Multitud
de toreros, ganaderos, empresarios y aficionados despiden al legendario criador
de toros bravos.
ROSARIO
PÉREZ
@CharoABCToros
Diario ABC
de Madrid
Y Victorino, así, a secas, colgó su último cartel
de «No hay billetes». Otra tarde más, como tantas, las emociones de desbordaban
mientras Victorino, con un sombrero de paja calado, su pícara sonrisa a media
asta y un habano kilométrico entre los labios, observaba al cónclave desde el
altar de la Iglesia de Nuestra Señora de la Asunción. Era el retrato que,
encima del féretro, observaba a la abarrotada parroquia, que se quedó
pequeñísima. El adiós de Victorino, la figura ganadera más popular de todos los
tiempos, hubiese llenado la mismísima Monumental de las Ventas, su plaza santo
y seña, la misma donde merecía una despedida el legendario criador de toros
bravos.
Una camada de taurinos, desde ganaderos a toreros,
empresarios y apoderados, y una pléyade de aficionados al toro, a la casta y la
bravura, rindieron tributo a Victorino Martín Andrés en su localidad natal,
Galapagar. La tierra que lo vio nacer en 1929 le despedía entre lágrimas y
sonrisas, aquellas que asomaban cuando la memoria revivía anécdotas de uno de
los hombres más inteligentes y geniales del campo bravo. «Ha sido el Juan
Belmonte de los ganaderos». Así lo definía Vicente Ruiz «El Soro». Y no hacían
falta más palabras. Una sentencia brotó también de Su Majestad El Viti. De rey
del toreo a rey de la cabaña brava: «Ha sido uno de los ganaderos más
importantes de la historia. Deja un legado único en las mejores manos, las de
su hijo y su nieta».
Motor de nuestra vida
Su compañero de cárdenos, de los otros grises,
José Escolar, reconocía que Victorino «ha sido el ganadero fundamental de la
historia». Y Manolo Lozano apostillaba: «Anteponía el bien de la Fiesta al suyo
propio». A la salida de la iglesia, Adolfo Martín decía: «Ha sido el motor de
nuestra vida». Manuel Jesús «El Cid» reconocía que las victorinadas marcaron
«un antes y un después en mi carrera; nunca olvidaré a Victorino, con una
personalidad arrolladora».
«Un hombre bueno y sabio, un referente...» Elogios
que brotaban del alma para definir a la leyenda de la ganadería de lidia, al
creador de la A Coronada que tantos hitos marcó, como el único indulto en
Madrid. Allí estaba el torero que perdonó la vida a «Velador», José Ortega
Cano, apenado por la pérdida de un ganadero irrepetible. Y muchas más gentes
del toro, como César Rincón, Victoriano Valencia, Espartaco, Enrique Ponce,
Roberto Domínguez, Juan Pedro Domecq, El Niño de la Capea, Ramón Valencia,
Rafael Garrido, Diego Urdiales, El Fundi, Lázaro Carmona, Villalpando, César
Jiménez, Javier Aresti, Santi Ellauri, El Tato, Manuel Martínez Azcárate, José
Luis y Pablo Lozano, Curro Díaz, Manuel Caballero, Manuel Escribano, Alberto
Aguilar, Martín Escudero, Fortes, Cristina Sánchez, Silvia Camacho, Sánchez
Arjona…
Una aplauso eterno estalló cuando el féretro que
portaban, entre otros, su fiel mayoral, Félix, se dirigía a la Iglesia. Una
ovación estremecedora que vestía de vidrio los ojos de su hijo, Victorino
Martín García, las sabias manos en las que lleva desde hace años la divisa y
ahora queda el gran legado, y las de su nieta Pilar. Pese a la emoción, una
entereza admirable, agradeciendo cada muestra de cariño.
La cornada de la muerte
Las emociones continuaron con el verbo del
párroco, que recordó «las múltiples facetas por las que Victorino era tan
querido, por sacar adelante una familia, una ganadería y crear la belleza de un
arte como la tauromaquia». Hizo alusión a la fotografía del «Paleto» fumándose
un puro: «Sigue reclamando nuestra amistad, su cuerpo se pudrirá, pero su alma
inmortal vive». También se refirió a su última aparición pública en la entrega
del Premio Nacional de Tauromaquia, «un reconocimiento del Estado, de manos del
Rey, aunque Victorino no hacía las cosas buscando reconocimientos, pero justo
es reconocer su obra».
No olvidó la cornada de «Hospiciano» ni el indulto
de «Velador»: «Ahora le ha llegado la cornada última de la muerte, que siempre
duele y no tiene idulto, pero no es el final de la historia, ahora traspasa las
puertas del cielo entre aplausos y una vuelta al ruedo eterna». El famoso verso
de Miguel Hernández puso el colofón, «aunque no estemos destinados al luto,
sino a la esperanza». La esperanza brava de Victorino que siempre empapará de
casta la arena de una España por la que se pidió «unidad».
El eco de una cerrada ovación del planeta del toro
trepó a las alturas mientras el féretro era portado a hombros. «Gracias,
Victorino», era la frase más repetida. GRACIAS. Honores a un ganadero de
leyenda.
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