domingo, 3 de diciembre de 2017

La eternidad de Enrique Ponce

Con motivo de haber ganado la Oreja de Oro de Radio Nacional por séptima vez.
 
JOSE ANTONIO DEL MORAL
@dtorosnlibertad 

Tuvo un principio tan esplendoroso que algunos y no muchos entre los que me cuento, más que apostar por él, nos lanzamos a la piscina de su futuro a sabiendas de que estaba llena de agua hasta los topes. Como he conocido y tratado íntimamente al Ponce niño, al Ponce adolescente, al Ponce joven y al Ponce más que maduro aunque todavía asombrosamente joven… Como, además, le he visto torear centenares cuasi incontables de veces a lo largo de su vida en todas las plazas del mundo, los treinta años de su indeclinable  además de creciente carrera profesional, se me han hecho tan intensos como cortos.

Y gozado muchísimo, como aficionado y también como íntimo amigo hasta considerarle como si fuera mi hijo. Mi hijo taurino, claro está, que lo es y lo seguirá sido a mucha honra. Viéndole triunfar, año a año y ya va para más de treinta seguidos, con una regularidad tan aplastante y al mismo tiempo con unos progresos tan crecientes como sorprendentes en todas las facetas del toreo por lo que supone aunar tanto valor a tanta inteligencia, a tanta destreza, a tanta facilidad, a tanta elegancia, a tanta naturalidad y, en definitiva, a tanto arte, lo que aposté por Enrique la primera vez que le vi en su debut con picadores en la feria de la Magdalena de Castellón, quise reflejarlo en un artículo de mi colección a cuantos quise llamar “Quinta Columna” en el encabezamiento de cada titular, publicados en la revista semanal “Toros´ 92”. Un artículo que, precisamente, titulé con un atrevidísimo pronóstico: “Va a ser figura grande”.

Lo mejor es que entonces me quedé muy corto porque Enrique Ponce no solo ha superado todos los pronósticos sino que viene acrecentando sus virtudes en una progresión imparable sin que podamos adivinar cuál será su techo y su final. Tanto está siendo cual vengo diciendo con la añadida seguridad de péndulo de reloj, que hoy he querido anteceder su nombre con la palabra “eternidad”.

El motivo de estas aseveraciones que ya no quiero ni debo considerar como atrevidas porque los hechos de Enrique Ponce vienen superando a todos los dichos – no digamos a las ridículas blasfemias de sus detractores que ya no saben cómo conseguir desacreditarle –, ha sido la concesión de la Oreja de Oro de Radio Nacional de España por séptima vez, lo que le convierte en el torero que más trofeos de esta clase ha conseguido. Las dos últimas, consecutivas y a su edad… Un trofeo que con los años se ha convertido en el más prestigioso de cuantos se conceden porque se logra por votación de todos los que hacemos el programa Clarín y de cuantos lo oyen cada domingo por la noche desde hace muchísimos años.

Sin más preámbulos, me complazco en reproducir lo que escribí hace casi treinta temporadas. Déjenme presumir desde los recuerdos del pasado y desde las satisfacciones del presente con mi humilde pluma:

VA A SER FIGURA GRANDE

Sucede muy de tarde en tarde… Es una sensación íntima, inexplicable. No querría presumir de nada porque creo que es un don o una intuición, por supuesto que no privativa de una sola persona. La tenemos algunos aficionados. Lo mismo que otros padecen el don contrario: cuando se fijan en un torero lo hunden, y si lo niegan lo levantan.

Lo nuestro trata de acertar, al primer golpe de vista, que alguien va a ser torero de excepción. Y no una simple figura del montón, no; un torero de punto y aparte, con posibilidad de mando en plaza, si la suerte le acompaña y a él le da la gana de ejercerlo.

La apreciación no tiene que ver con el gusto personal. Le cae al menos pintado. Y la gama puede ir desde el más clásico al más heterodoxo. He visto a algunos, muy pocos, y he tenido la suerte de tratar a casi todos, lo que no me avergüenza porque si llego a viejo podré contarlo  de primera mano.

Pero basta de preámbulos. En la feria de Castellón de 1988 hemos asistido al alumbramiento de uno de estos elegidos. Se llama Enrique Ponce. ¿Qué fácil verdad? Enrique Ponce torero de estirpe y figura de nacencia. Esta semana le dediqué la primera crónica y espero dedicarle muchas más.

Cuando le vimos en la puerta de cuadrillas, tan pequeño — aún es un niño-, en medio de dos novilleros altos y fornidos; cuando observamos la melancolía de su mirada y luego la limpieza sencilla y, al tiempo, sus naturalmente orgullosos ademanes; cuando le vimos ir a sus novillos con la seguridad de un Lama recién nacido, nos precipitó la emoción del raro, de ese extraño encuentro.
Y a medida que desgranaba su toreo, fue despejando todas las incógnitas, convirtiendo lo  difícil en fácil.

El hándicap de su baja estatura me hizo recordar la anécdota del gran actor inglés Charles Laugthon el día que rodó por primera vez junto a Sofía Loren. La actriz italiana la llevaba dos palmos -¿se acuerdan de “Testigo de cargo” con Marlene Dietrich y Tyrone Power?- y el director sugirió a la Loren que actuase sin tacones. La estrella armó una zapatiestas, se puso furiosa y se negó. El gran actor se acercó despacio hasta Sofía y muy tímido le dijo: “no señorita. Según vayamos rodando verá usted como baja de estatura”.

El otro día Ponce se comió a sus compañeros. Les dejó a ras del suelo. Se va a comer a muchos más. No se lo pierdan. Sorprende por su inteligencia y por la rapidez de sus reflejos, que tapa con su hacer torero. Y va a gustar a todos por su neoclasicismo. Es un renacentista dotado de una facilidad nada pretenciosa y, sin embargo, llena de enjundia. Posee, además, la naturalidad de los que no necesitan demostrar nada porque saben lo que son. Y en cuanto sale al ruedo llena plaza. Las llenará muy pronto de público.

¡Sucede tan de tarde en tarde!…

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