CARLOS RUIZ
VILLASUSO
Hace tiempo, hablando con gentes de la gestión
taurina, opiné que las actividades que se estaban llevando a cabo para “defensa
de la Fiesta” estaban bien, pero que ese partido se jugaba ya más adelante. En
la fase legislativa. Es decir, afirmé que los mascotistas y animalistas ya
habían ganado la fase en la que los gestores del toreo se encontraban actuando.
Y que venía la ley por la cual los animales iban a tener unos derechos que
impedirían en pocas décadas la corrida de toros tal y como hoy la conocemos. Ya
está ahí la ley española sobre animales y mascotas aprobada por unanimidad.
Unanimidad. Es la única ley de la democracia que modifica
el Código Civil y el Penal votada favorablemente por unanimidad. Desde el PP
hasta el neocomunismo de Podemos. Ahí está la ley. Ahí está esa afirmación que
produjo una carcajada en un tipo que tiene aspecto de saberlo todo y está
siempre al pie de nada. No diré su nombre aún porque lo reservo quizá para ese
libro donde se revelarán tantos momentos flipantes que, en parte, tienen a la
Tauromaquia donde la tienen.
Estamos en la parte legislativa. Es decir, el
mascotismo y su mercado global ya ganó la pantalla de la propaganda, del
adoctrinamiento y de la posición social. Logrado eso, estamos en la fase
segunda. Que es dotar a los animales de principios legales similares a los
humanos. Y a través de la aplicación de estas leyes nuevas, en este país desaparecerán
la caza, la pesca, los toros. Sí. Leen bien. Desaparecerán tal y como hoy las
entendemos y actuamos.
No pasarán dos décadas sin que alguien, basado en
esta nueva ley sobre la consideración del animal como ser al lado del ser
humano, pida que se cumpla esa ley y se eliminen puyazos, banderillas y
estocadas. Dos décadas. Dos. Si alguien se ríe, me escriba por favor, para
entrar en el contenido de ese libro sobre las cañerías taurinas que tan lleno
de risas está. Risas provocadas por la suficiencia del suficiente, algo muy
abundante en el toreo.
Hasta ahora, la estrategia era cuestión de
prohibir los toros y al prohibir, entraban en juego derechos y deberes de los
ciudadanos que, más o menos, nos amparaban. Más o menos. En realidad sabían que
no se lidian prohibir. Pero durante años esta flema de actuar fue su lema
propagandístico. Su forma de ganarse a la sociedad. A las nuevas generaciones.
Ahora ya no van a demandar prohibir los topes sino
aplicar la ley animalista. Es ley contra ley. Derecho contra derecho. Hace
tiempo lo escribí también: la sentencia del Constitucional de Colombia exigió
que la parte de toros y la animalista llegaran a un acuerdo encajando leyes y
derechos. La sentencia del Constitucional español fijó exactamente lo mismo.
Que sensibilidades tan encontradas han de ponerse de acuerdo, dentro de las
leyes que, a cada parte, les dota de derechos. A las dos partes.
Entramos en una fase decisiva. Política y
socialmente imparable. E insisto. Enanos actuando en un partido en el que el
árbitro ya pitó el final. No entiendo por qué seguir en ese terreno de juego.
Ahí. Mientras la vida y la sociedad están ya en otros lugares, en otros
partidos, en otros futuros que ya son presente. Me da coraje tanto recurso
malgastado a sabiendas de que no los hay. Y más coraje me da saber que hay
gentes en el toro que han dedicado tiempo, dinero, esfuerzo y noches en vela
para jugar un partido que terminó hace años. Porque alguien insiste en jugarlo,
incapaz de jugar en otra parte. Al tiempo. / Redacción
APLAUSOS
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