FERNANDO
FERNÁNDEZ ROMÁN
@FFernandezRoman
El partido político Equo –del que no tengo más
noticia que su concomitancia con los Verdes europeos–, ha puesto en marcha una
Change.org para tratar de impedir que el torero Manuel Díaz El Cordobés
participe en la presentación de ese acto lúdico-festivo-televisivo que se
celebra en España a las doce de la noche del último día de cada año: las
Campanadas. Piden cinco mil firmas, y las han logrado en apenas veinticuatro
horas. Dicen los de Equo, que la propuesta de El Cordobés como presentador de
las Campanadas de Fin de Año en Canal Sur Televisión, en horario de máxima
audiencia, es poco menos que una
provocación y, por supuesto, una clara defensa del maltrato animal. Lee
este reclamo en las redes sociales la
militancia animalista y pone el grito en el cielo, enchufándose las
pilas a toda pastilla, porque considera tal propuesta un agravio intolerable,
un hecho de insufrible patetismo, como si semejante trampantojo fuera una realidad.
Pues no se ande mucho por las ramas del
conformismo la gente del mundo taurino, no continúe instalada en el cómodo
pragmatismo de no echar cuentas de algo tan baladí, porque hay otra realidad
que sí es bien fehaciente: la abismal diferencia entre el activismo de los
antis y el de los pros de la fiesta de
los toros, a favor de los primeros, naturalmente.
Parece ser que la cuestión ha quedado en una
anécdota más de los “pesados” animalistas, según he podido constatar por las
respuestas a algunas de mis averiguaciones. A los aficionados taurinos –y no
digamos a los profesionales—les adviertes de la gravedad de estas cosas y te
responden lo mismo: ¡qué pesados son!… y se quedan pan panchos. No reaccionan,
ni se indignan, ni se revuelven contra la intolerancia —¡no queremos ponernos a
su altura!, dicen–, ni contraatacan con otra Change.org que recoja al menos el
diez por ciento de esos cientos de miles de espectadores que –según las
estadísticas—se asientan cada año en los graderíos de las plazas de toros.
Aquéllos que se engloban en lo que con cierto
eufemismo llamamos “gente del toro” sí que son “pesados”, pero tomando el
término por la acepción de practicantes de una cargazón interior que cuesta
trabajo poner en movimiento. Ante este tipo de flagrantes agresiones no mueve
un dedo ni Dios, dicho sea sin ánimo de molestar, que estamos en tiempo de
Adviento para el mundo cristiano. Aquí vienen los de Equo, montan un plebiscito
entre los internautas y le ponen en un
brete a los directivos del Canal autonómico andaluz; pero en un brete gordo,
porque como se resienta con estas cosas la cartera publicitaria, habida cuenta
de la indefensión que se registra en la parte afectada, la decisión –de momento, impensable—de apartar a El Cordobés
de la presentación de tan emblemático espectáculo puede tener efectos tan
dolorosos como expansivos. Dolorosos para la fiesta de los toros, porque
implica la tácita y pública consideración del torero como un tipo repugnante e
indeseable, un animal de bellota que hay que marginar de cualquier presencia en
nuestra sociedad; y expansivos, porque en el supuesto acaso de que tal hecho
aconteciera, se le daría una publicidad desmesurada –¡menuda campanada!– a lo
que supone un triunfo histórico de esa “cruzada mágica” que se nutre en buena
parte de gentes con buenos sentimientos hacia los seres vivos –que hasta el
punto de lo estrictamente razonable
compartimos–, pero que ven en la Tauromaquia una práctica aberrante, retrógrada e
innecesariamente cruel. Así, dicho sin paliativos, está la cuestión.
Mientras alguno de nuestros toreros se prepara
para liarse el capote de paseo en la feria de Cali y en el resto de otras
colombianas que se avecinan, aquí, en España, las cinco mil firmas que repudian
a un torero y vetan su presencia en un programa de televisión se toma poco
menos que a cachondeo. ¡Qué pesados son
estos animalistas! Eso es lo malo, que pesan mucho y se sienten fuertes,
porque no tienen más oposición que la beatífica –y gratificante, eso sí–
notificación periódica de la Fundación Toro de Lidia acerca de la sanción a
un/a salvaje que insulta a los toreros muertos por el toro. Ahora que dicha
Fundación está presidida por mi amigo Victorino, a ver si pica espuelas y
reacciona ante este tipo de esperpentos, que tienen más importancia de lo que parece.
No es tan difícil: ¿Qué aparecen cinco mil firmas contra un torero?, se replica ipso facto con
diez mil a favor; pero para eso hay que tener permanentemente movilizada a
nuestra gente, que es lo que hace la parte contraria con los suyos.
Veremos qué pasa, pero me entristece la abulia con
que se toman los filotaurinos de nuestro tiempo estos ataques soterrados a la
fiesta de los toros y en especial a sus practicantes directos. Estoy convencido
de que el caso de las Cinco Mil contra El Cordobés pasará de largo en las
tertulias, cenáculos y actos de premiaciones que proliferan en estas fechas por
nuestro país. Estamos sumidos todavía en la modorra ancestral de lo bueno y
bello que era “lo de antes” y lo malo y corrupto que es “lo de ahora”. Exactamente
lo mismo que se trataba en aquéllos conciliábulos de hace siglo y medio. Lean
sino las primitivas revistas taurinas o algunos libros –”Antes y después de El
Guerra”, de F. Bleu, por ejemplo—y verán qué risa. Claro que “antes” no se le
ocurría a nadie pedir firmas contra
cualquier torero, sea cual fuere su estilo o su fachenda. Ni había
Internet.
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