jueves, 14 de julio de 2011

ÚLTIMA CORRIDA DE ABONO – FERIA DE SAN FERMÍN: Torrencial El Juli, desventurado Juan Mora

Segunda tarde apoteósica de Julián en sanfermines. *** Una grave cornada del torero de Plasencia en un lance fortuito e infortunado. *** Decepcionante corrida de Cuvillo.
Nuevamente lección de torería y maestría a cargo de El Juli, donde nuevamente sale en hombros, donde la mala suerte se la llevó Juan Mora, visitando el hule con dos cornadas. Foto: Mauricio Berho
BARQUERITO

LA PRIMERA MITAD de la corrida de Cuvillo pasó enseguida y la brevedad fue su mayor virtud. Cinqueño, flaco, codicioso y al fin aplomado, el primero no quiso pelea, protestó a viaje cortado. Juan Mora volvía a Pamplona al cabo de trece o catorce años, se estiró en lances y pases sueltos a pies juntos, dibujó bonitos muletazos genuflexos y enterró media estocada sin previo aviso. Llevaba como siempre la espada de acero.

También cinqueño el segundo, que fue toro revoltoso y de rebotarse primero, pero remolón después. Los toros remolones parecen escupirse o topar al venir a engaño. Un puyazo trasero acentuó ese vicio. El Juli lo convenció más o menos; cuando se apalancó el toro en señal de renuncia, le consintió con desplantes. Pero de pronto metió el toro la cara entre las manos en gesto de aflicción y antes siquiera de tomar oxígeno se echó exánime. No hubo nada que hacer. Lo apuntilló Emilio Fernández, tercero de la cuadrilla de El Juli. A cuerno quemado empezaba a oler la cosa.

El tercero de la tarde, serio, no tomó mal el capote de Castella, cumplió en una vara primera y empezó a dar muestras de flaqueza luego. Claudicante, la cara arriba por falta de fuerza y, al cabo, todavía más afligido que el que acababa de ser apuntillado en crudo y arrastrado entre ruidosa gresca. Las peñas habían entrado en la plaza mudas y sin desplegar ni las pancartas, y habían decidido no tocar ni cantar durante la lidia y muerte del primero de corrida en señal de protesta contra tres casos graves de violencia de género registrados en las fiestas. Sólo al soltarse el segundo toro volvieron a su ser las cosas y, cuando asomó El Juli, bandas y coros atacaron la mejor pieza del repertorio: El Rey, de Vicente Fernández. Al arrastrarse el tercero se dejó sentir una protesta inequívoca.

Pero luego cambiaron inesperadamente el paisaje y las circunstancias. En la segunda parte vinieron los tres toros de más cuajo: un cuarto retinto y hondo, un quinto terciado pero cornipaso y bien armado y un sexto entre acapachado y remangado, muy astifino, alto de agujas, ligeramente cariavacado, grandullón. Se llamaba «Pajarraco». Y lo parecía. Con cuarto y quinto se vivieron las grandes emociones de la tarde. De distinto signo.

En un exceso de confianza, desmayado el cuerpo, dormidos los brazos al lancear a pies juntos, Juan Mora salió volteado en un apretón del toro, que se le metió bajo los vuelos y le rasgó la taleguilla. El Juli anduvo más presto al quite que nadie. Fue él quien se llevó al toro desde las rayas a los medios, y quien dispuso cómo y dónde había que sujetarlo. La cogida fue de las de evisceración de testículo, que son muy dolorosas. Mora se negó a meterse en la enfermería. Le recompusieron la taleguilla con un vendaje de esparadrapos que parecía una mano de yeso entre cintura y casi los machos.

Cojeando, Juan todavía salió a un quite tras la segunda vara. El toro escarbó pero se vino luego claro y pronto, y repetía. Juan Mora se acopló bien: a pies juntos, en toques seguros, muletazos limpios por la mano izquierda, el molinete mexicano de la escuela de Joselito Huerta y un regusto hilvanado con desorden. Una caída, pero el toro perdonó. No perdonó sin embargo un cite descubierto y entonces cogió de lleno a Juan por la espalda y le pegó en la ingle una seria cornada. El Juli mató el toro sin apreturas.

El Juli cambió el signo trágico de la tarde en la escena siguiente. Sin demora: se levantó viento, no importó, Julián atacó de salida, le bajó las manos al toro en lances entregados a la verónica –de templarse y ganar pasos-, brilló con genio en un quite ajustado y airoso por chicuelinas –preciosa la media de remate- y al tiempo que timbal y clarines tocaban a muerte ya estaba en los medios brindando al público el cuarto y último de los toros que mataba en la feria.

De resolución inmediata y segura, la faena estaba encendida al tercer muletazo, pero graduada para que el toro, apenas picado, no se reventara en lo que iba a ser una doma de látigo y seda, y una cascada de emociones. En los medios, por las dos manos, a pies juntos, a suerte cargada, a toro ligado sin perderle pasos, en péndulos, en trenzas, molinetes y trincheras engarzados como cuentas: un juego de manos y abalorios, de lento trazo. Pasión de El Juli, a quien llegaban a coro los olés de la gente de sol y de sombra. La chispa del toro fue cómplice. Una estocada trasera al salto. No se podía ir el toro. No se fue.

Castella salió por todas en el sexto, y se dejó sentir con el capote, que ahora maneja tan elegantemente. Las manos por delante, cabezazos, viajes desganados, el toro de Cuvillo, último de la feria, no estaba por darse y no se dio.

FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Núñez del Cuvillo, de muy desiguales hechuras. Cuarto y quinto dieron juego con distinto estilo. Se echó el segundo. Se afligió el tercero. Aplomado el primero; mansurrón el sexto.
Juan Mora, de azul y oro, silencio y ovación que recogió uno de sus banderilleros. Fue herido por el cuarto: una cornada menos grave con evisceración de testículos y otra grave en ingle y parte posterior del muslo derecho de dos trayectorias de 15 y 20 cms. El Juli, de azul cobalto y oro, silencio y dos orejas. Sebastián Castella, de azul real y oro, silencio y ovación.
Pamplona. 10ª y última de San Fermín. Soleado, ventoso, templado. Casi lleno.

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