sábado, 23 de julio de 2011

CUARTA CORRIDA DE ABONO – FERIA DE SAN JAIME EN VALENCIA: José Tomás vuelve por sus fueros

Épica una segunda faena marcada por una cogida terrible de la que salió ileso. Entereza, firmeza, ambición, presencia. *** Triunfo del mexicano Saldívar. Buena corrida de El Pilar.
Indudablemente que el centro de atención de la tarde de ayer en Valencia era José Tomas. Su reaparición, quince meses después del percance en Aguascalientes, no en vano ha hecho que el morbo por verle se haya levantado por las nubes… al final el publico ha salido contento por lo visto al torero de Galapagar, pero el triunfo y las Puerta Grande se la llevó el mexicano Arturo Saldivar, el más beneficiado de un ambiente de suprema expectación.
BARQUERITO

EL ARGUMENTO fue, por descontado, José Tomás. Pero trama y desenlace rompieron apuestas y previsiones. El ceremonial se atuvo a la liturgia: quince cámaras frente a la puerta de cuadrillas a las siete menos diez, ya estaba la plaza llena entonces, una ligera espera después del despeje y al fin asomó José Tomás. Vestido de malva y oro, con bordados de medias lunas de pasamanería en mangas, tiras y espalda, pañoleta verde, chorreras blancas en los golpes de oro de un chaleco barroco. La montera, de forro azul celeste, parecía de estreno. Como el traje.

La ovación, de trueno. En pie la gente. Sacaron a José Tomás a saludar. El saludo tuvo aire distinguido. La melena poblada y algo canosa le daba aspecto de torero ya maduro. La sonrisa, entrecortada y no forzada. Los pasos de siempre: sigilosos pero decididos. Y empezó la corrida.

Estuvo a punto de saltar al callejón el primero, que tomó capotes con suavidad. El ambiente hervía, el toro adelantaba un poco, salió molido de dos varas y, después de la segunda, salió a quitar José Tomás. “¡Chíiiiis…!” Se pidió silencio. Un sencillo quite de delantales –tres, de no ganar ni perder paso, exagerado el juego de brazos- y media muy templada. Se festejó. Víctor Puerto replicó por verónicas, pero claudicó el toro y luego brindó a José Tomás. Sería de sorpresa el brindis, pues, ajeno al protocolo, José Tomás se quedó en el callejón. Separados por la barrera, se abrazaron cariñosamente los dos. El toro se aplomó y hasta apalancó, y Víctor, que abrió con una jaleadísima serie de rodillas en tablas, se embarcó en una faena injustamente larga. La gente estaba esperando la salida del segundo. Y salió.

La brigada de areneros tuvo que emplearse a modo, porque Víctor había liquidado de media muy caída y la muerte fue de vómito formidable. Engatillado, seriecito, bien rematado, el segundo de corrida, castaño salpicado y lombardo, casi sardo, salió apoyándose en las manos, se fue suelto del capote de José Tomás, atacó corrido en una primera vara de mucho sangrar y lo dejaron abrirse. José Tomás hizo los honores: capote a la espalda con el toro a la vista pero largo y cuatro gaoneras en un quite de escalofriante ajuste abrochado con una revolera invertida. Después de la segunda vara, salió a quitar entre desmedrada y desafiantemente el mexicano Arturo Saldívar. Por tafalleras. Fue la tarjeta de presentación. Una sorpresa.

La faena primera de José Tomás tuvo una notable primera parte, una de transición algo plana y un final demasiado desigual. Una tanda de cinco en redondo y dos más tras un renuncio del toro, pero no del torero, en el platillo, y el de pecho fue la guinda mayor del arranque. Y la presencia siempre inquietante del torero, que no tiembla. Por la mano izquierda, y luego de una pausa, el toro no se dio sino que se reviró y hasta desarmó a José Tomás de mala manera. Le rasgó el pico entero de la muleta.

En el reencuentro de las partes, el toro empezó a distraerse y soltarse, José Tomás le aguantó firme los cambios de ritmo, no llegó a templar los viajes y los viajes se volvieron, cerca de rayas o tablas, medias embestidas que había que modular. El viento, toda la tarde revuelto, enredaba. Hubo un segundo desarme. Se sintió largo el trabajo. Media estocada tendida sin muerte. Rueda de peones, se echó el toro, lo levantó el puntillero. Quedaba otro toro. Este primero se lo había brindado José Tomás a los médicos de Aguascalientes que le salvaron la vida hace quinces meses. Los médicos salieron del callejón a la arena en la segunda falta de protocolo.

El tercero fue uno de los dos mejores toros de la corrida. Pelliza colorada, más badana que los anteriores y gas de inequívoca bravura, que desconcertó a Saldívar en el recibo de capa. Pegajoso de bravo y no de celoso, el toro se domó en el caballo. Saldívar quitó por chicuelinas apuradas –de una de ellas, salió destocado en un varetazo del toro- y brindó luego a la gente. Su primer toro en Valencia, donde toreó de novillero muy bien. Gran alarde: de largo el cite en los medios para escupir al toro con una pedresina aparatosa y, luego, una faena de gran corazón, afán rotundo por encajarse –pero no siempre consentía el toro con su codicia desatada- y logros emotivos de torero nuevo pero más que arrancado. Ajuste en el toreo al natural, verticalidad despampanante, irregular el juego de brazos. Ingenua la solución de perder la cara al toro tras el remate en falso de una tanda y entonces salió Arturo encunado por la espalda y violentamente enganchado. Pero ileso. Y sin susto, pues volvió a la cara igual de firme y hasta más sereno. Un pinchazo, una rara estocada, la gente estaba con él.

La merienda. El cuarto toro, de hermoso porte, pero sin ninguna fuerza, y ahora Víctor Puerto no tuvo más remedio que abreviar y cobrar una estocada de las que hace quince años le ganaron justa fama de espada mayor. El quinto toro, alto de agujas, las palas blancas, colorado, tardó en fijarse, y no iba a terminar de hacerlo del todo nunca, y José Tomás hubo de buscarlo con lances a pies juntos de buen compasito, y el remate de una larga muy cargada en el tiro. Se picó por libre el toro y José Tomás atacó en un quite por chicuelinas frontales y despatarradas que fueron otra sorpresa. No hubo compás ni vuelo ni ajuste. Media y larga de remate valieron por todo lo que había firmado de capa hasta entonces. De nuevo salió respondón Saldívar a quitar: por valencianas, desiguales, y una brionesa muy aguerrida, garbosa.

Tocaron la diana floreada y José Tomás brindó desde los medios. Y ahí empezó la parte épica del espectáculo. Un cite de perfil a pies juntos para un estatuario, pero el toro se le vino acostado por la mano izquierda, lo prendió de lleno y le pegó una voltereta terrible, como un salto mortal, pero no llegó a buscarlo en el suelo. José Tomás cayó desvanecido e inerte. La sensación primera fue terrible. Se lo llevaron entre muchos mientras Cubero sujetaba al toro en un burladero. Desencajado, sin color, grogui, José Tomás no reaccionaba ni a chorros de agua ni atendía, se dolía discretamente. Lo metieron en el callejón y ahí recobraría el sentido: volvió a la arena. Entre un clamor que iba a ser constante y largo.

Como la faena, que fue de emoción, muy dividida en pasajes, de paseos hasta circulares entre tanda y tanda, de encontrar toro hasta que el toro se empezó a rajar y soltar. El encaje en cada reunión fue impecable; fantástico el momento en que José Tomás se echó la muleta a la izquierda para acompañar ayudándose de la espada los viajes gobernados en terreno sin escape; en la distancia aguantó los primeros viajes por sistema; y solo pasó que se fue de tiempo, que la faena terminó en tablas y ya sin toro, con una tanda de manoletinas o algo así nada afortunadas y, en fin, una estocada desprendida. Una oreja, se pidió la segunda, se enrocó el palco y se armó un guirigay. Dos vueltas al ruedo dio José Tomás.

Para Saldívar estaban la tarde y los toros, porque el sexto fue todavía mejor que el tercero, y a este volvió a quererle hacer y hasta hacerle de todo, pasárselo por la faja –era muy alto el toro-, templarlo con la izquierda, ligar sin ceder terreno. Torero crecido, vitoreado. Y el refrendo de una estocada soberbia.

FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de El Pilar (Moisés Fraile), de buenas y hermosas hechuras, astifinos, armónicos. Una preciosa corrida. El tercero, bravo y venido arriba, y el sexto, noble y codicioso, de muy buena nota. Se apalancó el primero, que se sangró mucho. De desigual empleo un manejable segundo. El cuarto, de espléndido porte, noble pero sin fuerza. El quinto tomó engaños pero se fue de suertes y acabó rajado.
Víctor Puerto, que sustituyó a Juan Mora, de azul pavo y oro, saludos tras un aviso y silencio. José Tomás, de malva y oro, saludos tras un aviso y oreja tras un aviso y dos vueltas al ruedo. Arturo Saldívar, de violeta y oro, una oreja en cada toro. A hombros Saldívar.
Valencia. 6ª de feria. Lleno. Revuelto, nubes y claros, ventoso.

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