MANOLO MOLÉS
@ManoloMoles
El
legado de Chenel. Lo titulo así porque ha dejado muchas cosas positivas en la
Fiesta, él, que sintió el toreo como un veneno necesario, que vivió los
horrores de la guerra en sus últimos estertores, hijo de rojo, habitante de
buhardilla en Goya, desahuciado por caer en el bando contrario, rescatado por
su hermana Carmen, esposa de Parejo, el mayoral de Las Ventas. Ahí arranca el
germen de lo que vendría luego. Niño de la posguerra, sin apenas estudios,
conocedor de todos los rincones de las Ventas, colillero por negocio. Les
vendía a los obreros del Arroyo del Abroñigal los cigarros que él juntaba de
las colillas que quedaban en el cemento de Las Ventas.
Hace
seis años que no nos vemos. Se fue sin pulmones por culpa del tabaco. Pero me
dijo adiós hablándome de toros: “Ya verás, Manuel -nunca me llamó Manolo- cómo
vamos a echar una gran temporada el próximo año”. Los médicos dijeron que se
iba ya, que no tenía aire en los pulmones y aguantó una semana porque sacó la
casta de los bravos que no quieren doblar en las tablas.
El prólogo
del libro que le escribí lo hizo Joaquín Sabina, que tenía en su casa pegada a
Tirso de Molina un confesionario en la entrada y una foto enorme de Antonio con
el mechón blanco. Joaquín cada vez que entraba y salía de la casa hacía la
reverencia y se arrodillaba ante el maestro. ¡Les unían tantas cosas! Madrid,
la bohemia, el riesgo, conductores suicidas y toreros hasta que el cuerpo
reviente. Y Joaquín escribió en el prólogo: “Si Antoñete volviera sería su
banderillero. ¡Qué enorme torero era!”.
SUS PALABRAS SIGUEN VIGENTES EN LA
FIESTA Y EN MIS COMENTARIOS
Tantos
años junto a Chenel están grabados para los restos en los archivos de corridas
de toros en Canal Plus, desde el arranque en 1992 hasta la última que quiso
comentar cuando ya el tabaco, el de los miedos, el compañero de fatigas, el que
le daba y le quitó la vida, se lo llevó por delante. Lo que no pudo hacer
ningún toro. Recordarle seis años después no es fácil de explicar. Y menos aún
porque no ha llegado, ni le ha borrado, el olvido. Sus palabras, viejo sabio de
frases cortas, siguen vigentes en la Fiesta y en mis comentarios. Te repito
algunas: “El toreo bueno es aquel que no solo queda en el paladar sino el que
además te llega al corazón y si es preciso te encoge el estómago”. Ahí unía dos
valores fundamentales para él: la belleza, sí, pero la emoción también.
Muchas
de sus frases me las grabo a fuego en la memoria. “Cargar la suerte es cambiar
el toreo lineal por la hondura y la profundidad al cargar el cuerpo sobre la
pierna contraria”. Y seguía en algo que practicaba siempre: “La distancia es
fundamental, entre otras cosas, para que surja la belleza de la arrancada del
toro y la repetición de la embestida”.
Estaba
retirado en la soledad de Navalagamella, cuando fui a buscarle a la casa que
había comprado a uno de los médicos de Franco, toma ya, que tenía en el pueblo.
Casa vieja, maleza, hierbas de años, senderos cegados por el abandono, era su
último refugio. Lo encontré en un bar, el Kilómetro 0 se llama, jugando al
dominó. Era 1991. Le conté lo de la televisión. Pero le vi como entregado, en
tablas, sin ganas de luchar. Pero lo hizo. Y fue feliz y fue maestro, y
demostró que el saber con cuatro palabras se entiende mejor. Volvió a ser feliz
y al acabar la feria, el último día me dijo: “Manuel baja conmigo al ruedo”. Le
hice caso por no llevarle la contraria. Bajé, me dijo que pisara el ruedo y me
dio un abrazo, me dijo: “Creo que hemos triunfado” y volvió a ser feliz.
ERA TAN TORERO QUE SE FUMÓ HASTA LA
VIDA
Yo
he sido un hijo único feliz, nunca pensé que iba a tener un hermano mayor con
el que iba a disfrutar tanto tiempo. Volvió a torear con no sé cuántos años y
volvía a ser el maestro. Era puro en el toreo y mentiroso en el frontón, donde
nunca aceptaba que su bola había cruzado la raya. Pero era sabio en todo lo
demás. Su ídolo callado fue Rafael Ortega, siempre me dijo que no había otro
tan puro, no solo con la espada sino toreando. No le dieron su categoría. El
sí, bebió de esa fuente. Ahí están sus naturales en Jaén al toro de Victoriano
del Río.
Otra
frase suya: “Se torea como se es. Por eso el toro delata a los malos toreros y
a los impostores”. Nunca olvidé el día que me dijo esto: “Hay que respetar el
terreno de los toros, como hay que respetar el terreno de los hombres. Primero
es el saludo, la lidia, el poder. Y luego, toreando, ya se estrechan las
distancias. Lo contrario es una falta de respeto. Al toro y al hombre no se les
puede avasallar de salida. Siempre que el toro sea toro y el hombre sea hombre”.
Tantos
años juntos darían para escribir otro libro. Pero el 22 de octubre hace seis
años que salió de Las Ventas para no volver. Él, que siempre volvía.
Tal
vez por eso hoy le he dedicado esta página sin pedirle permiso. Era tan torero
que se fumó hasta la vida. Abrazo, maestro, estés donde estés. / Redacción APLAUSOS
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