Poderoso, brillante, pletórico, entregado, Julián reverdece en Pamplona los laureles y vuelve a convertir una corrida en una fiesta para la gente de sol y para la de sombra.
Sin duda alguna, supremacía absoluta la de El Juli en su primer paseíllo en el San Fermín 2011, al cortar tres orejas, las mismas que le negaron el año pasado. Foto: Mauricio Berho. |
BARQUERITO
A TODOS PUSO EN Pamplona de acuerdo El Juli. Al coro wagneriano y báquico de sol –inmensa mancha blanca, seis mil almas- y a esa mayoría semisilenciosa de casi dos tercios de plaza que va a los toros a verlos. A ver los toros. El Juli en versión muy feliz: de torero tan intuitivo como sabio, preciso, paciente y poderoso, impecablemente templado, valeroso e inspirado. Tan lleno que parecía iluminar y llenar la plaza con su mera presencia.
No un Juli, sino dos propiamente, porque distintos fueron los dos toros que mató en este primero de sus dos compromisos de San Fermín. Los dos, del hierro de Toros de Cortés. Los dos, de sangre Tamarón-Domecq. El quinto, de encornadura ligeramente abufalada y cabos tan finos como los pitones, pudo bien ser toro de procedencia Salvador Domecq, precisamente. El segundo, negro salpicado y rabicano, atacado de kilos, badanudo y corto de cuello, parecía de lo clásico de Algarra, que es lo predominante en la ganadería, pero, atendiendo a los rigores de Pamplona: mucho toro, por tanto.
Este segundo fue de partida toro encogido, corretón, cobardón, de no sujetarse a engaños sino de escupirse de ellos y tomar el rumbo de querencia casi huyéndose. No se encelaba ni vino en viajes ciertos y El Juli, siempre generoso en el toreo de capa, hubo de limitarse a soltar por las afueras los viajes sin contrariarlos. El toro se blandeó –es decir, se dolió y cabeceó- en dos varas cobradas con genio y se salió de las dos suelto. Entre vara y vara, El Juli quiso catar el toro y, cuando iba a ser arrollado, dibujó por delante una especie de media revolada como una serpentina, que tuvo efectos terapéuticos, porque dejó por primera vez fijado al toro, tan cobardón.
La diligencia de El Juli –seis muletazos de tanteo, seguidos, por las dos manos, a pulso firme y de gobierno- resultó la segunda medicina. En cuanto se abrió El Juli de rayas afuera y en cite y toque a la distancia, el toro, que había vuelto a soltarse en banderillas sin fijarse, pareció imantado. Dos tandas con la diestra de apabullante precisión, templados los viajes por abajo; una tercera ya casi en los medios de dibujo plácido, con un soberbio pase de pecho a la antigua, la suerte cargada por alto, una tanda con la zurda ganando pasos al toro, o sea, atacando; y un final soberbio en el platillo con el toro ya traído del hocico, molinetes, trincheras, toreo a pies juntos, una exhibición nada gratuita de repertorio. De repertorio fue la faena al cabo. Pero, antes que nada, fue toreo de fondo. Una estocada. Al pasar por delante de las peñas de sol, El Juli sintió la fuerza del clamor de la gente.
Al quinto toro sí lo pudo torear de salida El Juli a la verónica. Seco y rico encaje, compás de manos bajas, terreno ganado de lance en lance, y media garbosa. Un puyazo muy trasero, lidia sucinta por orden de El Juli, un intento de quite por chicuelinas, pero el toro se distrajo con el caballo de puerta y con el monosabio mimetizado con la barrera, y se arrancó a galope sobre Emilio Fernández, que hacía la puerta. Desistió El Juli, se dolió el toro en banderillas y de pronto, tras brindis ceremonioso al público, ya estaba El Juli faenando y navegando con rutilante facilidad.
Doblones de horma con la rodilla flexionada, espacios abiertos después para traerse de largo al toro y cuajar hasta tres series abundantes, ligadas, de dar cuerda al toro; ajuste con la zurda, por donde el toro chirriaba; y luego, incansable, pletórico, Julián se embarcó en un carrusel de cosas, desde el toreo en caracola a los desplantes y hasta el toreo por alto amanoletado pero alegre. En el platillo mismo otra vez. Y, al fin, una estocada algo caída. Un clamor todavía mayor que antes.
Protagonismo de El Juli, pues. Era el papel de la feria, no defraudó. Tampoco la corrida de Victoriano del Río, con sus desigualdades o su falta de simetría. Un maravilloso primero –lustroso, hondo pero corto- y un tremebundo sexto de mazorcas gruesas; un altísimo cuarto que no pegaba ni con cola y un tercero ofensivo pero terciado que tuvo un fondo fiero. A esa fiereza se avino Perera en faena de valor, ajuste y carácter, plagada de pausas sin razón, rematada con trenzas y péndulos. El sexto, lidiado sin criterio, se resabió, la emprendió a cornadas con una cámara instalada bajo un estribo y se acabó rajando. Sufrió Perera lo justo, Curro Díaz dibujó muletazos muy bonitos al primero, pero le acortó distancias, y eso no convino al toro. Al cuarto, tan acaballado, jugado en medio de viento fuerte, le costó matarlo.
POSTDATA PARA LOS ÍNTIMOS.- No ha estado mal. Una tormenta en la marquesita de Merindades. Estaba prevista y anunciada, y barruntada -tarde de muy negras nubes variables-, pero el único de la parada que llevaba impermeable era el Barquero. Ha tardado en llegar la villavesa. "Villavesa", en pamplonés, significa "autobús de transporte colectivo urbano". Es más fácil decir villavesa, Por Villava, que es uno de los términos de la línea 4, la mía, que para en Burlada. La parada del Unzu, que es un bar. Hay otra 4 que va hasta Huarte, y han tardado peor han llegado las dos juntas. El mejor ejemplo de civismo navarro es el de los viajeros de las villavesas estos días. Abarrotados los coches, y nadie se queja ni nada. Será el cansancio también. Ha dejado de llover.
FICHA DEL FESTEJO
Tres toros de Victoriano del Río -1º, 3º y 4º- y tres de Toros de Cortés (Ricardo del Río), segundo hierro de la ganadería. De hechuras, condición y juego muy dispares. El tercero, algo fiero, y el quinto, muy noble, fueron los de mejor son. Bondadoso un bello primero. Encogido, acabó entregado el segundo. Deslucidos cuarto y un sexto impresionante-
Curro Díaz, de prusia y oro, saludos y silencio. El Juli, de verde oliva y oro, una oreja y dos orejas. Miguel Ángel Perera, de azul marino y oro, una oreja y silencio
Pamplona. 8ª de San Fermín. Lleno. Cielo empedrado y a ratos abierto. Ventoso. Una tormenta al acabar.
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