaza como sobresalientes de los
rejoneadores los matadores José Daniel
Ayala y Paulo Campero, aunque no
intervinieron en ningún momento de la lidia.
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