Magistral
y rotunda tarde del torero extremeño que corta una oreja a cada toro de un gran
lote de Puerto de San Lorenzo.
ZABALA DE
LA SERNA
@zabaladelaserna
Fotos: EFE
Venía Miguel Ángel Perera con la hierba de la
madurez en la boca. Y la ambición incontenida de coronar en Madrid una
remontada monumental. Desde finales de julio. Cuando la agenda casi en blanco
se fue llenando de contratos, sustituciones y glorias. Golpe a golpe, verso a
verso. Azpeitia, Huelva, San Sebastián, Albacete, Salamanca... Todo estaba en
juego sobre el tapete de Las Ventas. El destino quiso colocar este sábado a «Caracorta»
en el camino de Perera. Un regalo divino de Puerto de San Lorenzo que Miguel
Ángel agradeció con una faena memorable.
«Caracorta» apareció en el ruedo con sus cuajadas
hechuras dibujadas por el lápiz de la armonía. Y se desperezó frío y apático.
Cuando abandonó el caballo con cumplida corrección, ya se intuyó su son. MAP lo
cató en un quite de despaciosas tafalleras que se intercalaban con las
chicuelinas a pulso. Media verónica cayó con cadencia de sus muñecas. Javier
Ambel enseñó la calidad de la embestida en una lidia exacta, y Curro Javier se
enseñoreó sobre los palos. Como teloneros del concierto que habría de surgir,
lo bordaron.
Miguel Ángel Perera lo vio nítido, brindó al
público y se puso a torear. A torear de verdad. La mano derecha inició suave la
partitura y enseguida explotó a cámara lenta toda la profundidad ligada de la
tauromaquia pererista. Extraordinaria la frondosa serie de cinco y un eterno
pase de pecho. A la que siguió otro repóquer que cosió a un cambio de mano
interminable. Cuando sonó la hora de la izquierda, tres series fueron creciendo
en la panza de su muleta como una marea de naturales infinitos. La tercera
sublimó el toreo: los vuelos a rastras y ralentizados. Como una llama
constante, inacabable el incendio. La cintura y el cuerpo entero de Perera
embraguetado se iban con el majestuoso planeo de «Caracorta». La clase y la
profundidad como una sola escultura. El torero en plenitud apostó por la
ligazón extrema como despedida. Y fundió en una pieza la trinchera y el
circular. Y otro circular que cogía de espaldas al superlativo toro y lo
soltaba en el más allá. Un tropiezo, un revolcón, puso un ¡ay! entre tantos
oles. Costó cuadrar la suerte y la muerte. La colocación perpendicular y
atravesada del acero necesitó del descabello. Que un asunto de matarifes
cerrase la Puerta Grande rayaba la crueldad. Pero así fue. De momento...
Hasta que en el cuarto Miguel Ángel Perera dictó
una lección de distancias y superioridad incontestables. Desde la impactante
obertura de péndulos increíbles. Un lío mayúsculo. Los muchos metros con los
que Perera lució la buena condición del toro lo mejoraban. Aquella velocidad la
reducía en su jurisdicción. La seducción del temple, del poder de su mano
derecha, la conexión de hacerlo todo por abajo y en un palmo de terreno. A
izquierdas la embestida se abría como anunciando el final rajado que luego
sería. La coda ligada a ultranza disparó de nuevo la catarata de pasión. Un
pinchazo y una gran estocada. La oreja, llave de la salida a hombros, hacía
justicia a la inmensidad de Perera.
Juan del Álamo se desdibujó con un toro dañado y
orientado. Pero se recompuso con un torazo de 633 kilos. Su gigantesco volumen
fue el principal hándicap por encima de su movilidad. Movilidad más que
entregado empleo. Costaba romperlo hacia delante, y Del Álamo lo hacía muy
abierto sobre su diestra por imperiosa necesidad. Un esfuerzo sin recompensa.
López Simón fue voluntad y tesón con un viejo y
montado sobrero de Santiago Domecq que, por pura morfología, no descolgó nunca.
El último compensó la fortuna. Un toro de fría salida que, sin embargo, se dio
con humillación y repetición. LS volvió a interpretar la verticalidad de su
quietud. Ese eje sobre el que la vibrante embestida giraba. Con mayor
generosidad por el derecho. Por momentos, Simón pareció tener en su mano la
plaza como en sus mejores tiempos. Hasta que a últimas el toro se rajó y la
espada lo devolvió a la cruda realidad.
Miguel Ángel Perera, envuelto en una bandera de
España, traspasó el pórtico de la gloria. Con la rotundidad que siempre gastó.
PUERTO DE SAN LORENZO | Perera, Juan del
Álamo y López Simón
Toros de Puerto de San Lorenzo, de desiguales hechuras; extraordinario el
1º; notable el 4º; bueno a derechas el 6º; complicado el 2º; de más movilidad
que entrega el 5º; y un sobrero de Santiago
Domecq (3º bis), vulgarón y sin humillar.
Miguel
Ángel Perera, de tabaco y oro.
Estocada perpendicular, atravesada y suelta y dos descabellos. Aviso (oreja).
En el cuarto, pinchazo y estocada (oreja). Salió a hombros.
Juan
del Álamo, de rioja y oro. Dos
pinchazos y estocada casi entera (silencio). En el quinto, estocada. Aviso
(silencio).
López
Simón, de marfil y oro. Pinchazo,
media estocada tendida y descabello. Aviso (silencio). En el sexto, estocada
contraria que hace guardia, pinchazo y estocada. Aviso (saludos).
Monumental de las Ventas. Sábado, 30 de
septiembre de 2017. Sexta de feria. Tres cuartos largos de entrada.
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