martes, 12 de julio de 2011

DEL DIOS TORO: Un color, un misterio

BARQUERITO

Al catalogar la pinta del quinto toro de Fuente Ymbro, el perito se inclinó por una denominación chocante: “negro algo mulato”. Chocante porque lo de mulato es cuestión de ser o no ser y, valga la redundancia, no caben las medias tintas. Mulatos llaman los vaqueros a los toros castaños. Si se pudiera distinguir entre algo castaños y muy castaños –o sea, de pasarse de castaño oscuro-, diríamos que el mulato pertenece al segundo grupo. Hay un toro negro zaino –con acento en la a y no en la i- que se define por no ser mulato: es negro sin mácula, digamos.

Entre tantos espectáculos de los que se sirven en San Fermín, uno de los de verdad singulares es el manifiesto de los toros en los corrales del Gas. Ahora sonaría chocante hablar de una manifestación de toros -¡pero qué es el encierro entonces…!- y no solo ahora. El manifiesto es la exhibición o la demostración. Todos esos significados son afines. Quieren decir casi lo mismo.

Los corrales de la Rochapea son en sí mismos un vestigio de la fiesta arcaica. Un redil de fieras de combate. Los niños no pagan y, en parte por eso, son visitantes asiduos y no mayoría pero tampoco minoría. Es refrescante pegar la oreja para escuchar lo que los niños –entre cuatro y ocho años, no más- comentan en voz alta sobre cada uno de esos toros tan mayúsculos del manifiesto. Las pintas negras no son objeto de debate; sí el tamaño de los cuernos y demás atributos.

Las pintas rubias, claras y mixtas, por ser minoritarias en Pamplona, se convierten en la golosina del escaparate. Los toros se contemplan a través de una vitrina rectangular pero panorámica. Imponen. En un corral el toro no tiene el son apacible de la dehesa, sino que barrunta algo. Como una tormenta. Hablando de pintas, la gente del campo llama “colorados” a los toros que los niños ven “marrones” o “rojos”. Si el padre está cerca, pregunta el niño que por qué. Mulatos, zainos, colorados: tanto da. La genética no es para charlas en el Gas. Don Álvaro Domecq, ganadero y alquimista, se murió sin llegar a entender el misterio mayor de todos: que un toro embista. Del color que sea.

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