domingo, 10 de julio de 2011

CUARTA CORRIDA DE ABONO – FERIA DE SAN FERMÍN: Un buen miura, pero a la hora de la merienda

Corrida playera y, por eso, más incómoda que realmente ofensiva, y un cuarto de ilustre reata, Escobero, bien manejado por Padilla pero en ambiente de sorda indiferencia.
Poco eco, pese al esfuerzo, lo hecho por Padilla ante el cuarto toro de la miurada de hoy en Pamplona, donde los ánimos poco presto de los asistentes no dieron objeción al merito de la terna de espadas. Mauricio Berho
BARQUERITO

El primero de Miura estuvo a punto de saltar la barrera antes de ser picado. Se encaramó en las tablas cimeras, tomó impulso y casi casi. Era el toro de más volumen y peso de la corrida: 700 kilos, que le cabían sin desdoro. Mofletudo y frentudo, ancho y largo, de amplia corona, como casi todos los hermanos de envío. Astillado de un pitón. No fue mal toro, pero sangró más de la cuenta en el caballo –picó bien pero mucho Antonio Montoliu- y por sangrarse, o por carácter, devino toro tardo.

La seña de identidad del toro de Miura es la prontitud. Pues éste fue la excepción. Cuando se decidió a tomar engaño, se lanzó con impetuoso estilo. En el segundo par de banderillas, de dentro afuera y cuadrando en la cara y querencia del toro, Padilla tuvo que hacer magia para salir de suerte intacto. Fue asomar Padilla por la puerta de cuadrillas y empezar a rugir sus miles de fieles del sol de Pamplona. “Illa, illa, illa, Padilla maravilla”, verso suelto, digamos, que subraya la condición de héroe singular.

No hay dos Padillas: es imposible. Sobrado e imaginativo con el capote para fijar de salida al toro y bajarle las manos, y rematar con media poderosa y bella, para gallear en un quite por las afueras antes de la primera vara y hasta para quitar por navarras en lo que quiso ser un guiño cómplice que no se entendió. Apretó el toro en banderillas, pero Padilla jugó con soltura. Un Iñaqui Martínez corredor del encierro y ya viejo amigo de Padilla tuvo el rasgo de regalarle en la víspera un capote de paseo con la imagen de San Fermín bordada en rojos, dorados y azules sobre seda blanca. Padilla lo estrenó y lo dejó en la barrera donde estaban Iñaqui Martínez y la dama que había discurrido el diseño del capote, Inma Carrera, de Tafalla. A ellos fue el brindis del toro, que apoyó mal, claudicó algo, tuvo claros pero pesados viajes, tardeó cada vez más y terminó sin equilibrio. Un metisaca y una estocada.

El cuarto, un Escobero de ilustre reata, cárdeno de 540 kilos, sin carnes pero muy bien rematado, hondo y bello, fue el toro mejor de la corrida. Pero fue el cuarto, y aunque Padilla, apurado en banderillas por la velocidad del toro, brindó a su incondicional público de sol, la gente prestó a la pelea atención mínima. Pronto, el toro atacó y repitió en los medios, y lo que Padilla calculó que sería un tanteo, vinieron a seis nueve muletazos encadenados porque no había manera de soltarse. Una tanda ajustada con la diestra pero no templada; tímidos intentos con la izquierda; la inevitable falta de motivación, porque sólo se oía el crujir de nueve mil mandíbulas dando cuentas de bocatas de ajoarriero; un precioso pase de pecho a pies juntos, un trasteíto convencional y una estocada facilísima que entró como palillo en manteca. Arrastrado el toro, sacaron a Padilla a saludar y desde los medios Padilla correspondió con la mano en el corazón y tal vez un nudo en la garganta, tomó un puñado de arena, lo besó y lo soltó con torería.

El segundo miura fue pedregosa papeleta, pues, herido muy trasero en varas, acusó el castigo y cabeceó. Playero y descarado, humillaba pero se revolvía en un palmo. No tenía apoyos traseros, hizo amago de sentarse. Cortos los viajes por las dos manos, por alto y por abajo. Jabatería de Rafaelillo –y un desarme- hasta que el toro se plantó. Una estocada tendida, tres descabellos. El quinto, sardo y cornipaso, muy astifino, fue toro de público y no de torero. Por la pinta, por la envergadura, por el aire díscolo. Disposición de Rafaelillo, en acción constante e inmediata, de rodillas y por arriba, hasta que, enterado, se puso pegajoso el toro y a defender territorio. Dos desarmes, dos estaquilladores tronchados. Las peñas cantaron a coro el Vals de Astráin, tan grato de oír. Por flojo empezó a defenderse el toro, que no dejó a Rafael cruzar con la espada, se le encendía la alarma al verlo venir.

Serafín Marín toreó con suavidad y empaque de capa y muleta al tercero, que era el primer miura de su vida. Muy castigado en dos varas, justo de fuerzas, con muy poca voluntad, el toro pidió la cuenta a la tercera tanda. Los toques de Serafín fueron de torero preciso. Abreviar a toro parado, una idea brillante. Una buena estocada ligeramente desprendida. Con entereza y suavidad parecidas se puso Serafín con el sexto de la corrida, que no parecía de Miura: por corto, por liviano, por respingón, por terciado, porque no dejó de rabear nervioso como el perro que reclama el cariño de su amo. Saltarín e informal, el toro escarbó, se rebotó, no regaló ni un viaje ni medio, sino a escupidas inciertas. Impropia conducta. Sereno, Serafín se fue por la espada y volvió a matar sin afligirse.

FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Miura, de desigual remate, seria presencia y variada condición. Mayoría de toros playeros. Todos cumplieron en el caballo con fijeza y entrega. El cuarto, que se estiró con felino estilo, fue el de mejor nota. Tardo y a menos el primero; pegajoso y revoltoso el segundo; noblón pero sin fondo el tercero; agresivo el quinto, que se indispuso; escarbó el sexto, que, terciado e informal en medios viajes, no parecía ni de Miura.
Juan José Padilla, de azul marino y oro, silencio y saludos tras un aviso. Rafaelillo, de púrpura y oro, silencio tras un aviso en los dos. Serafín Marín, de rosa y oro, silencio en los dos.
Pamplona. 6ª de San Fermín. Casi lleno. Estival pero templado.

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