El
matador de Lorca corta una oreja por una faena de tacto y mimo y se queda a las
puertas de otra por una labor valiente a carta cabal con un toro violento;
digna confirmación de alternativa de Luis David Adame con el mejor lote de la
desigual corrida de Cuvillo.
Luis David Adame |
ZABALA DE
LA SERNA
@zabaladelaserna
El mordisco a la taquilla se sintió en el ambiente
no tanto como se temía. La desaparición de Antonio Ferrera como piedra angular
de Otoño ha sido un boquete inesperado. Ferrera mantenía a flote la expectación
de dos tardes. Aun así la plaza lucía un aspecto más que aparente como para
hablar de hundimiento: 16.000 personas es una cifra mayor.
El hueco y la sustitución -por Paco Ureña-
obligaron a correr turno de antigüedad. Sebastián Castella pasó a encabezar el
cartel y, por tanto, a ser padrino de confirmación de Luis David Adame.
«Esparraguero» abría la tercera corrida de Núñez
del Cuvillo esta temporada en Las Ventas. Que no se dice pronto. Y traía en su
cara la seriedad de los cinco años, y en sus finas y bajas líneas el anuncio de
su embestida. Pasó por las verónicas de Adame como si no fuesen con él. A su
altura y a su bola. Pero mejoró a partir de sus encuentros con el caballo. Y ya
en banderillas se definió por abajo en el capote de Miguel Martín. Fijeza,
nobleza y estilo.
Con un trío de péndulos captó Luis David Adame la
atención de la afición. Que desde entonces le trató como si de una figura se
tratara y eso, probablemente, le descentró. Adame corría la mano con
corrección, quizá algo abierto y con la pierna retrasada en los embroques, que
era lo que el sector más duro le recriminaba. La búsqueda de una colocación que
acallase las protestas cortocircuitó la faena. Esparraguero se dio por uno y
otro pitón con generoso viaje. Hasta cuatro series en plenitud. Puede que cinco
fueran cuando apagó la llama de su entrega. El toricantano hidrocálido resolvió
la ya parada movilidad con una espaldina y un cierre rodilla en tierra que
desembocó en un desarme. Tampoco le perdonaron el leve desprendimiento de la
espada.
Sebastián Castella se estrelló con un burraco más
altón que, cuando perdía la inercia de la distancia concedida en los principios
de serie, se dormía en la suerte y se defendía sin haber terminado nunca de
humillar. Castella alargó la porfía siempre con los cabezazos que enganchaban y
deslucían como respuesta.
Paco Ureña se inventó una faena de puro temple con
un cuvillo feo, recortado y acarnerado. En su interior una cierta bondad ayuna
de fuelle. Ureña supo tratarlo con suavidad, esperarlo, dosificarlo en tandas
necesariamente cortas. La magia de la despaciosidad, los tiempos otorgados y la
virtud del sitio pisado. Desde el prólogo que no fue prólogo directamente con
la izquierda. Hay una pureza en Ureña que supera su estética. La manera de
despedir la embestida detrás de la cadera. Como perlas brotaron pases de pecho
y cambios de mano de sentida lentitud. El epílogo de ayudados por alto, un pase
del desprecio y un obligado a la hombrera contraria elevaron aún más el
espíritu y la comunión con la plaza. La rectitud de la estocada algo delantera
amarró una oreja de justicia.
A las notables condiciones del serio cuarto, a su
humillación superlativa, les faltó poder para desarrollarlas. Sebastián
Castella explosionó la faena con un lío de los suyos. Y luego quiso jugar a
favor del cuvillo, que ni con los metros, espacios y paseos, fue a más. Si no
al contrario.
Ureña estuvo hecho un tío con un quinto agalgado,
despegado del piso y desabrido de derrotes y tornillazos. Genio desatado.
Importante de verdad el lorquino para hacerle las cosas por debajo de la pala
del pitón, evitar los violentos ganchos y perseguir la limpieza. Y valiente a
carta cabal. Como si fuera bueno, se colocaba el tipo. Tanto, que por momentos
el cuvillo parecía entregado a la causa. ¡Quia! Los pitones volaban al rostro
en cuanto se descuidaba. La Puerta Grande engrasaba sus goznes. Paco Ureña
cometió el error de prolongar por demás la faena, y en esa prórroga innecesaria
sobrevino un volteretón espeluznante. Milagrosamente incruento. A la hora de
matar, un descomunal testarazo reventó el volapié. Y a poco el esternón del
matador. La estocada cayó baja. Y fue necesario el descabello. La ovación final
reconoció la autenticidad brutal del torero que Madrid ha adoptado como suyo.
El último toro cerraba el cupo de cinqueños de la
desigual corrida de Cuvillo. Otras hechuras. Y otro comportamiento. El lote de
la tarde para Luis David Adame, que arrancó de rodillas la obra. A izquierdas
el recorrido notable y los naturales de mayor nota del mexicano, cargada ahora
la suerte. Faltó fondo en el cuvillo para finalizar todo lo bueno que apuntaba.
Y Adame se arrebató y se arrimó a tumba abierta. Entre espaldinas y bernadinas
finalmente. El acero arruinó lo conseguido.
NÚÑEZ DEL CUVILLO | Castella, Ureña y
Luis David Adame
Toros de Núñez del Cuvillo, cuatro cinqueños (1º, 2º, 3º y 6º), de
desiguales hechuras y seriedades; bueno el 1º; frenado y a la defensiva el 2º;
bondadoso y sin fuelle el 3º; humillado sin poder el 4º; violento el geniudo
5º; noble pero a menos el 6º.
Sebastián
Castella, de frambuesa y oro.
Estocada. Aviso (silencio). En el cuarto, estocada tendida. Aviso (silencio).
Paco
Ureña, de caña y oro. Estocada
delantera. Aviso (oreja). En el quinto, estocada caída y descabello. Aviso
(saludos).
Luis
David Adame, de blanco y oro.
Estocada desprendida (ovación). En el sexto, dos pinchazos y media estocada
(ovación de despedida).
Monumental de las Ventas. Viernes, 29 de
septiembre de 2017. Quinta de feria. Casi tres cuartos de entrada.
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