FRANCISCO COELLO
Uno
de los personajes clave más importantes en el devenir, pero también en la
afirmación y consolidación del toreo de a pie, a la usanza española y en
versión moderna en México, fue Saturnino Frutos "Ojitos" (1855-1913).
Acompañó a Ponciano Díaz, luego de que el diestro de Atenco regresara de su
viaje a España de 1889, con el grado de “matador de toros”, concedido apenas el
17 de octubre de ese año, en la plaza de toros de Madrid.
Así
que desde 1890, Ojitos ya se encuentra en activo en diferentes ruedos de
nuestro país, lo mismo participando como jefe de cuadrillas, que como
banderillero o peón de brega. Su paisano Ramón López, quien prácticamente se
estableció en nuestro país desde 1887, le aconsejó algunos años más tarde que
además de continuar en esta profesión, lo hiciera invirtiendo su tiempo a la
enseñanza, para lo cual era necesario constituir una cuadrilla formal que se
significara como ejemplar en un medio que requería este tipo de presencia, con
objeto seguramente, de confrontar o equilibrar la presencia masiva de toreros
españoles que se imponían sin ningún problema en el ambiente taurino, o por el
hecho de que veía condiciones propicias para hacer un despliegue de
experiencias entre futuros aspirantes a ocupar lugares de privilegio.
En
esos tiempos, con la marcada decadencia y luego, la desaparición de Ponciano
Díaz, el resto de los espadas nacionales se diluía pues ya no garantizaban la
defensa de lo que pudo haber significado en esos momentos, una sólida
vertiente. Así que ni Gerardo Santa Cruz Polanco, ni Timoteo Rodríguez, ni
ningún otro espada o “Capitán de gladiadores”, antigua denominación que
caracterizó a los diestros en nuestro país, durante la segunda mitad del siglo
XIX daban garantías de segura permanencia.
Saturnino
se convenció de aquella posibilidad y en León de los Aldama, luego de intensas
jornadas de búsqueda, encontró las condiciones y los elementos apropiados para
poner en marcha aquella empresa.
En
efecto, estamos ante la cuadrilla en la que su elemento sobresaliente fue Rodolfo
Gaona. El doctor Carlos Cuesta Baquero, mejor conocido como Roque Solares
"Tacubac" dijo de Ojitos:
"Tuve
amistad con Saturnino Frutos y lo traté en condiciones de extrema aflicción,
cuando estaba agobiado por la carencia de dinero y por las dolencias crueles de
tremenda enfermedad.
"En
aquellas circunstancias, cualquier especulador, despechado por no haber logrado
sus fines, habría dejado escapar involuntariamente o coléricamente expresiones
zaherientes para aquél a quien no pudo explotar. Ojitos sólo tenía, al
referirse a su discípulo predilecto, palabras de cariño y alabanza. Siempre
inquiría por los periódicos, donde relatábanse los éxitos de Rodolfo, y oía su
lectura, sobreponiéndose a los atroces dolores que le causaba su enfermedad.
Esa conducta no la tiene un especulador metalizado; solamente la observa un
padre que tiene por guía el cariño".
Saturnino
Frutos resultó para Gaona un tutor riguroso, muy riguroso, al grado de que en
algún momento del encumbramiento del leonés, se rompieron las relaciones
definitivamente. Por fortuna, Gaona abrevó todo aquel secreto que le reveló el
madrileño no sólo en términos técnicos. También estéticos que le permitieron
colocarse en lugar de privilegio.
En
ese sentido, hay un libro clave que revela y desvela toda una serie de
circunstancias, alegrías y tribulaciones que padecieron de manera conjunta
estos dos personajes, mismos que se convirtieron en columnas vertebrales, en
columnas fundamentales del toreo contemporáneo en el México de comienzos del
siglo pasado. Me refiero a "El maestro de Gaona", de Guillermo
Ernesto Padilla.
En
sus páginas, y con el inconfundible estilo de Padilla, hay todo un relato de
acontecimientos que dejan ver y entender cómo se desplegaron aquellas jornadas
de intensa enseñanza, pero también los momentos en que estuvo presente la
discusión y el desacuerdo. Todo aquel que posea dicho volumen coincidirá
conmigo en el sentido de que no puede entenderse a Rodolfo Gaona si no se mira
la sombra maniquea –clara o perversa– de Saturnino Frutos.
No
se puede entender a Ojitos como el responsable de una de las figuras del toreo
universal que se consolidaron en una especie de eternidad, misma que les está
conferida a ciertos personajes cuya trascendencia dejó estela, misma razón por
la cual hoy, a 92 años vista de la despedida del leonés, ocurrida el 12 de
abril de 1925 muchos aficionados –como usted o como yo-, sigamos incluyendo en
nuestras conversaciones al "indio grande", como si apenas lo
hubiésemos visto triunfar ayer, o antier. Solo eso puede pasar con un personaje
de la talla de Gaona, talla perfecta de Ojitos, ese "maestro de
toreros" a quien hoy recordamos en el 104 aniversario de su muerte.
Finalmente
debe reconocerse que aquel episodio, colmado de aprendizaje tuvo un resultado
sin precedentes en la historia reciente del toreo en México. El papel que, como
tutor ejerció el viejo banderillero tuvo consecuencias inusitadas. De ahí que
convenga analizar esa referencia, en tiempos como los que corren en nuestros
días, donde existe una notoria ausencia de enseñanza, y cuyo reflejo se
constata en la escasez de virtudes por parte de novilleros o matadores de
toros, a quienes falta una fuerte carga de conocimientos que no solo deben
concretarse en el profundo despliegue de la técnica, sino a la imprescindible
presencia estética, de la que Gaona fue un notable modelo en ambos sentidos.
No
es casual, como ya se dijo, que la presencia espiritual de Rodolfo siga
presente y se le considere, sin duda alguna un modelo a seguir.
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