lunes, 2 de octubre de 2017

FERIA DE OTOÑO 2017 – CUARTA CORRIDA: Puerta Grande para un inmenso Perera

Magistral y rotunda tarde del torero extremeño que corta una oreja a cada toro de un gran lote de Puerto de San Lorenzo. 
 
ZABALA DE LA SERNA
@zabaladelaserna
Fotos: EFE

Venía Miguel Ángel Perera con la hierba de la madurez en la boca. Y la ambición incontenida de coronar en Madrid una remontada monumental. Desde finales de julio. Cuando la agenda casi en blanco se fue llenando de contratos, sustituciones y glorias. Golpe a golpe, verso a verso. Azpeitia, Huelva, San Sebastián, Albacete, Salamanca... Todo estaba en juego sobre el tapete de Las Ventas. El destino quiso colocar este sábado a «Caracorta» en el camino de Perera. Un regalo divino de Puerto de San Lorenzo que Miguel Ángel agradeció con una faena memorable.

«Caracorta» apareció en el ruedo con sus cuajadas hechuras dibujadas por el lápiz de la armonía. Y se desperezó frío y apático. Cuando abandonó el caballo con cumplida corrección, ya se intuyó su son. MAP lo cató en un quite de despaciosas tafalleras que se intercalaban con las chicuelinas a pulso. Media verónica cayó con cadencia de sus muñecas. Javier Ambel enseñó la calidad de la embestida en una lidia exacta, y Curro Javier se enseñoreó sobre los palos. Como teloneros del concierto que habría de surgir, lo bordaron.

Miguel Ángel Perera lo vio nítido, brindó al público y se puso a torear. A torear de verdad. La mano derecha inició suave la partitura y enseguida explotó a cámara lenta toda la profundidad ligada de la tauromaquia pererista. Extraordinaria la frondosa serie de cinco y un eterno pase de pecho. A la que siguió otro repóquer que cosió a un cambio de mano interminable. Cuando sonó la hora de la izquierda, tres series fueron creciendo en la panza de su muleta como una marea de naturales infinitos. La tercera sublimó el toreo: los vuelos a rastras y ralentizados. Como una llama constante, inacabable el incendio. La cintura y el cuerpo entero de Perera embraguetado se iban con el majestuoso planeo de «Caracorta». La clase y la profundidad como una sola escultura. El torero en plenitud apostó por la ligazón extrema como despedida. Y fundió en una pieza la trinchera y el circular. Y otro circular que cogía de espaldas al superlativo toro y lo soltaba en el más allá. Un tropiezo, un revolcón, puso un ¡ay! entre tantos oles. Costó cuadrar la suerte y la muerte. La colocación perpendicular y atravesada del acero necesitó del descabello. Que un asunto de matarifes cerrase la Puerta Grande rayaba la crueldad. Pero así fue. De momento...

Hasta que en el cuarto Miguel Ángel Perera dictó una lección de distancias y superioridad incontestables. Desde la impactante obertura de péndulos increíbles. Un lío mayúsculo. Los muchos metros con los que Perera lució la buena condición del toro lo mejoraban. Aquella velocidad la reducía en su jurisdicción. La seducción del temple, del poder de su mano derecha, la conexión de hacerlo todo por abajo y en un palmo de terreno. A izquierdas la embestida se abría como anunciando el final rajado que luego sería. La coda ligada a ultranza disparó de nuevo la catarata de pasión. Un pinchazo y una gran estocada. La oreja, llave de la salida a hombros, hacía justicia a la inmensidad de Perera.

Juan del Álamo se desdibujó con un toro dañado y orientado. Pero se recompuso con un torazo de 633 kilos. Su gigantesco volumen fue el principal hándicap por encima de su movilidad. Movilidad más que entregado empleo. Costaba romperlo hacia delante, y Del Álamo lo hacía muy abierto sobre su diestra por imperiosa necesidad. Un esfuerzo sin recompensa.

López Simón fue voluntad y tesón con un viejo y montado sobrero de Santiago Domecq que, por pura morfología, no descolgó nunca. El último compensó la fortuna. Un toro de fría salida que, sin embargo, se dio con humillación y repetición. LS volvió a interpretar la verticalidad de su quietud. Ese eje sobre el que la vibrante embestida giraba. Con mayor generosidad por el derecho. Por momentos, Simón pareció tener en su mano la plaza como en sus mejores tiempos. Hasta que a últimas el toro se rajó y la espada lo devolvió a la cruda realidad.

Miguel Ángel Perera, envuelto en una bandera de España, traspasó el pórtico de la gloria. Con la rotundidad que siempre gastó.

PUERTO DE SAN LORENZO | Perera, Juan del Álamo y López Simón
Toros de Puerto de San Lorenzo, de desiguales hechuras; extraordinario el 1º; notable el 4º; bueno a derechas el 6º; complicado el 2º; de más movilidad que entrega el 5º; y un sobrero de Santiago Domecq (3º bis), vulgarón y sin humillar.
Miguel Ángel Perera, de tabaco y oro. Estocada perpendicular, atravesada y suelta y dos descabellos. Aviso (oreja). En el cuarto, pinchazo y estocada (oreja). Salió a hombros.
Juan del Álamo, de rioja y oro. Dos pinchazos y estocada casi entera (silencio). En el quinto, estocada. Aviso (silencio).
López Simón, de marfil y oro. Pinchazo, media estocada tendida y descabello. Aviso (silencio). En el sexto, estocada contraria que hace guardia, pinchazo y estocada. Aviso (saludos).
Monumental de las Ventas. Sábado, 30 de septiembre de 2017. Sexta de feria. Tres cuartos largos de entrada.

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