jueves, 7 de julio de 2011

SEGUNDA CORRIDA DE ABONO – FERIA DE SAN FERMÍN 2011: Una buena corrida de Torrestrella

Retorno satisfactorio de la ganadería de los herederos de don Álvaro Domecq tras siete años en el desierto. *** Con el mejor lote Rubén Pinar deja probados su valor y su seguridad.
Importante triunfo el del albaceteño Rubén Pinar, al cortar la única oreja de la tarde al más claro Torrestrella, en el regreso de los toros del recordado Álvaro Domecq y Diez. Mauricio Berho

BARQUERITO

PUESTAS EN PIE, los brazos en alto, suplicante y desenfadadamente, las peñas y andanadas de sol corearon a las seis y media en punto los acordes solemnes del Te Deum de Charpentier y entonces pareció arrancar en serio la Feria del Toro, porque es el día de San Fermín el primero en que empiezan a correrse los encierros y el primero, por tanto, en que saltan los toros en puntas. Una corrida de Torrestrella, clásica entre las clásicas de esta Feria singular, pero el hierro llevaba castigado seis años y ésta era la tarde de su regreso a Pamplona. Estaban en un burladero de callejón el hijo y uno de los nietos del difunto don Álvaro Domecq.

Fue corrida muy variada de tipos, hechuras, pintas y remate. No una escalera, sino un escaparate. Dos toros llamativamente bajos de agujas: un tercero sardo y largo, de lustrosa piel, remangado y apuntado de pitones, amplias palas, y un cuarto negro burraco, todavía más bajo que el tercero, pero más ancho de pechos y también más armado, estrechas las sienes propias de la diadema pero amplísimo el balcón, acodado, descarado. Fueron muy nobles los dos, sólo hicieron cosas de bravo uno y otro, y los dos se emplearon generosamente.

Fue corrida pronta, tal vez porque las tardes de viento electrizan a los toros criados en tierras como las de Torrestrella tantas veces batidas por los levantes y los ponientes. Pero fueron de electricidad templada, rasgo tan difícil de fijar en un toro de lidia. El cuarto embistió a galope como enseñado y repetía con diligencia, tocado o engañado, y hasta bastaba con llamarlo a la voz. El tercero, en otro estilo, humilló tanto que llegó a planear y, aunque no tuvo ni el fondo ni el ritmo del cuarto, ni el golpe de riñón tan preciso, fue por la mano derecha un toro tesoro.

Listeza, colocación, ligazón y temple de Rubén Pinar con ese cuarto tan notable, que incansable venía a engaño como si le dieran cuerda, sin hacer un extraño pero sin dejar de respirar con bravura. El exceso de cara –casi un metro de cuerda de pitón a pitón- había hecho a los veterinarios dudar en los reconocimientos. El toro daba 470 kilos en báscula. No habría sido escándalo rechazar el toro. Pero el conocedor de la ganadería y el hombre de los toros de la Casa de Misericordia, Miguel Criado hijo, insistieron porque sentían, presentían y sabrían que el toro iba a ser como fue.

Por lidiarse en cuarto lugar, se vivió la pelea entre el fragor amorfo de la hora de la merienda, que no perdona. Sin embargo, el buen dominio de Pinar y la calidad del toro se celebraron con olés festivos. Algo tarde, La Pamplonesa se animó a subrayar con un pasodoble el baile. Fácil en todos los lances, Rubén tuvo corazón para cruzar con la espada y enterrarla arriba. Rodó el toro.

También el primero de corrida había rodado sin puntilla. El rigor de la estocada fue celebradísimo. Más incluso que el manejo previo tan seguro del toro. El primero de Pinar -600 kilos, descaradito, alto de agujas, corretón, con ganas de soltarse- fue también toro noble, pero de los que se van haciendo y creciendo poco a poco. La ciencia de Rubén consistió en administrar esas dosis. De pronto estaba el toro metido en el engaño sin reservas. Largas tandas, a toro tapado en las repeticiones alguna vez, pero el toro se sintió traído y llevado suavemente, engañado sin dolor. Buen trabajo.

La sensación fue la de que medió un abismo generacional entre las tablas, los recursos y el temple de Pinar y la frescura tan en agraz de dos matadores casi núbiles, y con tan pocas horas de vuelo como Arturo Saldívar y Esaú Fernández. Saldívar, castigado por el viento más que nadie, se llevó, además, los dos toros menos claros de la corrida: un segundo que atacaba con brusquedad y echaba la cara arriba, y un quinto, de muy astifinas agujas, armadas en manillar, las palas vueltas, flaco, alto y eléctrico, que protestó en el caballo y no metió la cara en serio, ni por inercia ni por fijeza.

Saldívar pretendió torear en crudo, pero, apenas ahormado, el toro se soltaba con una chispa de fiereza. Los dos trasteos de Saldívar fueron valerosos, de no retroceder ni perder la cara, pero costó pegar dos muletazos ligados limpios. Saldívar tuvo el detalle de salir a quites por chicuelinas y faroles, y de lancear en el recibo al quinto rodilla en tierra con buen aire. Se pasó de tiempo en la faena cuerpo a cuerpo con el quinto.

Esaú se fue a porta gayola para saludar al sexto, que era enorme, y trató con él de batirse en una de esas faenas clásicas de sol de Pamplona, que sorprendió a las peñas, sin embargo, algo fatigadas. Candorosos intentos para meter en vereda a ese sexto, que con hechuras de gigante venía, sin embargo, con docilidad. No fue fácil rematar muletazos ni acoplarse. Al buen tercero le pegó con la diestra dos tandas de cierto encanto. Sólo de uno en uno con la izquierda, que es donde estaba el fondo del toro. Mató con notable arrojo y acierto.

FICHA DEL FESTEJO
Seis toros de Torrestrella (Herederos de Álvaro Domecq y Díez), de variadas y buenas hechuras. Primero, tercero y, sobre todo, el cuarto fueron toros de buena nota. Noble un sexto de inmensa alzada. Segundo y quinto, la cara arriba, se soltaron mucho o se emplearon sin entrega.
Rubén Pinar, de hueso y oro, vuelta y una oreja. Arturo Saldívar, de verde botella y oro, silencio y silencio tras un aviso. Esaú Fernández, de blanco y oro.
Jueves, 7 de Julio de 2011. Pamplona. 3ª de San Fermín. Lleno. Soleado, fresco, ventoso.

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