PACO AGUADO
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Se va este maldito 2017 llevándose a uno más. Como
si no hubiera tenido bastante con la larga lista de grandes nombres del toro
que el paso del tiempo ha cargado a su cuenta, sin distinciones, ahora le ha
tocado a Juan Silveti, otro hombre bueno. Otro torero para la historia.
Sucedió el día de Nochebuena que fue Nochetriste
del México taurino, y en su rancho de la Salamanca guanajuatense, donde la vida
se le iba yendo a suspiros cada vez más quedos para, esperemos, acabar de
cerrar una nómina de llanto que comenzó también a aquel lado del Atlántico con
el bueno de Chucho y ha seguido con Gregorio, Sebastián, Manolo, Iván, Dámaso,
Victorino, Fabián…
Maldito por eso este 2017 que ya dobla y bendito
aquel 1951 en que volvió a restablecerse el intermitente convenio taurino
hispano-mexicano para que, desembarcando todos en el puerto franco de la
Monumental de Barcelona, pudiera pisar los ruedos de España la nueva generación
que tomaba el relevo de los históricos de la Edad de Oro del toreo azteca.
Vinieron todos, o casi todos, buscando la estela
de Arruza, liderados por una terna de mosqueteros sin D’artagnan de la que solo
Jesús Córdoba fue capaz de batirse en auténtico duelo con los grandes
espadachines hispanos. Claro que, sin defender ninguna corona, mejor que a
ellos le fue a El Ranchero Aguilar, que esparció su aroma por una Sevilla que
supo gracias a él que en Tlaxcala también hacía aire.
En aquella década de los cincuentas también pegó
algún bocado por España un voraz Tiburón de Sinaloa, como apodaban a José Ramón
Tirado, y sólo un año después de que pudiera pasear su orgullo por la calle
Sierpes un León de Tetela, el gran Joselito Huerta, que fue fiera mayor de la
novillería. Pero nadie, ninguno de ellos, logró tanto como el hijo de El Tigre,
ese otro Juan Silveti que pisó la universidad y que encauzó y atemperó por
Ronda un bragado valor paterno a prueba de pitones y de balazos.
El refinado heredero trocó en clase y
despaciosidad los bizarros alardes del que, como no podía ser menos, fue el
torero predilecto de Pancho Villa. Y con ello le bastó para avalar en 1952 dos salidas a hombros en Las Ventas
–el mismo día de su confirmación, con una de Pablo Romero, y en la Corrida de
la Prensa, con los astifinos del Conde de la Corte– y las dos orejas de uno de
Guardiola en la Maestranza en el 54.
Esos fueron los hitos mayores del toreo mexicano
en la triste España de la autarquía
franquista. Y los firmó únicamente este otro Juan Silveti hispanizado,
de verónica tersa y clásica, de natural largo y lánguido, con el mérito añadido
de hacerlos coincidir con la época del más furibundo y vertiginoso relevo
generacional que se haya vivido en el toreo español, un reñidero sin piedad ni
contemplaciones con quienes no estuvieran al nivel de las nuevas hornadas, cada
año refrescadas, de toreros del postmanoletismo.
Tal era precisamente el íntimo orgullo –reflejado
numéricamente en las siete orejas que paseó en las diez corridas en que se
anunció en Madrid– que albergaba con discreción este Juan Silveti tranquilo y
educado, conversador pausado y aficionado cabal que, contra natura y con la
sufrida entereza de su genética, tuvo incluso que contemplar el cadáver de su
hijo, aquel Rey David del toreo más hondo que pueda salir del alma.
Ahora queda su memoria más allá de las reseñas de
trámite. Queda el recuerdo y su importancia como brillante capítulo de una
dinastía desde cuya altura se divisa toda la historia moderna del toreo
mexicano. Que le llamaran El Tigrillo fue solo cuestión ordinal, un diminutivo
cariñoso que distinguiera entre el senior y el junior de una fructífera saga
que en menos de un mes colocará en los carteles el nombre de otro nuevo Juan
Silveti. El tercero de una hermosa leyenda de valor y de clase que nunca se
agota.
BIOGRAFÍA COMPLETA DE JUAN SILVETI
REYNOSO
Juan Silveti nació el 5 de octubre de 1929. Desde
muy joven mostró actitudes toreras y fue el 10 de diciembre de 1944 cuando
debutó como novillero en Aguascalientes, México. Cinco años depués, el 3 de
junio de 1949, se presentó en la Plaza de México, donde tomó la alternativa
siete mese más tarde, el 15 de enro, de manos de Fermín Rivera, con Manolo
Santos como testigo.
El 17 de junio de 1951, Juan confirmó su doctorado
en la plaza Las Ventas, de Madrid, teniendo como padrino a Antonio Bienvenida y
con el mismo Dos Santos de testigo. durante ese año, el ‘Tigrillo’ tuvo 18
presentaciones en España.
El 29 de enero de 1967 actuó por última vez en la
Plaza México, y un año más tarde decidió quitarse el traje de luces, aunque
jamás se retiró formalmente.
Su universidad: Tlaxcala
El Tigrillo Juan Silveti Reynoso nació el 5 de
octubre de 1929 en el Distrito Federal. Hijo de todo un personaje de la fiesta
como Juan Silveti Mañón, el Tigre de Guanajuato , fue fundador de la famosa
dinastía torera que completan sus nietos David (El Rey David qepd) y Alejandro.
Torero de escuela, bajos las normas clásicas y
puras de la técnica. Tuvo el acierto de meterse al campo bravo tlaxcalteca, a
las ganaderías de Piedras Negras y La Laguna, de los “amos” Raúl y Romárico
González. Sí, fue su universidad, ahí se tituló, se hizo torero y se consolidó.
Su paso en las filas novilleriles fue meteórico.
Debutó a los 20 años, el 3 de julio de 1949, haciendo tercia con Curro Ortega y
Rafael García, novillos de La Laguna, en la México.
Llamó la atención de inmediato y en esa campaña
cuajó a dos novillos: “Caminante” de la Laguna” y “Saltillero” de Piedras
Negras.
Lucía tan hecho, tan cuajado que bastó una sola
campaña novilleril para dar el paso inmediato: la alternativa.
Ésta se la confirió el maestro Fermín Rivera, en
presencia del lusitano Manolo dos Santos, con el toro “Colegial” de La Laguna,
la tarde del 15 de enero de 1950, en el embudo de la avenida de los
Insurgentes.
Cuentan, haciendo un paréntesis, que en Tlaxcala
en los dominios de los bureles de Piedras Negras y La Laguna, Juan Silveti
aprendió con los caporales de esos hatos, a tomar aguamiel en el tinacal, donde
sale el rico neutle, o sea el pulque. Aquel que se tomaba dos jícaras de ese
rico caldo, ya era un bebedor de altos vuelos. Aseguran que el personaje de
esta historia ya se tomaba cinco de ellas.
Claro, a los invitados les ponían unas “pandas”
que resultaban criminales. El efecto del “cara blanca” de inmediato se hacía
sentir en los cruzados con los ingenuos. Estos salían dando traspiés y caían
fácilmente. Los ganaderos y toreros levantaban la mano como cuando se mata bien
a un toro y exclamaban: ¡déjalo ya, trae derrame en el hocico!
Grata impresión en España
Resquebrajadas las relaciones con España, se firmó
un nuevo convenio y para 1951 llegó Juan Silveti a la Península Ibérica. Fue
recibido con bombos y platillos. Un gran cartel rezaba: “La afición taurina
saluda a los toreros mexicanos”.
Entre otros personajes que asistieron al
aeropuerto estaba don Pedro Balaña, el gran empresario de Barcelona, donde
debutó el diestro azteca el 28 de febrero de ciclo del 51, alternando con
Antonio Caro y Rafael Llorente.
Esa temporada realiza 17 corridas de toros y
confirma el doctorado el 17 de junio de manos de Antonio Bienvenida y de
testigo Manolo dos Santos, cortándole la oreja al toro “Pavito” de Cobaleda, en
un trofeo que la abrió las puertas para el año siguiente en la postinera feria
de San Isidro.
Precisamente, el 25 de mayo de 1952, escribe una
trascendental tarde junto con Raúl Ochoa Rovira y Pablo Lozano, se queda con
cuatro toros de Pablo Romero, corta las dos orejas de un astado y da vuelta en
otros dos. Suárez Guanes se expresa así: “Y se queda solo Silveti, en el ruedo…
Cuatro toros lidiados con una pureza y matados a ley para que se le abra la
puerta grande”.
Esa campaña suma 20 festejos y repite éxito en
Madrid, el 22 de junio, alternando con su compatriota Antonio Velázquez y
Rafael Llorente, cada uno cortó una oreja.
Lo grande, ya considerado como figura del toreo,
se produce ese mismo año, el 12 de octubre, fecha histórica en la que junto con
Antonio Bienvenida y Manolo Carmona, ante una astifina y poderosa corrida del
Conde de la Corte, se reparten siete orejas, dos de ellas para el mexicano del
toro “Fustiguero” y saborea, junto con sus alternantes, la salida a hombros por
la puerta grande.
Otras 20 corridas en su haber para Juan en España,
en 1953. Torea tres tardes en la capital española, fuera de San Isidro, 12 y 26
de abril y 2 de julio, ésta la corrida de La Prensa, corta un nuevo apéndice a
un toro de Atanasio Fernández. Pero el 29 de agosto, en Linares, la plaza que
vio morir a Manuel Rodríguez Manolete , sufre una cornada, que detiene su
camino.
En 1954 retorna a San Isidro, pero en este último
año su éxito clamoroso lo obtiene en la Real Maestranza de Sevilla, el 17 de
junio. Alterna con Cayetano Ordóñez y su paisano Jesús Córdoba, le cortó dos
orejas a un toro de Salvador Guardiola. De esa faena, Filiberto Mira relata: “A
la afición sevillana le encantó el viril, gallardo y emocionante toreo del
mexicano Silveti”.
Por su parte, Silveti, ya en México, expresó: “El
día más feliz de mi vida fue aquel que le corté dos orejas a un toro de
Guardiola en La Maestranza”. Y un dato de indudable valía: siete orejas
obtenidas en 10 actuaciones en Madrid, ¿Cuántos pueden darse ese lujo?
Su sitio en México
El mexicano que toreaba como español tuvo un
distinguido sitio en suelo patrio. Se le reconoció, en toda su dimensión, la
exquisitez, pulcritud y pureza de lidiador.
En la Plaza México, Juan actuó 23 corridas y el
mejor año fue en 1960. Cortó dos rabos consecutivos. El primero el 10 de abril
al toro “Holgazán” de La Laguna, haciendo tercia con Luis Procuna y Rafael
Rodríguez. Domingos después, 8 de mayo, repite la hazaña con el toro
“Esclavino” de La Punta, alternando con Joselito Huerta y Joselillo de Colombia
.
Quizá la mejor faena que elaboró Juan fue sin duda
ese mismo 1960, el 30 de octubre en “El Toreo” en una corrida a beneficio de
Curro Ortega. Su trasteo a “Farolero” de Valparaíso reunió todo, esencialmente
ese trazo ortodoxo, clásico, elegante y de inmaculada pureza. Todo un tratado
técnico. Y, por supuesto, otro rabo.
No se pueden quedar en el tintero obras del nivel
de las faenas a “Guerrita” de Piedras Negras, la de “Centavo” de Reyes Huerta
que inmortalizó en Tijuana y que es un ejemplo de un quehacer taurino del más
puro estilo. Asimismo, el trasteo a “Comino” de Javier Garfias que enloqueció a
la afición de Morelia y otro toro de esta divisa en León, que le infirió una
cornada y el gesto del Tigre de quedarse en el ruedo y cuajarlo quedó ahí en la
plaza “La Luz”.
No dijo adiós de los ruedos, simplemente “colgó el
terno de luces” en 1968 en el coso de Tijuana. / Redacción
APLAUSOS
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